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Sale de su casa en la zona oeste del macrocentro salteño y al frente está brillante su camioneta, lo cual denota un cuidado especial. Se trata de una F 250, de 1980, con palanca al piso, diésel y una caja que es la envidia de todos los que saben de camionetas.
“No falla nunca. Es un vehículo noble, que no se rompe fácilmente y que nunca me dejó varado en la calle. Si uno lo mantiene anda y anda”, dijo el hombre, con mucha satisfacción.
Sucede que Rody es un tipo grande. Se casó con el gran amor de su vida que se llama Zira y con quien tuvo una hija. Ya es abuelo y además tiene un cúmulo de historias de esas que se cuentan en las sobremesas de los asados. Tiene la chispa justa para el relato y todo aquello que se necesita para sobrevivir en la calle haciendo las “changas”.
“Menem me lo hizo. En los 90 privatizó el Correo Argentino, luego llegó la familia del que está ahora y me dejaron sin trabajo. Con la indemnización no sabía qué hacer así que con mi mujer decidimos que lo mejor era ir a comprar un vehículo grande para hacer fletes porque yo ya tenía una edad en que iba a ser difícil encontrar otro trabajo. Así fue que llegamos a la concesionaria de Pussetto y don Horacio me vendió la chata que era suya y que la utilizaba para ir de pesca con los amigos. Yo quería un camioncito 350, pero no me daba el cuero y no quería quedar debiendo. Pagué en cuotas y no sabía si iba a llegar porque estaba sin ingresos fijos. Cuando le pagué los 1.500 pesos que me costó, Don Horacio me encargó especialmente que cuide su chata y así lo hago hasta el día de hoy”, dijo Rody, que ya lleva más 25 años con esa camioneta que la mantiene tal cual como la compró.
Se sienta en la pirca de su casa que da a la vereda del sol de la mañana, mira esa camioneta celeste cielo y le van saliendo las historias, muchas veces desordenadas por el tiempo y otras por el entusiasmo de querer contarlas a todas.
“Desde la avenida Arenales hasta la plaza Alvarado soy conocido como Rody. Si uno trabaja honradamente llega un punto en que te llaman o te recomiendan por la confianza que hay. Yo siempre hice mi trabajo con amor y la gente tiene confianza ciega en mí. Es más me llaman de las diferentes comercios de la zona y de los supermercados para cuando necesitan un fletero de confianza”, dijo el hombre.
Hay confianza ciega y él es consecuente con eso.
Contó que una vez que lo llamó una mujer de urgencia para realizar una mudanza. Rody se presentó en el lugar indicado por su clienta, quien le dijo que debía desalojar una vivienda para el traslado.
Cuando terminó de armar la camioneta con todas las cosas de la casa de la mujer llegó un hombre al lugar de los hechos.
“Cuando el hombre vio las cosas en mi camioneta se puso furioso y llamó a la cana. Eran sus cosas y la mujer era su esposa, que estaba huyendo de la casa que compartían. Luego la situación se puso peor porque la Policía llegó rapidísimo. Cuando la llamás (a la Policía) no aparece, ahora cuando rogás que no venga aparece inmediatamente. Yo intenté dar las explicaciones, pero lo mismo me llevaron preso a la comisaría”, dijo riendo por las distancias del tiempo. A las horas todo se aclaró y el fletero regresó a la calle.
Luego relató el llamado de un cliente del cementerio de la Santa Cruz.
“Era de mañana y el flete solicitado era para el cementerio”, dijo en tono de suspenso. “Cuando llegué un hombre me estaba esperando en la puerta del campo santo. Me pidió que trasladáramos el féretro de su papá al cementerio de la Divina Misericordia. Yo no podía entender nada porque nunca me habían pedido algo parecido. Para colmo me dijo que había muerto hace 30 años, pero que las empresas de traslados fúnebres le cobraban una fortuna. Yo no quería saber nada, pero finalmente accedí y le llevamos el cuerpo del padre. Yo no lo podía creer”, contó.
Parece que Rody tiene muy bueno el corazón y siempre accede a dar una mano. Contó que una vez le llevó una heladera a una mujer que trabajaba como empleada doméstica. “La compró de un comercio de electrodomésticos y la llevamos para su casa, que era muy humilde y en un asentamiento del sudeste de Salta. Cuando llegamos, salieron sus hijos y saltaban de la alegría por la heladera. La mujer se puso a llorar de la alegría porque era verano y sus hijos iban a poder disfrutar de una bebida helada. Yo en ese momento no le pude cobrar el flete porque también me daban ganas de llorar como esos niños de la felicidad”, dijo el hombre tocándose el pecho.
Tiene demasiadas historias porque trabajó en todas las zonas en donde puede hacerlo un fletero. “En donde más se gana es en los corralones, pero es porque el trabajo es más fuerte ahí. También es muy lindo trabajar en el Cofruthos. Hay como una especie de camaradería en donde uno disfruta el trabajo, pero yo ya tengo 68 años y ya no tengo las mismas energías para levantarme a las 4 de la mañana”, dijo.
También contó que uno de los males del trabajo es la comida en la calle. “Uno disfruta de las empanadas con amigos. Conocemos a cada una de las empanaderas, pero eso, a la larga, hace mal”, advirtió.
Sin embargo, se da cuenta de que 25 años de historias no pueden ser resumidos en una página y hace un esfuerzo por apelar a la síntesis.
“Yo siempre quise que me hagan estas notas de oficios porque el nuestro, el trabajo de fletero, es muy necesario y no siempre se lo valora por la importancia que tenemos. Yo quiero destacar a todos mis compañeros porque somos los que de alguna forma también ayudamos a que este país se mueva”, concluyó.