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Con lo justo frente al virus

Domingo, 12 de abril de 2020 00:00
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Alguien me expresó su apoyo irrestricto al presidente Alberto Fernández en el manejo de la situación creada por la pandemia del coronavirus. Sostuvo que "había reforzado su liderazgo", "unido a los argentinos en la coyuntura", y se "había puesto el país al hombro en la crisis". No me sorprendió, pues había leído mediciones indicativas de la imagen positiva del ejecutivo.

Personalmente, tenía una posición más escéptica, así que me propuse repasar la calidad de la gestión del gobierno nacional en esta circunstancia. Dejando de lado al gobernador Gustavo Sáenz y su Ministra de Salud Pública, porque creo que su margen de actuación para dar respuestas se redujo y no puede evaluarse en igualdad de condiciones con aquél. La vara para deslindar responsabilidades es distinta.

Me vino a la memoria una historia que, real o ficticia, creo que viene bien traer a colación como referencia, salvando las distancias. Una vez, el jefe del Almirantazgo fue interrogado en el parlamento británico acerca del estado de la flota, a lo que respondió rotundamente que sus buques "no tienen el alcance de tiro para combatir, ni la velocidad necesaria para huir".

¿Está el país actuando correctamente, o por el contrario, se halla atado de pies y manos por sus carencias económicas? ¿Podría gestionar mejor la crisis sanitaria? ¿Las decisiones tomadas fueron oportunas y eficaces? ¿Estamos en condiciones de esquivar los torpedos de este virus elusivo como los submarinos? Adelanto mi evaluación: ni extraordinariamente ejemplar, ni horrorosamente mala. Aprobado ajustadamente, con la nota mínima requerida.

Se pudieron cometer demoras y errores evitables, más o menos graves, y subsisten falencias e incógnitas, atribuibles más que al Presidente, a sus colaboradores. Hasta ahora, no se vieron reflejados en consecuencias penosas, tal vez por el aislamiento creciente de nuestro país en lo comercial y aún en el turismo emisivo. A lo que ciertamente contribuyó el cierre de fronteras, de negocios de toda clase, bancos, transporte, etc., y el encierro forzoso como medidas de precaución. Para lo cual, valga aclararlo, algunas provincias se adelantaron a la Nación.

Mesuras y desmesuras

Estimo que Fernández acertó y dio tranquilidad al trasmitir por cadena nacional una imagen de firmeza y seguridad, como tomando al toro por las astas. Se pasó de rosca, a mi juicio, con la advertencia de que iba a detener "personalmente" a quienes violaran la cuarentena. Un profesor de Derecho no desconoce que el art. 109 de la Constitución Nacional le prohíbe justamente al presidente arrogarse funciones propias de jueces y fiscales. También, el desliz de tratar de "miserables" a los empresarios que despiden trabajadores. Lenguaje inapropiado para el momento, "muy Néstor", que divide entre "nosotros" y "ellos", los "buenos" y los "malos". Fue objeto de críticas y ahora parece querer asistir a empresas con dificultades.

En mi opinión, fueron desdichados y desmesurados los elogios a cierto sindicalista, a quien toda la sociedad reconoce como poderoso pero mira con desconfianza.

Otro desacierto fue el desborde del viernes 3 de abril con gente vulnerable (por edad y pobreza) en las calles y bancos. No se atendieron las advertencias, y sobrevinieron enojos, pase de facturas y distraídos. Que al día siguiente una funcionaria dijera que "no se rompió la cuarentena" suena a burla.

Centralizar en Buenos Aires insumos, materiales y equipos como respiradores, no solo me pareció una decisión equivocada e irrazonable, sino también arbitraria. Otra muestra de que nuestro federalismo constitucional es solo una parodia. ¿No será que se quiere tener todo cerca de La Matanza y el conurbano?

Para Alberto Fernández fue una ocasión única e irrepetible para aglutinar a todos tras un objetivo común, olvidar la grieta y ciertas inquietudes (nadie habla hoy de la deuda o su refinanciación), y cerrar filas en torno a la figura del presidente que gobierna y no cogobierna. Inesperadamente el destino le puso enfrente esta oportunidad, y no era cuestión de perder el tren. Algo de política folklórica nunca falta: coquetear con la demagogia, jugar con el discurso que agrada a la gente, decirle lo que quiere oír, con lo cual la masifica y desprecia.

Partir de la estigmatización del otro para convertirlo en enemigo y endilgarle la culpa del problema. Esconder bajo la alfombra lo inconveniente, y actuar sin ningún control. ¿O alguien vio reunirse al Congreso? La cuarentena no es excusa: en España las Cortes se reunieron al menos con los jefes de bloques, y los ministros acudieron a responder preguntas. Qué lejos de un estadista como Winston Churchill, quien asumió como primer ministro en un momento gravísimo y solo prometió a su pueblo "sangre, sudor y lágrimas".

El ministro

Analizando la gestión de la crisis por parte del ministro de Salud, Ginés González García, la conclusión es mucho peor. No solo subestimó el problema cuando empezó a manifestarse en el otro extremo del planeta, sino que desoyó recomendaciones tempranas de especialistas y de la OMS. La desidia luego dio paso a la sorpresa ("pensamos que iba a demorar más en llegar al país") y a la urgencia e improvisación en adoptar medidas. Alguien con mucho recorrido me comentó que en un país serio, un ministro así no hubiera durado más que unos días... "Eso te pasa cuando elegís a un ministro para que maneje el aborto, y de pronto tiene que afrontar una pandemia".

Pero por lejos, lo más triste me parece reconocer que no estamos haciendo los test en cantidad suficiente a personas en situación de riesgo o sospecha de contagio. Dijo sin sonrojarse este señor: "...nunca se sabe la cantidad real de portadores y enfermos. En la medida que se amplíe esa base de enfermos/portadores, la tasa de mortalidad disminuirá. No es real que haya 26 muertos sobre 966 casos. Hay muchísimos más infectados que los oficiales...".

Por imprevisión no nos proveímos de reactivos suficientes en tiempo y forma, y eso significa que los números de contagiados y de tasa de mortalidad de los que hablamos en Argentina están basados en suposiciones. No estamos en Guayaquil, pero tampoco en Chile. Juzgue usted, estimado lector.

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