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La desintegración del poder en la Argentina 2022

Jueves, 16 de junio de 2022 02:26
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Tres episodios de los últimos días pueden testimoniar la delicuescencia (debilidad y decadencia) política del país: las peripecias que culminaron con el desplazamiento del ministro de Producción, Matías Kulfas (incluyendo la áspera nota de dimisión presentada por este), el "desmesurado" intercambio epistolar entre dos figuras principales de la oposición: Mauricio Macri y el presidente del radicalismo, Gerardo Morales, y la acción judicial que dirigentes del PRO iniciaron en relación con la construcción del gasoducto Kirchner ("Hoy está interviniendo la Justicia y es muy probable que terminaremos pagando en el invierno de 2023 el gas a 28 dólares, en lugar de a 4 dólares", sintetizó Paolo Rocca, el número uno de Techint, el holding a cargo de la construcción del gasoducto que se alimentará con la producción de Vaca Muerta).

Las denuncias cruzadas y motivadas por el faccionalismo político son obstáculos que el sistema político interpone con espontaneidad a una herramienta de crecimiento y progreso del país. Para el relato que se ha impuesto en los medios parece fundamental sostener que la señora de Kirchner le ha arrancado una nueva concesión al Presidente. Esta narrativa, limítrofe con la novelística que se regodea reduciendo cualquier conflicto a peripecias íntimas o tensiones personalizadas, deja frecuentemente de lado hechos y tendencias más significativas.

En cuanto al culebrón que involucra a Fernández y a la vice, carece de toda relevancia ocuparse de quién manda sobre quién cuando lo que va quedando claro para todo el mundo es que no manda ninguno, que lo que se impone es una creciente impotencia, maquillada con gestos y discursos erráticos o inconducentes. El presidente ya había dejado desgastar la centralidad que la Constitución y la tradición política argentina otorgan a la figura presidencial, un comportamiento que daña al sistema político, es la clave de una creciente ingobernabilidad y, en términos de construcción de vínculos y alianzas, solo puede incrementar la desconfianza.

La vice, por su parte, no consigue transformar sus deseos en realidades. La batalla en que está empeñada con la Justicia hasta el momento solo le ha ocasionado derrotas y su actual jugada, en la que ha conseguido apalancarse con una docena larga de gobernadores y hasta con el ala jurídica de la Casa Rosada, va camino de empantanarse en el desierto. La pretensión de transformar la Corte Suprema en una corte federal y multiplicar por cinco el número de sus integrantes puede ser aprobada por el Senado, más difícilmente puede alcanzar la mayoría simple de la Cámara Baja, pero, en definitiva, la eventual designación de los integrantes de esa corte federal necesitaría mayoría especial (dos tercios) en el Senado, una performance que el oficialismo no está en condiciones de cumplir actualmente (si se cumplieran las profecías derrotistas de la propia señora de Kirchner, menos aún en el próximo período).

La pérdida de poder del binomio electoral de 2019 se difunde a todo el sistema político y se refleja en episodios como los de los últimos días o en el insidioso proceso inflacionario.

Esa inquietud atraviesa actualmente, con diferentes intensidades y distintas perspectivas, a la mayor parte de lo que a veces se define como "clase dirigente".

Hay quienes temen que una situación signada por una presidencia anémica, un sistema de poder disgregado y obturado, una inflación descontrolada y una sociedad sofocada por la decadencia y la inseguridad pueda desembocar en algún estallido y una crisis institucional grave. Algunos se consuelan con la idea de que, aunque graves, los desequilibrios y tensiones terminarán canalizándose a través de los mecanismos electorales (primarias abiertas y comicios generales), actitud que apuesta con optimismo a la paciencia social y a la elasticidad de los factores económicos y políticos que es preciso articular (encoger subsidios, achicar el déficit fiscal, aliviar la carga impositiva, estimular la inversión y las exportaciones, evitar el retraso de salarios y jubilaciones, etc.).

En el oficialismo, detrás de la señora de Kirchner se agrupan sectores partidarios de un creciente intervencionismo estatal y del incremento de la presión impositiva, auspiciantes de un verticalismo distribucionista indiferente a las cuestiones de equilibrio fiscal, y, de hecho, a la inflación. En la oposición, "los halcones", que se referencian principalmente en Mauricio Macri y Patricia Bullrich, abjuran del gradualismo (Bullrich preconiza un "cambio profundo, valiente", Macri privilegia el "cambio" sobre el "juntos", una manera de alertar sobre los compromisos que imponen las alianzas: alusión al progresismo radical y también a la búsqueda de Horacio Rodríguez Larreta de una "coalición del 70 por ciento").

La radicalización de esos dos liderazgos enfrentados (CFK "por izquierda" - MM "por derecha") coincide con la circunstancia de que ambos, según la mayoría de los estudios demoscópicos, cuentan con una notable opinión negativa en la sociedad, lo que suscita en sus respectivas coaliciones tendencias centrífugas. La erosión, como se ve, no se produce solo en el oficialismo, sino también en la fuerza que se presenta como alternativa.

No es extraño que, ante el disconformismo que propician el Gobierno y la principal oposición, surjan contestaciones de distinta naturaleza. Desde la derecha, Javier Milei explota la veta de la antipolítica, que le está rindiendo buenos frutos en las encuestas. En el peronismo se trabaja en otras alternativas.

Como se ha dicho, los problemas internos y las fuerzas centrífugas no afectan exclusivamente al Frente de Todos (o, más ampliamente, al peronismo): la oposición también padece esos procesos. La tensión interna del PRO (entre la moderación y búsqueda de acuerdos que quiere encarnar Horacio Rodríguez Larreta y el principismo neoliberal que enarbolan Mauricio Macri y Patricia Bullrich, que coquetean y compiten simultáneamente con el libertario Javier Milei), constituyen un capítulo de esos cruces.

Otro, no menos importante, es la discusión con el radicalismo, vigorizado y con sus pleitos bien contenidos en la reciente convención partidaria, que espera adquirir en la próxima etapa una personalidad mucho más autónoma que la que mantuvo en una coalición en la que prevaleció el PRO, particularmente durante la etapa de gobierno. El cruce de estos días entre Macri y Gerardo Morales es una luz amarilla que, paradójicamente, encienden los radicales. 
La figura de Macri y la capacidad del sistema político de evitar una grave crisis de gobernabilidad antes de los comicios son dos factores que probablemente determinarán en los próximos meses la continuidad o no del radicalismo en Juntos por el Cambio. Si Macri llegara a ser el precandidato seleccionado por el PRO para intervenir en una primaria es muy dudoso que el radicalismo quiera seguir asociado a esa coalición. 
En otras circunstancias la erosión de los liderazgos oficialistas podría encontrar un reemplazo natural en la oposición. Sucede, sin embargo, que en el seno de Juntos por el Cambio, incluso contando con la ventaja competitiva de un oficialismo enredado en su propio agotamiento, se reproducen rasgos de faccionalismo e impotencia que parecen cerrar ese camino. No un sociólogo, sino un político práctico -el intendente de San Isidro, el radical Gustavo Posse- extrajo la conclusión pertinente: “La teoría de que, porque empeora el Gobierno y empeora la situación, algún candidato va a mejorar, es una teoría fallida. En esta situación, todos empeoramos”. 
Este “cul de sac” desconcierta a más de un analista: si no hay una alternativa opositora viable podría sobrevivir -como se alarma el diario fundado por Bartolomé Mitre- el menguado poder actual o, eventualmente, irrumpir la quimera anarquizante que se evidencia en el rating que actualmente obtienen los libertarios de Javier Milei. No habría que excluir, en rigor, la posibilidad de que la historia avance por su lado oscuro, que la superación de la crisis del sistema político, en lugar de producirse a través de la sustitución de una coalición existente por su contraparte, encuentre su camino a través de una dialéctica de la disgregación, que genere reconstrucción (nuevos agrupamientos, coincidencias que sobrepasen los anacronismos, emergencia de nuevas generaciones) y un nuevo liderazgo. Lo esencial es invisible a los ojos. 
 * Jorge Raventos es miembro del Centro de Reflexión para la acción política Segundo Centenario.
 

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