Muchos se preguntan si el papa Francisco está poniendo en marcha una transformación profunda de la Iglesia católica y cuáles son los alcances de tales cambios en cuestiones de moral, de dogma y de actitud pastoral.
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Muchos se preguntan si el papa Francisco está poniendo en marcha una transformación profunda de la Iglesia católica y cuáles son los alcances de tales cambios en cuestiones de moral, de dogma y de actitud pastoral.
El tiempo lo dirá, pero cuatro “rebeldes históricos” de la Iglesia, reconocidos por su autoridad intelectual y protagonistas de las posiciones más radicalizadas después del Concilio Vaticano II, avizoran una renovación ética y, sobre todo, una nueva forma de mirar y de valorar a los pobres, los postergados y los débiles.
Hans Kng, Gustavo Gutiérrez, Ernesto Cardenal y Leonardo Boff nunca se llevaron bien con la jerarquía romana y, tampoco, jamás transigieron. Octogenarios todos ellos, siguen encarnando lo que predicaban hace cincuenta años y que les mereciera denuestos y sanciones e sus superiores.
Todos ellos ven en Francisco a un revolucionario, aunque no lo identifican con la Teología de la Liberación.
Jorge Mario Bergoglio, cabe ponerlo de relieve, nunca comulgó con esa corriente teológica y pastoral. Sus diferencias con los jesuitas Francisco Jalicks y Orlando Yorio, a quienes había exigido que tomaran distancia de los grupos insurreccionales, le valieron la injuria montada por el periodista Horacio Verbitsky acerca de una fabulada participación en la detención clandestina y las torturas que sufrieron ambos curas. Todo indica que una catequista que pasó a la clandestinidad y que aún hoy permanece desaparecida los habría mencionado en la mesa de torturas. Pero esa diferencia teológica, que en aquellos tiempos tuvo consecuencias dramáticas, hoy parece haber desaparecido con este Papa que abandonó el boato vaticano, prefiere una renoleta a una limusina y actúa como un cura más.
Juan Pablo II también actuaba como un cura más, pero jamás achicó la distancia con los teólogos críticos. A Cardenal, místico, poeta, y ministro de Cultura del Gobierno sandinista, lo amonestó en público por su compromiso revolucionario. A Hans Kng, teólogo suizo de posturas revulsivas, tanto Juan Pablo como Benedicto lo mantuvieron lejos, a pesar de haber compartido en su juventud el espacio del Concilio. Gutiérrez, el principal teólogo de la Liberación, y Boff, que dejó el ministerio, quedaron en el margen de la Iglesia.
Francisco ya recibió a Gutiérrez y a Cardenal en Roma. "Yo, poeta inspirado en la Teología de la Liberación, digo: éste Papa es revolucionario", dijo Cardenal sobre quien pesa todavía la suspensión “a divinis” que decidiera el cardenal Josep Ratzinger.
Emocionado, Gutiérrez que nunca fue sancionado por la inquisición vaticana dijo que Jorge Bergoglio “me recuerda a Juan XXIII”,
“El pontífice no habla de Teología de la Liberación pero adopta el método, la inspiración, el estilo”, afirma Boff. Para el teólogo brasileño, Bergoglio trae grandes novedades aunque es conservador en la doctrina de la Iglesia católica. “Después de dos mil años de romano centrismo, la Iglesia ha dado un gran sobresalto”, sostuvo el brasileño. “Con Francisco vuelvo a casa”, es el título del artículo sobre Boff que publicó el diario de la capital italiana
Hans Kng, a su vez, ve en el pontífice argentino enorme valentía civil, “Desde el principio, Francisco ha renunciado a la pompa papal y no se ha presentado como señor espiritual de señores, sino como el “servidor de los servidores de Dios”. Pero Kng considera que la gran prueba de la transformación de la Iglesia estará dada por el tratamiento que depare a los divorciados, a los problemas del control de la natalidad y a los sacerdotes apartados de su ministerio.
Ya hubo algunas señales claras en esa dirección en la agenda del papa hincha de San Lorenzo. Hoy, muchos creyentes divorciados, muchas mujeres que debieron abortar y muchos homosexuales empiezan a sentir de nuevo que la Iglesia es su casa. Para los que conocen el último medio siglo de la Iglesia, Francisco culmina un ciclo que empezó en 1958, cuando Juan XXIII, un párroco bonachón, se puso al frente de la Iglesia a los 78 años de edad.