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En un contexto de volatilidad social, la autoridad del presidente Alberto Fernández decae principalmente cuando la sociedad percibe que es sobrepasado por ciertas iniciativas de su vice (o de sectores que la asumen como referente principal). No se trata solo de decisiones que -con veracidad o no- se le atribuyen más bien a la señora de Kirchner que a la Casa Rosada, sino también a la falta de decisiones.
El Gobierno comenzó a manifestar una agudización de cortocircuitos internos, a padecer repetidas perturbaciones en su brújula, a aislarse y, consecuentemente, a evidenciar una debilidad que se agrava por la pérdida de alianzas posibles y se proyecta sobre el futuro electoral y sobre el horizonte de la gobernabilidad. En esa dialéctica, la figura presidencial se desdibuja mientras crece la de su gran electora, la vicepresidenta, que ante el espacio desierto y por mero efecto gravitatorio establece sus preocupaciones y afanes como prioridades.
La evidencia de un fortalecimiento interno del sector que se referencia en Cristina Kirchner señala, en rigor, un retroceso del conjunto político del que ella, el presidente, Massa y los gobernadores peronistas forman parte. No se trata de un mero retroceso al mismo paisaje que en su momento determinó el paso atrás de la señora de Kirchner (ante la convicción del peronismo de que una candidatura de ella equivalía a una derrota); es más complicado que eso, porque ahora se agrega un desgaste y una decepción ante la esperanza (o la ilusión) que no terminó de concretarse.
La señora de Kirchner ha demostrado tener más peso electoral que Fernández, pero no disfruta de suficiente legitimidad política para ejercer la autoridad, ni de peso político para volver a la presidencia o siquiera para poder ser candidata ella misma. Esto lo supo comprender un año atrás.
Con el Frente de Todos en el gobierno, la señora de Kirchner puede tener fuerza para imponer internamente algunas líneas de acción sobre temas importantes, pero en general esas líneas (el caso Vicentín no es el único ejemplo) han conducido al oficialismo a callejones sin salida, a retrocesos o a operaciones políticas de alto costo. Las dificultades que en estos días se han generado con la Corte Suprema -cuerpo al que el círculo próximo a la vice ha decidido declararle la guerra abierta- son otro frente de problemas que debilitan al gobierno de Fernández.
El mayor poder relativo de la vicepresidenta, ejercido en algunas cuestiones, desgasta al conjunto del que ella misma forma parte, perjudica al Presidente, aleja aliados parlamentarios, enciende luces de inquietud entre gobernadores. Un proyecto que consistiera en convertir al Presidente de la Nación en una mera correa de transmisión de políticas hegemónicas conducidas desde otro espacio - la vicepresidencia, por caso- no pasaría la prueba de la gobernabilidad.
En un país presidencialista, el decaimiento del poder del jefe de Estado consume un punto de referencia esencial, un eje organizador de la sociedad. Cuando ese poder se aísla o se debilita, empiezan a emerger múltiples desafíos a sus decisiones, tironeos o señales crecientes de disgregación. Y aún los sectores predispuestos a la convergencia, si ese eje pierde gravitación, vacilan o son temporariamente atraídos por otros magnetismos. En ese complejo contexto, hay que ubicar la decisión del sindicalismo y de un amplio espectro del peronismo que abreva en fuentes diferentes de las del kirchnerismo, de promover un mayor protagonismo y una mayor autonomía del Presidente. Lo cierto y concreto: hay que recuperar la brújula.
* Miembro de Acción Política para el Segundo Centenario