La figura de Martín Miguel de Güemes interpela al presente y convoca a la construcción de un país federal, democrático, igualitario y respetuoso de la libertad y la dignidad humana.
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La figura de Martín Miguel de Güemes interpela al presente y convoca a la construcción de un país federal, democrático, igualitario y respetuoso de la libertad y la dignidad humana.
Rendir homenaje a Martín Miguel de Güemes es hacer lugar a los sentimientos que su figura inspira, a la identidad argentina y salteña, y a la historia de la construcción de la Nación.
La vida de este “Padre de la Patria” honra a Salta. Su figura, proyectada en la historia es convocante y unificadora, y trasciende por completo las diferencias y los enfrentamientos (propios de la política de todos los tiempos) por sobre los cuales se transformó el legado virreinal en una Nación independiente.
Su vida transcurrió como un compromiso precoz, a los veinte años, que se desarrolló en medio de las turbulencias de la guerra, con sus horrores y con sus héroes, y de la transformación avasallante que se producía en el seno del Imperio español, pero también en Europa y en América. La cultura de la libertad, la revolución industrial y la transformación de los estados eran los frutos de nuevos valores que germinaban en Occidente.
Ocurrió hace dos siglos. Era otro tiempo, particularmente revolucionario.
En ese tiempo, Güemes fue mucho más que un caudillo, un jefe militar o un “héroe gaucho”.
Fue una figura paradigmática que se proyecta en la Argentina de hoy, en crisis, como entonces, pero sin proyectos ni referentes. Una figura que, junto con los hombres destacados de nuestro pasado, puede servir como punto de partida para la construcción de una Nación federal, democrática, solidaria y plural, que emerja de la actual debacle social, educativa y económica que se profundiza desde hace décadas.
Por esa razón, el diario El Tribuno ha resuelto dedicar este año un homenaje permanente al general Martín Miguel de Güemes, reflejando opiniones y homenajes sobre su memoria.
Este suplemento ofrece artículos de prestigiosos historiadores, analistas, escritores y personalidades de la cultura, con la certeza de que será un muy digno legado a nuestra historia.
No es cierto que la historia la escriben los que ganan. Eso es relato. La historia la escriben los historiadores. La historia revela la verdad de los orígenes cuando se reconstruyen los hechos, tal y como fueron; cuando se analiza el contexto, con todos los factores que lo configuran, y a partir de allí se interpretan las conductas. Por eso, la historia no admite una división binaria entre “los buenos y los malos”.
La memoria, entendida como recuerdos transmitidos de generación en generación, no es historia; es una construcción de alto contenido emocional, idealizada y, muy frecuentemente, ideologizada.
Martín Miguel de Güemes fue un militar decidido y valiente, pero por sobre todas las cosas, un estratega en el manejo de las armas y de la política.
Su epopeya transcurre en una época en la que las colonias españolas de América iniciaron el proceso de la Independencia, pero no todos los habitantes lo vieron de la misma manera. Fue un tiempo en el que la sociedad se fracturó en el fragor de una guerra.
Güemes, gobernador de Salta a los treinta años, debió afrontar el antagonismo del que era parte, pero que sabía que debía ser superado para llegar al objetivo mayor.
Fue un jefe regional plenamente convencido de que la Nación, la nueva Nación, debía ser una; compartió la visión y las vicisitudes de José de San Martín, Manuel Belgrano y Manuel Dorrego frente a una Buenos Aires que por momentos dudaba de que la construcción de una América unida e independiente fuera accesible. Un poder central con presupuestos exiguos para semejante empresa y con visión mezquina ante la presencia de las fuerzas españolas en Tucumán, Salta y el Alto Perú muchos años después del Congreso de Tucumán.
Los historiadores que participan de este suplemento ponen de relieve una particular dimensión de la sensibilidad de Güemes: la empatía y la confianza que generaba en sus paisanos, a los que formó como soldados de excepción para la “guerra de recursos”, aprovechando su destreza y conocimiento del terreno de nuestra región. El respeto que le inspiraban los pueblos originarios y los muchos afroamericanos que vivían en nuestra tierra, así como los sectores de menores ingresos, que pagaban con esfuerzo el precio de la guerra.
La interpretación del pasado a partir de los héroes es propio del mito. Con ellos se construye un panteón ideal, que convierte a los protagonistas de grandes experiencias transformadoras en esfinges congeladas, conservadoras, momificadas. A los mitos los crea la imaginación, aunque nazcan de personales reales. Por eso, a los mitos se los puede utilizar para construir ideologías incluso antagónicas a lo que aquellos hombres y mujeres pensaban en vida.
Los héroes, siempre, son fruto de la historia de su tiempo. Son figuras que cobran relieve en un escenario determinado por la organización social de su tiempo, las formas de producción, de trabajo y de distribución del ingreso, la cultura, los niveles de educación, los cambios que se van produciendo en la interacción con el mundo y con los vecinos.
Desde esa perspectiva, el Güemes histórico sigue apareciendo como motorizador de una etapa nueva de su pueblo.
Su figura convoca, en primer lugar, a la capacidad de un compromiso político que esté por encima de la ambición y la gloria personal. En un tiempo como el actual, donde todo, desde el derecho de propiedad y la seguridad, hasta la educación y las políticas sanitarias están subordinados a los plazos electorales, su testimonio nos interpela.
Además, ese compromiso político nace y se alimenta de la sensibilidad y el respeto por el todo el pueblo, sus sentimientos y sus valores.
Martín Miguel de Güemes exhibió dos cualidades políticas: capacidad de negociación y persuasión, y coraje para afrontar los conflictos y oposiciones.
La integridad y el coraje terminaron costándole la vida, a los 36 años, en una emboscada.
Fue mucho más que un “héroe gaucho”, un “guardián de nuestras fronteras” o un caudillo federal.
A 200 años de aquel día aciago, los salteños sentimos legítimo orgullo al ver cómo, poco a poco, la figura de este salteño extraordinario comienza a ocupar, merecidamente, el lugar de los fundadores de nuestra Nación.