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Restaurar la República para construir el futuro

Sabado, 02 de abril de 2022 02:12
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Un sistema republicano se sustenta en la renovación periódica de autoridades, en la división de órganos y funciones, y en la independencia del Poder Judicial. Un Estado de Derecho se caracteriza porque el accionar de los gobernantes se ajusta a los parámetros preestablecidos por la Ley Fundamental y suprema. Pero ni un sistema republicano ni un Estado de Derecho complacen a los gobernantes populistas a los que les molestan los límites, y para quienes la legitimidad democrática de origen que les confiere el voto popular los convierte en soberanos representantes del pueblo, a cuyos integrantes los prefieren pobres, ignorantes y fanáticos para poder engañarlos y someterlos. Consideran vetusta la teoría de la división de poderes e independencia del Poder Judicial, y que, todo lo que debe funcionar en forma independiente conforma un bloque de "contrapoder" del pueblo. Son ideológicamente autócratas, pero no autócratas antidemocráticos, porque creen en la titularidad del poder en el pueblo, sino autócratas antirrepublicanos, porque les sofoca aquello que no pueden controlar: jueces, fiscales y periodistas.

De algún modo no está mal que esta ideología autocrática se ponga de manifiesto con frases y reacciones bien claras y contundentes, porque tal vez así, a la hora de votar en las próximas elecciones, ya no solamente ingrese en el análisis popular la gestión de un gobierno en la pandemia, la inseguridad o la situación económica, sino también la compulsa de dos ideologías diferentes: la de quienes valoramos el ejercicio del poder sujeto a los límites constitucionales y la de quienes tienen una visión autocrática de la cosa pública, caracterizada por la intolerancia a cualquier límite al ejercicio del poder.

La estrategia de los gobiernos autocráticos pasa por engrosar los planes de asistencia hacia las personas en situaciones de vulnerabilidad, pero a la par se instrumentan políticas que sepultan las variables capaces de crear riqueza, desarrollo y empleo, propiciando reformas constitucionales para desguazar la democracia; produciendo la domesticación del Poder Judicial sin importarles que el problema más grave de la justicia es la intromisión de la política en la decisión de las causas, desentendiéndose además de una de sus perniciosas consecuencias, por cuanto la inseguridad jurídica que ello ocasiona desalienta la inversión.

Conceptualización de democracia

Joseph Schumpeter en "Capitalismo, socialismo y democracia", expone que la democracia es un procedimiento político que solo funciona en países desarrollados a los cuales se refiere como sociedades capitalistas "en su estado de madurez" que exigen a los ciudadanos respeto por la ley y tolerancia hacia las diferencias de opinión. Plantea los peligros que supone la profesionalización de la política, entre ellos, el afán de perpetuarse en el poder, la corrupción, y la posibilidad que acabe atrayendo a los menos capaces. Se ha preconizado que la solución que propugna el economista no es consistente al propiciar una concepción autocrática de la democracia a la que reduce a un simple procedimiento electoral y que no se puede hablar de democracia en una sociedad capitalista que está lejos de llegar a su "estado de madurez" y cuando hoy más de un 42 % de los argentinos está sumido en la pobreza.

Luigi Ferrajoli ya alertaba que el aumento del desempleo y la reducción de salarios y jubilaciones va ocasionando el deterioro de la democracia, destinado a agravarse si no se revierte esa tendencia.

El prolongado liderazgo de una concepción autocrática de la política contraria a la Constitución representa un obstáculo para forjar un sentimiento patrio fiel a una ideología, que pueda poner a resguardo a amplios sectores de la ciudadanía o a líderes de la oposición, de las tentaciones de gobernantes inescrupulosos que procuran votos o apoyo a sus planes a cambio de prebendas o recompensas inmerecidas, logrando así - quienes sucumben a ello - un empoderamiento político, social o económico, sin reparar en la indecencia de su comportamiento, o de quienes ejercen el travestismo político, en el que, por la reiteración de ese tipo de conductas se van convenciendo de su normalidad.

La sociedad percibe un alto grado de desconcierto e improvisación de sus gobernantes, sin capacidad de gestión económica ni contención social, lo que redunda en escepticismo y resignación, de lo que no atinamos a salir y que nos va aniquilando progresivamente. Pero, más alarmante que ese deterioro, es que los ciudadanos lo toleren.

¿Cómo cambiar esta situación?

El voto sirve para poco en este sentido si el pueblo no lucha por una auténtica separación de poderes y se moviliza para que los organismos de control dejen de estar en manos de aquellos a quienes deben controlar. De ahí que la democracia no pueda agotarse en un simple acto eleccionario. Es más urgente que nunca promover desde las bases la posibilidad de una democracia plenamente republicana y participativa. Vivimos tiempos peligrosos, no tanto por culpa de la gente causante de tal degradación, sino de quienes se sientan a ver qué pasa, peor aún de los adictos a la política del avestruz y la de aquéllos que siguen mirando a otro lado mientras cuenten con la protección o favor estatal.

Estímulo para el cambio

Es imprescindible que nos preguntemos dónde encontrar la motivación o la oportunidad para lograr un cambio que nos devuelva la esperanza de alcanzar un bien común.

Las movilizaciones colectivas demostraron que la ciudadanía se muestra dispuesta a hacer frente a las groseras inequidades, marchando en forma pacífica, pero que algún día puede estallar por el cansancio de la sociedad ante el agotamiento de un modelo político, económico y social, y en la que muchos claman por una nueva política “redistributiva” que aliente la inversión productiva y que evite la deriva populista en la “res pública”. 
Nuestra historia ha evidenciado la fuerza que tienen las personas cuando se juntan para defender una causa, es lo que el mundo demanda, pero a ello hay que acompañarlo de otras acciones.
Erich Fromm en “El miedo a la libertad” aborda sus dimensiones diciendo que, una cosa es liberarse de algo (independizarse) otra cosa es liberarse para algo, esto es liberarse en una dirección, y con una finalidad. Con las conductas reactivas nos hemos venido “liberando de” en forma permanente, pero no hemos logrado incorporar este segundo grado de libertad que es la “libertad para” construir un porvenir. 
En el instante en que dejemos de lado la tolerancia al fracaso y nos embarquemos a elaborar un proyecto dialogado y consensuado de país que hoy es inexistente vamos a inaugurar una senda que nos dará la posibilidad de engrandecernos como Nación. 

Revertir el detrimento democrático 

Para superar el estado de quebrantamiento - del que procuran sacar provecho los autócratas de la región- debemos trabajar alineados.
Aprendimos a condenar dictaduras y golpes de estado, pero poco hemos hecho para exigir al poder en democracia eficacia y el cumplimiento de la ley. Es menester defender la institucionalidad, convocar a los ciudadanos a que se comprometan en la búsqueda de un futuro libre de los despotismos que pretenden imponerse bajo fachadas democráticas. Será ello una cruzada nacional, evitando luchas fratricidas para terminar con el estancamiento, lo que requiere que los sectores políticos y académicos pensemos alternativas para reconstruir un nuevo modelo institucional que mejore la democracia representativa. 
Para ello es imprescindible que surjan líderes que tomen esta agenda y que las nuevas generaciones sean los protagonistas de esta innovación. La información pública y la educación cívica son esenciales para lograrlo.
Al momento de defender los valores republicanos, las disciplinas fiscal y monetaria y el respeto por los derechos de propiedad, nadie puede argumentar que ello le resulta ajeno, sobre manera a quienes tienen responsabilidades de liderazgo y que, siendo capaces de comprender la urgencia del contexto histórico que nos toca vivir, actúen en consecuencia.

La responsabilidad del futuro 

Probablemente, en consonancia con lo dicho, debamos dejar de lado la concepción existente en tanto pregona que, para salvar al país es preciso derribar al oponente político.
Es fundamental marcar un norte sobre qué esperamos de toda nuestra dirigencia política.
Estamos viviendo en un país donde no existen medidas a largo plazo, y esa falta de horizonte estratégico es poco propicia para proyectar un mejor mañana. 
Atento a los desafíos internos de la Argentina y a aquellos que plantea el contexto mundial, condicionado ahora por las consecuencias de una cruenta guerra ya iniciada, debemos unirnos para alcanzar una auténtica transformación antes que sea demasiado tarde y cuando ya no haya nada que se pueda hacer. Se trata de fijarnos metas y diseñar acciones concretas hacia lo que aspiramos, más allá de la mera retórica que tan cansados nos tiene la vieja política e ir elaborando “in mente” un mecanismo que materialice políticas de Estado capaces de trascender las gestiones de gobierno. 
Se han agotado las arcas del Estado, por lo que al pueblo solo le queda la posibilidad de construir con esfuerzo y trabajo su propio destino, o caer en el clientelismo, forma explícita de degradación política y moral. Si lográramos revertir la dirección de este proceso decadente, la velocidad de despegue podría ser prodigiosa, toda vez que el factor condicionante que impide que Argentina levante vuelo en los próximos años se centra en la ausencia de expectativas, pero si tenemos en cuenta que no estamos en tiempo de cosecha sino de siembra, tan pronto logremos avizorar el punto de partida para colocar la primera semilla, ello obrará como un poderoso disparador para que el ansiado despegue comience a tomar cuerpo. Encarar nuestro destino como sociedad implica auspiciar el surgimiento de liderazgos positivos capaces de proponer los consensos que, respetando los principios republicanos renueven para las próximas generaciones la naciente expectativa de lograr una verdadera democracia constitucional.
La hora nos exige actuar con decisión, coraje y solvencia, no solo para hoy, sino para preparar un mañana que nos permita vislumbrar un mejor porvenir para nuestros hijos.

 

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