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El desorden estructural, académico y docente en el país alcanza magnitudes considerables, por cierto, pero regido por un factor preponderante en la mayoría de las casas de altos estudios, caracterizado por un absoluto desconocimiento de sus resultados concretos y balances económicos y educativos.
Mientras se discuten los recursos presupuestarios en el parlamento, y el gobierno no alcanza a manejar más acertadamente el conflicto, algunas universidades nacionales se caracterizan por sus conducciones controvertidas con su finalidad, como entregar con pretensión académica premios y títulos de honoris causa a dictadores, a militantes condenados por corrupción, o acordar seminarios con organismos oficiales rusos de propaganda, para pretendidos postgrados en canales globales de noticias (como las Universidades de La Plata o Buenos Aires) contrastando con los gobiernos de la UE y los EEUU, que las prohibieron dados sus objetivos claramente de espionaje.
Esas y otras conductas institucionales políticas y académicamente inapropiadas cometidas por algunas de nuestras casas de altos estudios, incluyendo aspectos graves de manejo, administración de recursos, y niveles de jerarquía académica y docente, que constituyen los ítems sobresalientes para analizar, corregir y definir. Mientras tanto, nuestros estudiantes deberían ponerse a tono con el resto del mundo desarrollado, y abjurar de tomas de edificios de facultades, ocupaciones indebidas de vía pública, y demás mamarrachos inaceptables en el ordenamiento de una nación responsable.