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China y Estados Unidos, unidos por el espanto

Sabado, 21 de septiembre de 2013 03:05
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A cinco años del estallido de la crisis financiera internacional de septiembre de 2008, la geografía del poder mundial adquirió una nueva configuración. El centro de esta reestructuración es un triple desplazamiento del eje de desarrollo global: desde Occidente hacia Oriente, desde el Norte hacia el Sur y desde el mundo desarrollado hacia el mundo emergente, encabezado por los países asiáticos, en particular China.

Septiembre de 2008 fue el punto de inflexión en un largo proceso que había comenzado en 1989 con la caída del muro de Berlín y la aceleración de la globalización de la economía mundial, motorizada por la revolución tecnológica de las comunicaciones. Con la crisis, China desplazó a Estados Unidos como locomotora de la economía mundial.

La expresión institucional de este cambio fue el posicionamiento adquirido por el Grupo de los 20, en sustitución del tradicional Grupo de los 7, como órgano para la definición de las estrategias para garantizar la gobernabilidad económica global. En lugar del G-7, que era un club de los países altamente desarrollados, surgió una instancia que integra al sistema mundial de decisiones a las principales naciones emergentes, lideradas por China.

Pero este cambio en el escenario económico tuvo también su correlato político. Finalizó el corto ciclo de la unipolaridad estadounidense, que había comenzado en 1991, con la desaparición de la Unión Soviética. Barack Obama es el último primer mandatario de Estados Unidos como primera potencia económica mundial. Xi Jinping será el primer presidente de una China convertida en la principal potencia económica planetaria.

Las vacilaciones de la Casa Blanca en la crisis siria representan la constatación de que Estados Unidos no está en condiciones de actuar unilateralmente. En su primer mandato, Obama simuló exitosamente que no iba a hacer lo que había hecho George W. Bush porque no quería repetir las prácticas intervencionistas de su antecesor. Con Siria, cuando quiso hacerlo, quedó en claro que en realidad, no podía. No es cuestión de opciones: en 2013, Washington no puede intervenir en Siria como lo hizo en Irak en 2003.

El sueño chino

Ninguna gran nación puede vivir sin la convicción de tener un “destino manifiesto”, la idea de que está llamada a cumplir con una misión en el concierto universal. Hace un mes, al cumplirse medio siglo del discurso en que Martin Luther King lanzó aquella inolvidable apelación de “yo tengo un sueño”, Obama encabezó una ceremonia conmemorativa de ese llamado, que en su momento fue una actualización del viejo “sueño americano”, piedra angular del tan mentado “excepcionalismo” estadounidense. En este nuevo contexto global, el liderazgo mundial norteamericano está forzado a un replanteo de su razón de ser.

Así como Estados Unidos retrocede un casillero en el tablero político global, China avanza uno. Pero ese paso adelante la obliga a asumir mayores responsabilidades. Este escenario lleva a Beijing a ensayar un cambio cualitativo. A sólo seis meses de haber asumir la presidencia, Xi Jinping afirmó que su objetivo es realizar el “sueño chino”, concebido como el “rejuvenecimiento de la nación china”.

La definición de este “sueño chino” tendrá una inequívoca influencia en la política mundial. En el pensamiento de Xi Jinping influye seguramente la visión desarrollada por Liu Mingfu, un coronel retirado del Ejército Rojo, quien en 2010 publicó un libro, que alcanzó una vasta resonancia, cuyo título es suficientemente elocuente: “El Sueño Chino: el Pensamiento de la Gran Potencia y la Postura Estratégica en la Era Post Estados Unidos”.

En una cultura que presta enorme atención a los símbolos, Xi Jinping habló por primera vez del “sueño chino” en un discurso pronunciado en una exposición llamada “Camino al Resurgimiento Nacional”, realizada en el Museo Nacional de Beijing. Dicha exhibición está destinada a mostrar la decadencia y humillación del gigante asiático a partir de la intervención de las potencias coloniales en el siglo XIX y la restauración de su grandeza desde la toma del poder por el Partido Comunista.

Esa idea del “sueño chino” exige conciliarse con el axioma del “ascenso pacífico”, que es la base de la estrategia internacional de Beijing. China es un país que en sus cinco mil años de historia jamás libró una guerra fuera de sus fronteras. Sus innumerables conflictos bélicos fueron siempre contra extranjeros que pretendieron ocupar, y muchas veces ocuparon, partes de su territorio.

Esto no implica que China carezca de un enorme orgullo nacional. Durante siglos, su denominación oficial fue la de “Imperio del Centro”. Xi Jinping se inspira en un refrán, empleado a menudo como slogan por Deng XiaoPing, el arquitecto de la apertura china: “esconder la capacidad y esperar el momento adecuado”. La novedad es que para los chinos ese momento ha llegado.

La reconversión de EEUU

La visión de Liu Mingfu tiene que complementarse con el análisis de Fareed Zakaria, el periodista estadounidense autor del libro “El mundo después de América”, quien explica que el siglo XXI no asiste al descenso de los Estados Unidos, sino al ”ascenso de los demás”. Para Zakaria, la irrupción del mundo emergente y el ascenso de China no implican la decadencia de Estados Unidos, sino la aparición de un uevo juego de equilibrios en el sistema global.

Porque, en este mismo quinquenio en que la geografía económica mundial se desplazó hacia el mundo emergente, Estados Unidos protagonizó una nueva revolución tecnológica que vuelve a colocarlo en la frontera del conocimiento. Los formidables avances en materia de comunicaciones, siempre liderados por Estados Unidos y la explotación del “shale oil ” y el “shale gas ”, que a corto plazo terminará con la dependencia energética norteamericana, confluyen para provocar un salto cualitativo en la productividad de su economía.

Esta supremacía tecnológica, que se refleja en el terreno militar, es el sustento para una acelerada reindustrialización de Estados Unidos, que está protagonizando una Tercera Revolución Industrial. China complementa su potencialidad económica con una proyección política que exige desarrollar su musculatura, o sea un mayor poderío militar. Estados Unidos, al que músculos le sobran, avanza en lo cualitativo: el desarrollo de la economía del conocimiento, que es la economía del futuro.

Estados Unidos no está en condiciones de actuar unilateralmente en el escenario mundial. Pero tampoco es posible hacer nada importante en el mundo sin la participación de Estados Unidos. China adquirió poder de veto en los grandes asuntos internacionales. Así como el G-20 sucedió al G-7, la conducción de ese G-20 ha pasado a ser un G-2 que integran Estados Unidos y China, los ejes de la nueva bipolaridad del siglo XXI.

Durante la anterior era bipolar, que enfrentó a Estados Unidos con la Unión Soviética, el principio de la destrucción mutua asegurada, garantizado por la posesión por ambos contendientes de la bomba atómica, impidió que la confrontación entre las dos superpotencias derivase en una guerra nuclear. En esta nueva bipolaridad, el equilibrio del terror está fundado en razones económicas. Lo peor que le podría suceder a la economía norteamericana sería una debacle de la economía china, y viceversa. Como diría Jorge Luis Borges, no los une el amor sino el espanto.

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