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El atentado cometido el primer jueves de septiembre contra Cristina Fernández de Kirchner agudizó brutalmentetensiones que ya habían alcanzado una alarmante tirantez, en particular desde que los fiscales federales y Molla reclamaron una condena de doce años de cárcel para la vicepresidenta. Afortunadamente, la pistola aquel jueves, a 15 centímetros de la cabeza de la señora de Kirchner, no disparó un proyectil que hubiera sido letal. Gracias a que falló un arma el país no debió lamentar un magnicidio ni las consecuencias que tal circunstancia hubiera provocado.
La lógica de la "guerra civil"
Que el episodio no haya tenido un final desgraciado habrá permitido evitar los choques físicos, pero no la intensificación de los simbólicos, que solo estuvieron en pausa por un instante (hubo una declaración conjunta de oficialismo y oposición en el Congreso de repudio al atentado). En seguida -en algunos casos, sin esperar a que se conociera más de lo ocurrido- brotó la interpretación de que el hecho era "un simulacro", "una pantomima inducida por el kirchnerismo" para a la vicepresidenta, mientras del lado opuesto del dial ideológico parecía claro, también desde el primer momento, a quién había que culpar por la agresión: era cosa de "la derecha" sembradora de odio, un combo en el que se mezcla en proporciones desparejas a políticos opositores, jueces, fiscales y comunicadores.
Esas voces extremas y contrapuestas buscaban -cuando el país no salía aún de la angustia, la perplejidad y el desconcierto- sacar rédito para sus respectivos bandos ratificando y ahondando la dialéctica de la grieta. Enfrentados en todo, esos grupos intransigentes coinciden sin embargo en un punto: la única paz posible reside en la eliminación, la erradicación del otro sector: "el neoliberalismo" para unos, el "kirchnerismo" (eufemismo que remite, en rigor, a la herencia cultural que dejó el movimiento creado por Juan ), para los otros. "Ellos o nosotros". En última instancia, los mueve una lógica de guerra civil, aunque no se atrevan a mencionarla.
El fallo que aún no se dictó
Tanto el fracasado magnicidio como la ayuda inestimable de algunos de sus enemigos han consagrado a la señora de Kirchner una revalidada en el Frente de Todos, apuntalada por el desfallecimiento de la figura presidencial. Esos hechos ya habían logrado, antes del malogrado disparo del jueves 1, que buena parte del peronismo -con más resignación que entusiasmo- firmara al pie de sus a la Justicia en general y a los fiscales que pidieron para ella 12 años de prisión en particular. La pelea con la Justicia es una prioridad de la señora.
El activismo que expusieron los fiscales en su alegato había espoleado el entusiasmo de los sectores más fervientemente pero también azuzó la reacción de los fieles de la vicepresidente y la pulsión por la réplica que suele invadirla a ella misma. Conviene no olvidar la ley física de acción y reacción.
Tras los alegatos acusadores, la señora de Kirchner ofreció su extensa y vehemente respuesta tribunales a través de sus propias redes electrónicas. El aparato residual de La y sus satélites promovió una demostración frente al Senado, que la vice acompañó saludando ritualmente desde los balcones en un movimiento más de mimetización con el peronismo, cuya sombra, que más de una vez desdeñó, pasó a buscar ahora para guarecerse de la tormenta. No se trata de "", sino más bien de precipitada irrupción.
Es singular: tanto la vice como sus confunden la acusación de los fiscales con una sentencia (ella misma sostiene que "la sentencia ya está escrita") y en eso coinciden con la gama más furibunda de la oposición, que se muestra persuadida de que los jueces no pueden sino dar por demostrada la acusación de la fiscalía y aplicar la condena que ella reclama. Esa certeza no abarca, sin embargo, a todos los opositores. Miguel Ángel , por caso, ha apuntado que "va a ser muy complejo y difícil cerrar el esquema probatorio en orden de la asociación ilícita, una figura muy compleja y difícil de acreditar".
Después de que hablen las defensas, los jueces deberán evaluar en una atmósfera política que, quizás no alcanzó aún -atentado incluido- su temperatura máxima.
En cualquier caso, inclusive después del atentado, la vice parece convencida de que no debe aguardar mansa y paciente que los jueces eventualmente descubran fisuras en las acusaciones, sino que le conviene una espera activa, movilizando sus escuadras, reconstruyendo su liderazgo, desafiando simultáneamente a la Justicia y a la oposición así como condicionando a sus socios y aliados.
Esa opción le ha dado réditos en dos planos: le permitió, en lo inmediato, reagrupar al oficialismo en torno de su figura y, además, alimentó los embrollos internos de la coalición opositora, donde a la creciente rivalidad entre radicales y Pro hay que sumar las divergencias internas en esta última fuerza, que son más complejas que una pelea entre halcones y palomas.
Contradicciones ajenas
El gobierno de la ciudad se encontró acorralado: la anomalía en una zona habitada en abrumadora proporción por votantes de Juntos por el Cambio, exigía una reacción; los sectores más duros de su coalición (y de su propio partido), con el influyente eco de los comunicadores adictos, le reclamaban que ejerciera la autoridad con firmeza.
Rodríguez Larreta se resistía a que las fuerzas policiales porteñas quedaran involucradas en una escalada de violencia. Buscó combinar firmeza y equilibrio. Patricia lo atacó con dureza imputándole "debilidad y miedo" y el pecado de dejarse copar la calle por el kirchnerismo.
No es una política ingenua. Compite con el jefe porteño -aspirante a la candidatura presidencial, como ella- por la simpatía del núcleo duro electoral de en la ciudad de Buenos Aires. En fin, está atenta a lo que ocurre con el electorado. Según una encuesta reciente hay una gran porción de futuros votantes (38%) que dice preferir que el próximo gobierno sea de un partido nuevo, no del Frente de Todos ni de Juntos por el Cambio. Ella entorna la puerta para negociar con Javier Milei. Su terco silencio frente al intento de agresión contra se inscribe en esa línea.
Pero, además, ella aspira a cerrarle a Rodríguez Larreta el camino a cualquier búsqueda de acuerdos con el peronismo. Ese mismo temor inspiró, tres semanas antes, una de , que cargó contra una legión de líderes de Juntos por el Cambio previendo la influencia y capacidad de seducción de Massa e interpretando los vínculos que conoce o presiente entre él y sectores de Juntos por el Cambio como indicio de una conjura para romper a la oposición.
En rigor, la oposición parece no necesitar ayudas externas para esa tarea.
Massa, en la disyuntiva
Convendría, a esta altura, analizar la consistencia y proyección de los logros alcanzados por la señora de Kirchner. Indudablemente, ella gana por ahora en el universo en el que el kirchnerismo se ha visto sumergido. Sucede, sin embargo, que ese predominio interno viene acompañado de un debilitamiento general del oficialismo. El presidente elegido por la señora de Kirchner navega con la brújula averiada, ella está concentrada en su agenda judicial y conduce desde ese mirador.
La hegemonía de la señora de Kirchner, atada a su pelea con la Justicia, conduce al peronismo a un posicionamiento muy marginal y a una suerte electoral que preocupa a sus actores más importantes. Los gobernadores por ahora piensan en preservar su territorio de cualquier catástrofe. Los sindicalistas tienen menos capacidad de refugio, pero dan señales: han evitado la convocatoria a un paro apuntado contra los jueces que se les reclamaba.
Es probable, pues, que los logros de la vice de estos días no tengan una vida extensa. Hoy, la figura más activa del gobierno es Sergio Massa, que aunque no ha marcado ningún gran gol desde que asumió, es responsable de un cambio de clima económico y de una mejora de las expectativas, pese a lidiar con una situación dramática de las reservas del Banco Central.
Pese a que el rumbo en el que navega Massa no necesariamente coincide con el que la señora de Kirchner preferiría, ella debe resignarse a él porque la obliga la crisis y, además, seguramente comprende que no tendría fuerza suficiente para atender al frente económico mientras se ocupa de su guerra judicial. Esa debilidad de ella le ofrece a Massa grados de libertad para encarar su rumbo.
La vicepresidenta necesita, además, que él tenga éxito pensando en que precisa una fuerza electoral competitiva en las elecciones del año próximo.
Massa, avanzando entre escollos, logró apenas llegó la refinanciación de la pesada deuda en pesos con vencimientos inminentes. Consiguió hacerse con el control del área de Energía y colocó allí a personas que sintonizan con su criterio, que la reducción marcada de los subsidios, tanto para bajar el gasto público como para inducir un mayor control del consumo.
Y esas políticas comienzan a aplicarse.
Consiguió designar como número 2 de su cartera a Gabriel , un prestigioso economista, ortodoxo y realista, y acaba de acordar con las organizaciones del sector agroindustrial una devaluación acotada al rubro soja y al mes en curso, que garantiza a los productores una mejora de precio de 40% y al Estado un ingreso de divisas de unos 5.000 millones de dólares en septiembre.
El costado más vulnerable de Massa es el tiempo: la materia con la que trabaja exige acciones veloces y proyección prolongada.
La tensión de la grieta, la confrontación constante, son obstáculos para la concreción de esos objetivos, pero empieza a aparecer un hastío de esos obstáculos y el reclamo sordo de una plataforma de gobernabilidad amplia y realista. El programa que empieza a desarrollar Massa introduce puntos para un nuevo consenso que supere la dialéctica de la grieta, el estancamiento y el empobrecimiento social.
Lo que está en crisis es un sistema político en el que prevalecen minorías intensas. La solución pasa por construir otro.
* Miembro del Centro de Reflexión Política Segundo Centenario