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Fue uno de los primeros soldados en arribar a la isla, en la que permaneció un mes y medio combatiendo y salvando heroicamente a sus compañeros.
Julio César Rivera tenía 19 años de edad y se encontraba en Bahía Blanca cursando el último año del servicio militar obligatorio cuando se ofreció para ir a Malvinas como voluntario. Lo vio como una oportunidad de servir a la Patria.
Fue uno de los primeros soldados en arribar a las islas en donde permaneció un mes y medio, combatiendo y salvando de manera heroica la vida de sus compañeros y viendo, cara a cara, cómo se apagaba la vida de otros jóvenes.
En una entrevista exclusiva con El Tribuno, Rivera recordó: “Somos catorce los excombatientes que fuimos a Malvinas. En proporción y en cantidad de habitantes, por los veteranos de guerra que fuimos a combatir, Rosario de la Frontera es el departamento salteño que más veteranos aportó a la guerra de Malvinas. Pudimos volver casi todos, excepto Luis Sevilla, quien vivía en Villa de los Álamos”.
Sobre cómo llegó a las islas, contó que “en esos años estaba en el servicio militar obligatorio. Como era uno de los pocos que tenía el secundario completo, pasé a ser asistente del jefe de la Base Aeronaval Comandante Espora en Bahía Blanca. Allí conocí a todos los pilotos que combatieron en Malvinas ya que eran de la base nuestra”.
“Quince días antes de la guerra me dieron la orden de que no leyera los mensajes cifrados que recibíamos, siendo que yo estaba encargado de esa tarea, me dijeron que directamente a los mensajes cifrados se los pasara al jefe de la base aeronaval. Pensé que había pasado algo y por eso no podíamos leer estos mensajes, resulta que en ellos se hablaba de que ya se estaba gestando la toma de Malvinas”, reveló.
“Luego, el 1 de abril por la tarde se reunieron todos los pilotos de combate con el jefe de base, el Capitán Fernández, fui a ver qué necesitaban, había más de quince pilotos y otros oficiales de alto rango, y me pidieron que me retirara ya que no se les ofrecía nada. Al otro día me desperté a las seis de la mañana para dejar la oficina limpia, en donde había sido la reunión y cuando llegué, observé los autos de los pilotos con sus luces encendidas en la jefatura de base, entré y saludé a los presentes cuando el jefe de base me miró y me dijo: “Vení pichón, estamos tomando Malvinas en este momento”. Me sorprendí mucho y lo primero que pensé es que se cortaba la baja y que no había baja para nadie, yo justo estaba a dos meses de salir y de terminar con mi función, pero mi jefe me dijo: “Hoy es un día glorioso para la Patria porque recuperamos un pedazo de tierra nuestro”. Al mismo tiempo, las radios de combate estaban encendidas y se podía escuchar todo lo que estaba pasando en la isla. Estaban desembarcando, atacando al Puerto Argentino y estaban entrando en combate con los Royal Marines, se escuchó todo”, recalcó el excombatiente.
“Insistí para ir”
“Ese Jueves Santo llegó una orden a la base que decía que catorce conscriptos debían ir a cumplir funciones en la base aeronaval del Puerto Argentino, por lo que se determinó que harían un sorteo para ir uno de cada división, en esos momentos, les dije que no, que yo era el más preparado para ir y el que tenía más cursos realizados, mis jefes me respondieron que no querían inducir a nadie pero yo insistí en ofrecerme como voluntario”, aseguró con toda humildad.
“En ese mismo instante, me dieron la aprobación para viajar, me dieron las vestimentas, la mochila y el fusil. Tenía 19 años y uno a esa edad no dimensionaba todo lo que se venía, para mí era aventura pura, sumado a eso, todos los rumores apuntaban a que los ingleses no estaban muy bien preparados, que no iban a llegar y que todo se iba a solucionar”, contó sobre las versiones triunfalistas de aquel momento.
“Mi jefe me llevó a la oficina y me dijo: “Mirá pichón esto es enserio, los ingleses nunca dan marcha atrás, estás yendo a la guerra, no hay vuelta atrás, ojalá me equivoque, pero le acabamos de pisar la cola a los ingleses”, agregó el veterano.
Al otro día, Rivera partió junto a catorce compañeros. Antes de partir, el jefe de base le entregó una carta con la orden de entregarla en manos propias al otro jefe de base de Río Grande, porque si no los harían quedar allí mismo, y el objetivo era llegar a Malvinas.
“Para mí era una aventura y los rumores decían que los ingleses no iban a llegar"
Apenas llegó a la base de Río Grande, entregó la carta tal como se lo habían ordenado.
“Allí, una vez que leyeron la carta, me dijeron; Ah, vos el ayudante de Fernández, decile al Capitán que está todo ok, y que estos chicos mañana salen a primera hora en el avión a Malvinas”, dijo.
Recordó también la hostilidad del clima de esa noche, y que nunca antes había sentido tanto frío. Todo estaba congelado y para poder caminar había que empujar contra los fuertes vientos helados.
Al otro día partieron temprano en un vuelo desde Río Grande, que tardó cincuenta y cinco minutos en arribar a la isla del Atántico Sur.
“Cuando llegamos a Malvinas, justo era domingo de Pascuas y fue muy especial porque en esos momentos estaban izando la bandera argentina, para mí fue muy emocionante”, recordó.
Con toda precisión, detalló que “allí mismo estaban los hangares en donde nosotros prestábamos servicios, había aviones, las bombas, las municiones, la comida y todos los elementos de la Infantería Marina de Guerra, estaban el batallón de la Infantería Marina Nº 5, que fue el que tomó Malvinas, el BIM2, el BIM3, el BIM1, la Compañía Comando, los aviadores de combate y la compañía de ingenieros de la Marina. Entre todos sumaban alrededor de 1500 y 1600 soldados de Infantería Marina, al cual pertenecíamos todos”.
Los primeros días, Rivera y los demás soldados hacían trabajos de camuflaje, de ocultamiento de los tambores de combustibles, de los cuales 200 fueron enterrados para resguardarlos, a la vez que cuidaban las pistas. Cuando llegaban los aviones de abastecimiento, los soldados avisaban a los infantes de la Marina, llegaban y realizan las descargas de los aviones y las cargas en los camiones.
“No podíamos guardar nada en el aeropuerto porque sabíamos que ese iba a ser el primer objetivo de ataque”, contó.
“Muchas veces pensé en morirme, me sentía cansado, sobre todo cuando revivía todo. Hoy, lo que me da más bronca, es que con todo el sufrimiento y los sacrificios que hemos pasado, los compañeros tengan que rogarle al Pami cobertura”
“A los quince días de llegar, el primero de mayo, nos informan que había una posibilidad de ataque por la noche, en esos días previos habíamos construido los refugios anti aéreos y habíamos armado todo para esperar el bombardeo”, señaló.
Resignado, el excombatiente comenzó la guardia esa noche, convencido de que serían atacados. Sin embargo, aseguró que hasta ese momento no sentía miedo, sino más bien una gran curiosidad y la adrenalina a mil.
“Para nosotros era un juego, era hacer lo mismo que hacíamos en la base; guardias o cargar el fusil, solamente que las guardias allí eran mucho más duras por la hostilidad geográfica y climática. Estábamos en la oscuridad y no podíamos encender las luces, cuando era el cambio de guardias, nos comunicábamos entre nosotros a través de códigos; por lo general eran colores o animales.
El primer ataque
Esa misma noche, cerca de las cuatro de la madrugada, comenzaron los bombardeos. Un avión inglés, arrojó veinticuatro bombas de quinientos kilos sobre la pista de aterrizaje.
En ese instante, Rivera le había tocado un descanso de la guardia y relató que no escuchaba bien, y que lo poco que oía, pensaba que era producto de un mal sueño.
“Pensé que era zafarrancho de combate porque todas las noches hacíamos esta práctica. Yo seguía dormido hasta que un compañero me vio dormido y me despertó, me dijo que nos estaban cagando a tiros los ingleses y justo en esos momentos estalló una bomba a cincuenta metros, por la bomba expansiva, tiró un portón y se levantó toda la estructura mientras se movía todo el lugar”.
“Me levanté, me puse las botas, una frazada, el correaje que sostenía nuestras armas, la cantimplora, los paquetes de curaciones, el casco y el fusil. Teníamos que correr atrás de un alambrado y mi compañero justo se agarró la pierna y quedó enganchado en ese alambre. De los nervios cuando lo vi, me dio un ataque de risa porque no lograba desengancharlo”, relató Rivera. “Al rato nos tiraron otra bomba y se escuchaban los gritos de dolor, de repente todo quedó en silencio absoluto, después a lo lejos se escuchaban las ametralladoras. Estuvimos ahí hasta que amaneció y luego nos fuimos a buscar agua caliente para tomar unos mates, en ese trayecto, el sub oficial Hidalgo se resguardó detrás de una máquina topadora, cuando cesaron las explosiones, vi que no se movía y cuando me acerqué del todo, vi que una de las piedras que volaron por la explosión le había tocado la pierna y le desarmó toda la rodilla, ahí nomás les grité a mis compañeros que el suboficial estaba herido”.
“Llegó uno de los chicos, lo recogimos en la camilla y lo llevamos a un hospital de campaña que se encontraba a quinientos metros. Al llegar, había un médico con un sub oficial del ejército y nos dijeron: “Es el primer herido que me traen”. Luego lo pusimos sobre una camilla de metal que tenía unos bordes y un receptáculo como de bañera y abajo un tacho para que caiga la sangre. Hidalgo sangraba demasiado, estaba consciente y nos decía: “¿Qué tengo? ¿Por qué no siento las piernas?” Lo agarré de los brazos y el médico le amputó la pierna con una sierra. Todo fue rapidísimo y muy fuerte”.
De nuevo, voluntario
“En la guerra no hay tiempo de pensar”, asegura el excombatiente. Tal es así que mientras finalizaba la operación, el enfermero les dijo a los soldados que necesitaban camilleros, ya que una bomba había impactado en un campamento de conscriptos de la fuerza área, detrás de la torre de control. Sin dudar, Rivera y un compañero que a su vez era enfermero de profesión, se pusieron los fusiles y corrieron con las camillas los 500 metros para rescatar el resto de sus compañeros.
Esa noche desenterraron a doce de ellos que estaban vivos pero atrapados entre las carpas. De los rescatados, muchos tenían fracturadas sus caderas, piernas y rodillas. No podían moverse.
“A mitad de camino nos bombardearon cinco aviones que estaban pocos metros arriba nuestro, llevábamos uno de los rescatados, se movía mucho, lloraba y nos decía que nos iban a matar, que quería ir con su mamá. Tenía 19 años”, relató.
“Cuando llegamos de nuevo al hospital de campaña, al sub oficial Hidalgo, ya se lo habían llevado, no lo vi más durante el resto de la guerra. Cuando me di cuenta, habíamos pasado toda la madrugada y la mañana rescatando y levantando los heridos”, rememoró Rivera.
Mes y medio sin comer
Entre los bombardeos a los suministros de alimento, la adrenalina infinita, el trabajo constante con los heridos, el ex combatiente recién que retornó de la guerra, cayó en cuenta que había pasado ese tiempo sin probar bocado. Bajó once kilos en un mes y trece días. El resto del tiempo, los soldados dormían arrodillados en las trincheras con el fusil al hombro.
El ochenta por ciento de los soldados que fueron a la guerra, se suicidaron. Los que quedan con vida, los daños psicológicos y psiquiátricos, son irreversibles. En ese sentido, contó que varios años después, cuando el ex Presidente Néstor Kirchner, ordenó realizar estudios a los ex combatientes, el psiquiatra que revisó a Rivera, determinó que tenía un estrés pos traumático de guerra cristalizado, con una incapacidad física del 28 por ciento.
“Muchas veces pensaba en morirme, me sentía cansado, sobre todo cuando llegan estas épocas y nos empiezan a bombardear con notas o imágenes de la guerra, siento que vuelvo a revivir todo y lo que me da más bronca, que con todo el sufrimiento y los sacrificios que hemos pasado, tenga que ver a mis compañeros reclamando al Pami porque no tenemos cobertura para nosotros ni para nuestros hijos, ni para todas las enfermedades que son producto de la guerra y resulta que la semana pasada los corrieron a los garrotazos. Entonces me digo, pucha, donde está el país que yo defendí”, expresó con lágrimas de indignación.
Voy a volver un día...
Por otro lado, también contó que a lo largo de estos cuarenta años, en varias oportunidades le ofrecieron regresar a Malvinas, pero siempre respondió enfáticamente: “Mientras que yo tenga que presentar un pasaporte para ir a las islas Malvinas, estoy refrendando y estoy asegurándoles a ellos, a los ingleses que Malvinas no es nuestra. Y yo voy a ir, el día que sean nuestras, cuando no tenga que pedirle permiso a Inglaterra para entrar a Malvinas”.
“Si algún día regreso, me gustaría ir a todos esos lugares que marcaron a fuego, sería retornar para cerrar un círculo”, aseguró con cierta esperanza.
Homenajes en el aire
Tristemente los veteranos de guerra, en cuarenta años, no tienen nada de lo que mínimamente merecen. Ni son ciudadanos ilustres, siendo que ellos son los únicos que realmente se sacrificaron por nuestra Patria, ni tampoco tienen un subsidio que los ampare a ellos y a sus familias. Solamente reciben homenajes cada 2 de abril, que a la hora de vivir dignamente, esos homenajes no sirven de nada y quedan en un aire turbio de un dolor infinito.
Al respecto de esa injusta situación, manifestó que “Ya se cumplen cuarenta años de la guerra y todavía nos deben diez años de sueldo. Nos deben las coberturas médicas y a nadie le interesa nada”.
“Del pueblo, los veteranos recibimos afecto todo el año pero los políticos que hemos tenido y seguimos teniendo, solo piensan en aumentar sus sueldos, en darles dinero a un montón de tipos que nunca jamás trabajaron de nada y que no hicieron absolutamente nada por el país, solo lo sangran al país a diario, nos sacan plata del trabajo y de los impuestos que pagamos para darle vagos que están en las calles estrenando las mejores zapatillas, los mejores celulares mientras que nosotros, tenemos que laburar cuanto tiempo porque no nos alcanza para comprarnos ni un par de calzados”, dijo con mucha tristeza.