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Tras la pandemia, gobernar será otra cosa

Domingo, 09 de agosto de 2020 20:34

Una de las formas que tiene nuestro país para crecer, en medio de una pandemia que aún no concluyó, es derribar los telones de la hipocresía y con ello dejar de fingir sobre cómo creemos que es la realidad; o mostrarla en una visión sesgada. La realidad tiene de irrefutable que es verdadera, se muestra tal cual es. 

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Una de las formas que tiene nuestro país para crecer, en medio de una pandemia que aún no concluyó, es derribar los telones de la hipocresía y con ello dejar de fingir sobre cómo creemos que es la realidad; o mostrarla en una visión sesgada. La realidad tiene de irrefutable que es verdadera, se muestra tal cual es. 

Debemos estar prestos a recuperar la ética del trabajo y la solidaridad, como motores de una conciencia dirigencial que se encuentra adormecida o anestesiada en vastos sectores de la sociedad, para que se erijan en directores de espíritus y se renueve la capacidad innovativa. Indispensable para salir del letargo. 

Antes de la tormenta en un mundo atravesado por la pandemia, nuestro sistema de valores reclamaba a gritos un cambio estructural profundo. Es decir, salir de un relativismo paralizante para marchar hacia metas o intereses comunes. Salir de lo meramente individual y virar hacia el bien común.

Recibimos varios llamados de alerta y no supimos escucharlos. En un mundo superpoblado, donde se multiplican las necesidades de todo orden ya no podemos distraer nuestra mirada hacia otra parte, porque es la propia civilización la que está en crisis. Es la condición humana la que reclama sustento espiritual. 

Al igual que si hubiésemos salido de una gran conflagración a escala mundial, donde debe hacerse un control de daños, ya nada será igual. Que no sea igual no quiere decir que necesariamente deba ser peor. Es probable que los antiguos eslóganes del capitalismo especulativo deban ceder definitivamente sus postulados mezquinos y egoístas a una visión productivista basada en el desarrollo integral de los pueblos. Tal vez la crisis que ocasionó el crash de 1929, haya sido más leve que la que se avizora. 

Claves de futuro

Sin embargo, lo único que jamás se les puede arrancar a los pueblos es la esperanza, que no es pueril ni utópica, sino que debe fundarse sobre una nueva escala de valores que premien la iniciativa privada y el desarrollo productivo. Porque así como en el pasado Alberdi sostenía que gobernar es poblar, en el futuro deberemos decir que gobernar será dar fuentes de trabajo genuino.

Pero gobernar será también ser ingeniosos para que todo el sector productivo recupere plenamente su fuerza y potencial y no tenga trabas, obstáculos. Y lo será, además, tener proyectos estratégicos no mayores de dos a cuatro años, como norte hacia el cual se dirijan la Nación y la Provincia, en un devenir en conjunto. 

La burocracia que como tal es el correcto funcionamiento y organización de la administración pública, en la actualidad ha tomado una connotación negativa y peyorativa. 

Hoy, realizar un trámite se ha convertido en una suerte de batalla. A mayores trámites, mayor paralización de la actividad económica. 

Se debe recuperar la carrera administrativa, para que el empleo público no solamente recupere su eficiencia sino también su autoestima. En una crisis de la magnitud de la actual, la ineficiencia contribuye a que se propague, la burocracia a que se ralentice y las demoras eternas a que todo sea más caro; a que se disparen los costos.

Justicia en la era digital

En el sistema judicial, por ejemplo, se observa otro tanto, de allí que se propicie la instauración plena del expediente digital, en forma integral, sin plazos irrisorios, sino que se produzca una sinergia entre todos los poderes del Estado para que pueda funcionar en forma adecuada, eficiente y transparente. 

Un expediente no es un cúmulo de papel, es una persona en búsqueda de justicia, que necesita que se la imparta. Así no es posible ni producir, ni desarrollarse. Cuando el papa Pablo VI publicó el 26 de marzo de 1967 la encíclica “Populorum progressio” entonces ya preocupado por el atraso y la marginalidad de los pueblos, sostuvo que el desarrollo es el verdadero nombre de la paz. Mucho años más tarde, el economista y Premio Nobel bengalí Amartya Sen, sostuvo que el desarrollo se basa en la libertad. Amartya dice que: la pobreza y la falta de oportunidades económicas son vistas como obstáculos en el ejercicio de libertades fundamentales. Desarrollo significa expandir la libertad de los seres humanos. El desarrollo no es un número. Amartya tiene una visión humanista de la economía, totalmente opuesta a las concepciones tradicionales, donde sólo los presupuestos superavitarios alcanzaban para colocar a un país como una economía pujante. Si esto fuese real, Brasil o la India, por dar solamente dos ejemplos, deberían tener a casi la totalidad de sus habitantes en condiciones dignas. Basta observar algunas fotos y leer algunos datos escalofriantes para comprender por qué el desarrollo no es un número.

Más allá de todos los padecimientos que vienen sufriendo los trabajadores, la producción, el comercio o el turismo por esta pandemia, no podemos olvidarnos jamás de la cultura. La cultura es el alma de los pueblos, su signo de identidad más característico y la forma de creatividad más excelsa que tenemos los seres humanos. La cultura es trabajo y los artistas sus cultores que deben tener contención y sosiego. La cultura es el sinónimo más sublime de la libertad y un idioma universal por el que todos los pueblos se unen. Los pueblos sin cultura están condenados a perderse.

Así es que nos parece que si el desarrollo es libertad, parafraseando a Juan Bautista Alberdi, la Constitución es como la carta de navegación de una embarcación tanto para cuando las aguas están calmas como para tiempos de borrascas. Eso nos obliga a reforzar y garantizar nuestras libertades fundamentales sin violencia, sino con respeto, con responsabilidad social y con observancia a la ley, para no ser “un país al margen de la ley”, tal como lo escribiera y describiera ese gran pensador que fue Carlos Nino. Por ello es que en su momento sostuvimos que la creación de juzgados contravencionales es una garantía para frenar los atropellos y los abusos que muchos ciudadanos y ciudadanas se han visto compelidos a soportar y sufrir. Es una oportunidad para aprender y de experimentar la expansión de la conectividad como factor de integración y convivencia. Sin ella, esta pandemia hubiera sido aún peor. 

Desafío federal

Asimismo, es una ocasión para reflexionar que el país se divida por regiones económicas y se realice una profunda reforma tributaria que permita que las fuerzas de la producción se vayan poniendo de pie para que no sigan exangües. El significado actual del federalismo, es una equitativa distribución de los recursos. Si no es así, provincias como las del Noroeste sucumbirán en el tiempo, víctimas de la marginalidad y la indigencia. Ante el escándalo moral que significa la pobreza no podemos permanecer impávidos. Mucho más en un país como el nuestro. Por eso el futuro, más que nunca, estará en ese despertador de conciencias que nos indique que ya nada puede volver a ser como antes y recuperemos los valores que en su momento nos hicieron una Nación pujante que no se imaginaba excluidos, ni postergados.

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