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“No se puede hacer un bombo de un ceibo talado, hay que hacerlo de árboles caídos”

José Gómez, un luthier, carga la trayectoria de su familia. Se define como un innovador.
Domingo, 19 de noviembre de 2017 00:23

José Gómez tiene el sonido de la música autóctona en su hablar pausado, bien en salteño y con los codos apoyados en la mesa.

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José Gómez tiene el sonido de la música autóctona en su hablar pausado, bien en salteño y con los codos apoyados en la mesa.

El hombre se constituye como la cuarta generación de luthiers. Tiene linaje. Su bisabuelo fue Félix Coro y su abuelo Lorenzo Coro. Su mamá se casó con un Gómez y ahí obtuvo otro apellido alejado de esa familia vinculada tradicionalmente a la construcción de los instrumentos musicales.

Una mesa en el medio del patio techado con chapas, el piso de cemento áspero, en un rincón una sierra sin fin y un fondo estilo vidriera cambalache con martillos, bicicletas, una damajuana huérfana, juguetes viejos, bidones vacíos; todo con un telón de fondo hecho de rollos de ceibo que José va consiguiendo gracias a los amigos que le avisan a dónde se van cayendo.

“Yo antes decía que me llamaba José Coro. Entonces iba a los festivales folclóricos y hacía eso para vender los instrumentos. Cuando mi hijo comenzó a jugar también con los instrumentos me di cuenta de que debía usar el apellido de mi papá porque quizás a mi hijo le haría falta. Él se llama Franco y sería la quinta generación de luthiers. Pero por ahora estamos esperando a ver qué hace de su vida. Tiene 16 años y junto a Agustina, que tiene 9, son los dos amores que me dio mi mujer Alejandra Márquez”, dijo José en su casa del sudeste de la ciudad. Lo cierto es que los Coro son ya una marca registrada en instrumentos musicales y su fama es internacional. A eso lo dicen los mejores, pero él decidió ser José Gómez.

En su casa con patio transformado en taller el hombre fabrica bombos legüeros, guitarras, charangos, violines, cajas chirleras, también bombos para turistas y repara todo tipo de instrumentos musicales.

De todo, lo que muestra orgulloso son sus bombos con corazón de ceibo. “Yo llevo mis bombos a los festivales. Todo se vende afuera. Para mí es mucho más fácil venderles a los músicos que a los turistas. El folclorista viene y con solo ver el bombo ya define la compra. Paga y se va. Luego los vemos en los escenarios y es un orgullo. En los festivales nos juntamos todos los luthiers a ver las presentaciones y de vista ya sabemos de quién es cada bombo, cada guitarra. Ahí sacamos conclusiones, charlamos y debatimos sobre los sonidos cómo van sonando”, comentó explicando de alguna forma la cotidianidad de aquella cofradía de artesanos.

Lo que sucede es que José se crió en medio de los cepillos, las gubias, escofinas, guatanas, los taladros, el aserrín. Desde los 13 años comenzó a experimentar y luego no paró nunca más. No lo dice pero es evidente que se especializa en los bombos.

“Yo busco salir de lo clásico. Primero aprendí a hacer los bombos según cómo lo hacía mi familia y ahora ya tengo nuevas técnicas, sonidos diferentes, experimentando materiales nuevos para perfeccionar el producto”, dijo.

El hombre explicó que estudia hasta el clima como condicionante para la fabricación. “En verano podemos hacer un bombo por semana por el tema de que el calor seca más rápido la madera. En invierno, en consecuencia, se demora más, quizás 10 días, pues la madera y los cueros son menos flexibles con frío”, enseñó.

Es por eso que la madera tiene que ser liviana y blanda. El ceibo, que pinta los cerros de rojo por estos tiempos de primavera, sirven de material principal. No los cortan. Los amigos le dicen por dónde van cayendo y él sale con su equipo y trae los troncos. Si lo tala al árbol el bombo no suena bien. También puede usar pacará o caspi zapallo.

“Hasta el tiempo para cortar es diferente según el clima. No es lo mismo cortar la madera en invierno que en verano. Todos estos aspectos los estudiamos y probamos. Es por eso que yo digo que estamos perfeccionando técnicas que fueron aplicadas durante muchísimos años”, dijo el luthier.

Y entonces, finalmente, saca uno de sus mejores bombos, esos que juegan en primera división, que son inmensos e impresionan a primera vista. Ese bombo mide 56 cm de alto por 44 de diámetro, tiene afinadores de cuero vacuno. El parche superior es de oveja y de chivo el inferior. Lo muestra orgulloso y dice: “Este es un legüero profesional”.

Su madera estuvo estacionada por dos años y se nota el amor con que lo tantea, se lo cruza y lo comienza a golpear como acariciando. No pesa nada, es muy desproporcionado al tamaño.

Y explica. “Nuestros bombos tienen la particularidad de que son curvos, bombeados. A la madera del profesional le damos un tratamiento diferente y logramos una curva por la cual tiene un sonido que es muy diferente el resto de los bombos. Muchos bombistos de varios grupos y de varios cantantes de folclore me compraron”, dijo el hombre y dejó picando ese desafío de comenzar a ver los bombos de los conjuntos folclóricos profesionales que actúan en los grandes festivales. Habrá que ver cuáles son los bombos del genial José Gómez.

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