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Argentina no tuvo ideas, convicción ni conducción

Sabado, 12 de noviembre de 2016 01:30
Argentina no tiene una Selección de fútbol, más bien parece que Argentina tiene un equipo de experimentación de la Ley de Murphy: todo lo que puede hacer mal, lo hace mal, o peor, calamitoso.
En Belo Horizonte consiente tantos adjetivos de orden negativo, tanta hipérbole, tanto apocalipsis futbolístico en ciernes, que más valdría describir parte del fenómeno, hasta donde se pueda, y entrever el futuro.
Pero en todo caso un futuro inmediato, un futuro a vuelta de la esquina, un futuro puesto al mero plazo fijo de 72 horas, en San Juan y ante Colombia.
No da para más: el Mundial de Rusia está lejos en el calendario, complejo en los puntos que constan en la tabla de posiciones y a años luz en términos de funcionamiento del equipo, del rendimiento de la enorme mayoría de sus estrellas y en consistencia de un director técnico, Edgardo Bauza, cada vez más desorientado, descascarado, superado por las circunstancias.
Si la Selección hubiera hecho un buen partido y pese a todo el resultado mostraba su cara más hostil, los efectos colaterales no habrían sobrepasado el consabido impacto de todo tropiezo, más el añadido de la entidad de un adversario especial y de un puntaje inquietante.
Pero la Selección no perdió jugando más o menos bien, no perdió en un partido parejo, no perdió después de dar la talla, no perdió en medio de una siembra gratificante.
No, rotundamente, no: la Selección perdió por tres goles que pudieron haber sido cuatro, cinco o seis, en clave de penoso desangelamiento, envuelta en su madeja de anarquía, de apatía, de sumisión ante un adversario crecido, es cierto, de flecha hacia arriba, admitido, pero que está lejos de representar la estación terminal de las maravillas.
Una Selección, la Argentina, sin fe, si nido, ni amor, ni conducción: ¿dónde ha quedado el Edgardo Bauza pensante, determinado, inspirador de equipos rocosos en la táctica y fríos de la sesera y a la vez de pecho caliente? Bauza, ya fue dicho en su momento, ha perdido su brújula: no se sabe qué quiere ni cómo lo quiere; no se sabe por qué y para qué dispone los jugadores en el campo y, a la vista está, tampoco se sabe por qué lo saca cuando los saca. Cuando terminó el primer tiempo había solo dos jugadores de presencia asegurada para el segundo tiempo: Messi por ser Messi y Enzo Pérez por haber sido el de nivel más alto...­y lo sacó a Enzo Pérez! Sin norte el DT y sin rebeldía los jugadores: Messi contribuyó con sus chispazos de talento hasta que se desataron los chaparrones y después se resignó ante lo inevitable. No está bien ni está mal, así es Messi, y a estas alturas esperar otra cosa de él supone la cuadratura del círculo. Messi al margen (predicador de desierto entre compañeros que tocan cuando tienen que acelerar, aceleran cuando tienen que tocar, y así), da toda la sensación de que el 90 por ciento de los cracks históricos, de los que se presumen inamovibles, ya han cumplido su ciclo con la Selección. Y no es que sean jugadores malos o sobrevaluados, que tal vez, por qué no; sencillamente se los ve desgastados, ajados, mustios, vacíos: sin una sola gota de determinación, de combustible, de fervor competitivo, de rebeldía bien orientada. Que levante la mano quien crea que la Selección pueda garantizar una victoria el martes. (Especial por Walter Vargas, Télam).
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Argentina no tiene una Selección de fútbol, más bien parece que Argentina tiene un equipo de experimentación de la Ley de Murphy: todo lo que puede hacer mal, lo hace mal, o peor, calamitoso.
En Belo Horizonte consiente tantos adjetivos de orden negativo, tanta hipérbole, tanto apocalipsis futbolístico en ciernes, que más valdría describir parte del fenómeno, hasta donde se pueda, y entrever el futuro.
Pero en todo caso un futuro inmediato, un futuro a vuelta de la esquina, un futuro puesto al mero plazo fijo de 72 horas, en San Juan y ante Colombia.
No da para más: el Mundial de Rusia está lejos en el calendario, complejo en los puntos que constan en la tabla de posiciones y a años luz en términos de funcionamiento del equipo, del rendimiento de la enorme mayoría de sus estrellas y en consistencia de un director técnico, Edgardo Bauza, cada vez más desorientado, descascarado, superado por las circunstancias.
Si la Selección hubiera hecho un buen partido y pese a todo el resultado mostraba su cara más hostil, los efectos colaterales no habrían sobrepasado el consabido impacto de todo tropiezo, más el añadido de la entidad de un adversario especial y de un puntaje inquietante.
Pero la Selección no perdió jugando más o menos bien, no perdió en un partido parejo, no perdió después de dar la talla, no perdió en medio de una siembra gratificante.
No, rotundamente, no: la Selección perdió por tres goles que pudieron haber sido cuatro, cinco o seis, en clave de penoso desangelamiento, envuelta en su madeja de anarquía, de apatía, de sumisión ante un adversario crecido, es cierto, de flecha hacia arriba, admitido, pero que está lejos de representar la estación terminal de las maravillas.
Una Selección, la Argentina, sin fe, si nido, ni amor, ni conducción: ¿dónde ha quedado el Edgardo Bauza pensante, determinado, inspirador de equipos rocosos en la táctica y fríos de la sesera y a la vez de pecho caliente? Bauza, ya fue dicho en su momento, ha perdido su brújula: no se sabe qué quiere ni cómo lo quiere; no se sabe por qué y para qué dispone los jugadores en el campo y, a la vista está, tampoco se sabe por qué lo saca cuando los saca. Cuando terminó el primer tiempo había solo dos jugadores de presencia asegurada para el segundo tiempo: Messi por ser Messi y Enzo Pérez por haber sido el de nivel más alto...­y lo sacó a Enzo Pérez! Sin norte el DT y sin rebeldía los jugadores: Messi contribuyó con sus chispazos de talento hasta que se desataron los chaparrones y después se resignó ante lo inevitable. No está bien ni está mal, así es Messi, y a estas alturas esperar otra cosa de él supone la cuadratura del círculo. Messi al margen (predicador de desierto entre compañeros que tocan cuando tienen que acelerar, aceleran cuando tienen que tocar, y así), da toda la sensación de que el 90 por ciento de los cracks históricos, de los que se presumen inamovibles, ya han cumplido su ciclo con la Selección. Y no es que sean jugadores malos o sobrevaluados, que tal vez, por qué no; sencillamente se los ve desgastados, ajados, mustios, vacíos: sin una sola gota de determinación, de combustible, de fervor competitivo, de rebeldía bien orientada. Que levante la mano quien crea que la Selección pueda garantizar una victoria el martes. (Especial por Walter Vargas, Télam).

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