inicia sesión o regístrate.
Teresa Parodi es una cantante de temas populares, pero convertida en una figura de culto, casi para iniciados.
La designación de Teresa Parodi como ministra de Cultura fue una sorpresa, al parecer, hasta para ella. Sin embargo, la decisión enmarca a la perfección con el estilo, las circunstancias y las prioridades del kirchnerismo.
Si la transformación de la secretaría en ministerio formara parte de un proyecto cultural de largo aliento, probablemente hubiera sido tomada mucho tiempo atrás y sancionada en una ley, una ley durable y que trascendiera a los futuros gobiernos. Sin embargo, la presidenta creó el ministerio por decreto de necesidad y urgencia.
Teresa Parodi es una cantante de temas populares, pero convertida en una figura de culto, casi para iniciados. Correntina, genera un halo de misterio su vida anterior a 1984, cuando se suma con fuerza a la corriente que insuflaba un perfil de izquierda a la democracia recuperada. Por su edad nació en 1947- habría formado parte del espectro mas “veterano” de la juventud peronista. A pesar de esa raigambre filo montonera nunca ofreció precisiones sobre esa pertenencia- relata que sus hijos se llaman Camilo Ernesto, por Cienfuegos y el Che, y Federico, por Engels, el compañero intelectual y revolucionario de Carlos Marx. Su perfil de maestra rural y el compromiso juvenil con los villeros de Corrientes la colocan en el espectro de una generación que se inició en una práctica menos política y más social durante la dictadura de Juan Carlos Onganía. Su temprana vocación artística la pone muy cerca del movimiento chamamecero, que adquirió por esos tiempos fuerte contenido social, con Tránsito Cocomarola, Tarragó Ross y el cura tercermundista Julián Zinni.
Teresa Parodi forma parte de una generación que supo de dictaduras, que idealizó a Eva Perón y que soñó con el socialismo. Muchos de sus colegas gustan hablar de exilios imprecisos y de resistencias improbables. Teresa es más clara en ese punto: su exilio fue interior, de Corrientes a Buenos Aires. Y su resistencia, la única posible de entonces: cantar en fiestas o reuniones privadas.
Cantaba tan bien que con su voz chamamecera interpretó tangos para el ecléctico, versátil y genial Astor Piazzola. Para ella, como para muchos, el canto fue militancia.
Con el paso de los años, las canas y los nietos, la militancia se tornó encuadramiento. Por eso estuvo cerca de Hebe de Bonafini, sus exabruptos perdonables- y su alianza perversa- con Sergio Schoklender. De la mano de Hebe llegó a Cristina y ese compromiso la ubicó en un centro cultural juvenil que funciona en la antigua ESMA. Ese y su participación en Sadaic son los dos únicos antecedentes como administradora de un área pública. Poco, quizá, para ser ministra, aunque no mucho menos de lo que acreditaba Gilberto Gil cuando fue ungido por Lula como ministro de Cultura de Brasil.
La utilización de la ESMA como un espacio cultural es uno de los temas de discusión para las generaciones posteriores al genocidio. En los hechos constituye una apropiación de la historia por parte de un sector político, hoy en el poder, bien representado por Teresa Parodi. Un espacio que se convirtió en ícono de la muerte y que merecería un destino común, del que participen todos los argentinos. En ese espacio comenzó a acuñarse el concepto de “dictadura cívico militar”, que no sería inadecuado, si respetara la mirada histórica y no se lo utilizara con criterio sesgado. Es cierto que hubo civiles que fueron parte de la dictadura; varios se encolumnan hoy en el oficialismo, se fotografían con las Madres y las Abuelas y concurren con fervor a los actos en la ex ESMA.
Cabe suponer, entonces, que Teresa Parodi, desde el ministerio, no va a contribuir a resolver la encrucijada cultural heredada de la dictadura de los malos usos políticos del pasado.
Su perfil es antagónico al del defenestrado Jorge Coscia, despedido abruptamente y sin gentilezas luego de una gestión sombría y con graves denuncias por ilícitos.
Cristina cuenta hoy con 16 ministros en un Gabinete que nunca delibera. Tal como ocurre en la mayoría de las carteras, es probable que el poder real de Cultura pase por otras manos, que no son las de la chamamecera de ojos claros.
La presidenta transita los últimos 19 meses de mandato, sin posibilidad de reelección ni, tampoco, de ungir a un sucesor. Pero ningún kirchnerista se resigna a la condición de “pato rengo”, simplemente, porque eso no figura en el ADN de los K.
Teresa Parodi será, probablemente, el rostro visible de la escenografía de una despedida que imaginan transitoria y que no debe parecerse a las inundaciones, tragedias, catástrofes y desazones que describen Pedro Canoero o Apúrate José.
Es probable que el verdadero ambientador de esta transición sea el empresario de espectáculos que brilló en la fiesta del Bicentenario, sin que nadie lo conociera, salvo los que lo pusieron. Javier Grosman es el director de la Unidad Ejecutora Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010. No tiene presupuesto propio, pero maneja fortunas y los que firman son los ministros. A Grosman se le atribuyen ideas icónicas, como la participación del grupo teatral Fuerza Bruta con el que los dos siglos de historia argentina fueron presentados con espectaculares desplazamientos que combinaron sensaciones de mitología griega y Avatar. Sería también el gestor del acompañamiento de figuras populares con que cuenta Cristina en cada acto.
Pero la obra maestra de Grosman es Tecnópolis, una isla de tecnología de ficción en un país real donde esos prodigios no se ven; un relato de la historia industrial del país interpretada por los neo revisionistas del oficialismo.
Grosman comenzó su carrera como productor artístico en 1989, con el Centro Cultural Babilonia. Llegó a los Kirchner de la mano de Enrique Albistur. Su estilo es fastuoso y le encanta a Cristina, que confía a pie juntilla en las representaciones escénicas.
Mientras Coscia proponía carrozas al estilo de los viejos carnavales, Grosman le puso vuelo a todo lo que la presidenta le pidió.
El personaje cultural, el rostro visible muy bien elegido, es Teresa Parodi. Quien seguirá manejando las grandes decisiones y los presupuestos, sin firmar nada, seguramente será el empresario de Babilonia.