¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
15°
26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

El odio moviliza, y no solo en EE.UU..

Jueves, 18 de julio de 2024 02:32
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

El atentado contra la vida de Donald Trump en Pennsylvania es un síntoma de una enfermedad más bien mundial. Por supuesto que hay condiciones específicas en Estados Unidos que hacen al intento de asesinato un suceso repetido en su historia política.

La libre portación de armas y la incapacidad de menguar el mercado paralelo no logran por si solas explicar lo ocurrido en Butler. Pero sí, cuando se los asocia con los casi ocho años de antagonismo y utilización de discursos de odio para denigrar al oponente político. La frecuencia con la que logra dividir, enemistar, burlar, desestimar y hasta odiar al contrincante político explica que después veamos víctimas fatales por parte de fanáticos que los moviliza el odio, el castigo al que piensa diferente y la idea magnánima que el disenso es traición.

Digo que es un fenómeno mundial – aunque más frecuente en Estados Unidos – porque lo mismo le paso a Fico en Eslovaquia, a Abe en Japón, a Cox en el Reino Unido, a Bolsonaro en Brasil, y a Cristina Kirchner en nuestro país. Cuando decimos que el odio moviliza y nos quejamos de retóricas que dividen y denigran, pensamos en el riesgo político, de encuestas, de focus group. No siempre pensamos que el que escucha, a veces digiere lo dicho en formas diferentes, extremistas y hasta literales. El actor político saldrá a decir que la intención es la diferenciación usando algún subjetivo altisonante, pero para la persona que consume información sin análisis, y más en redes sociales, el llamado a la acción puede ser contundente, y mortal.

Los riesgos de la comunicación instantánea hacen que lo efímero sea viral y la exageración como base para la acción. Las palabras importan cuando se tiene el poder del tiempo, el micrófono y la movilización política. La amenaza y los peligros de jugar con la división como única estrategia política de diferenciación tienden a subestimarse hasta que un joven de 20 años obtiene el rifle de su padre, se sube a un tejado y dispara contra el candidato opositor que lidera las encuestas y es expresidente; y mata a una persona, hiriendo a dos más. O una organización motorizada por el odio llega hasta la cara de una ex presidenta que se salva porque el arma no gatilla.

Cada momento de violencia política es la mejor verdad y evidencia del grado de desestabilización y aplastamiento del sistema democrático. Las diferencias políticas solo deben tomar forma en el plano de las ideas, de la gestión y de los recursos propios de la justicia y las instituciones.

Cuando la inhabilidad de convencimiento se reduce a discursos de odio, a denigraciones obsecuentes y al facilismo de la burla por sobre la substancia y el rigor técnico, la posibilidad de violencia se incrementa. Jamás habrá justificación posible para ningún acto de violencia – política o no – dirigida al que no piensa como uno. El egoísmo magnánimo del que se cree dueño de la verdad violenta la decisión comunitaria de regirse por un sistema democrático donde a medida de votos se logran acciones políticas concretas.

Saltar el debate para resolver con un revolver lo que demanda la democracia es una forma más de totalitarismo. Por eso, cuando candidatos, dirigentes o funcionarios juegan con los riesgos de la desobediencia popular y adhieren a calificativos de enemigo-amigo, incrementan el riesgo de sobrecargar a las instituciones que esos actos obvian. Todo esto tiene una importancia máxima cuando un país debe elegir en dos visiones radicalmente diferentes.

Ni Biden es Trump, ni Lula, Bolsonaro. Pero cualquier actor político debe obrar en consecuencia con el sistema democrático. Reglas claras: se disiente en materia de ideas, se acompaña en la derrota, se disputa en un congreso. Cuando las condiciones más básicas de convivencia democrática dejan de importar, los límites a la acción violenta también van desapareciendo. Instaurar división pensando que el consumidor lograra entender que es solamente una estrategia de likes es demasiado riesgo para una sociedad polarizada, agrietada y capaz de actuar bajo el pretexto de cuidar o mantener alguna mentira vendida como verdad. Las palabras y las acciones de quienes gobiernan o pretenden hacerlo importan. Cómo se canalizan también. Si dejan a la deriva la interpretación y no clausuran discursos de odio, los resultados son siempre lamentables. Sobre todo, porque no hace falta utilizar la movilización de odio cuando la política es justamente todo lo opuesto: es el festival de ideas, y de debate en búsqueda de la mejor solución. Claro, al que necesita vender un like o viralizar contenido o aparecer en canales de televisión, todo esto no lo motiva. Pero cuidado, los extremos discursivos, aunque motivantes, pueden desbordar el orden público e institucional.

Por todo esto, el atentado contra Trump debería servir de recordatorio locuaz para desistir de la división, las burlas y los bulos. Es recomendable volver a encauzar el debate, por más duro que sea, dentro de los límites de la moderación, la disonancia con altura y el civismo.

Las elecciones en Estados Unidos – nos guste o no – son un factor importante para las economías emergentes como la Argentina. Sería siempre preferible esos comicios se den de manera normal, ordenada y sin sobresaltos como un asalto al Capitolio o un intento de asesinato.

En Argentina igual. Aunque el Pacto de Mayo (en Julio) no contenga ni una palabra sobre la convivencia democrática, hoy sobran ejemplos de adjetivos usados para construir una lógica de amigo - enemigo. Cuidado. La tensión trae más tensión y los riesgos de simplificar la vida democrática argentina con una simple fórmula binaria daña el tejido social. Está muy bien explicar una idea concreta, una medida ejecutiva, una visión de país, pero si es a base de división, si es a fuerza de movilizar el odio, o si es sólo factible a partir de una sola idea rígida, entonces, habrá menos debate y más riesgo de violencia política. Que lo que ya pasa en el mundo nos sirva de ejemplo, para poder ser mejores. Es necesario.

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD