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Toreo de la Vincha, devoción que se hace destreza en Casabindo

La celebración histórica vuelve a desempolvar los mitos del pasado y los redescubre en ritos puestos en acción.
Lunes, 14 de agosto de 2017 22:44

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VIRGEN DE LA ASUNCIÓN. TODA LA FE EN LA SEÑORA DE LAS ALTURAS, EN LA PROCESIÓN POR EL PUEBLO CASABINDEÑO. 

BAILAN LAS ARENAS CASABINDEÑAS. CON EL VIENTO FRÍO Y EL ESPECTÁCULO TAURINO.

Se acerca el momento. Aquél en el que promesantes, residentes y visitantes de un pueblito lejano se encuentran, se miran, se unen, rezan y manifiestan con inquebrantable sentimiento su fe, como en una cita, acaso planificada tiempo atrás por el destino.

La tierra de la Puna milenaria se prepara para ser el escenario perfecto de una fiesta religiosa tan especial como tradicional... una celebración que enlaza devoción y destreza bajo el mismo cielo.

Y es que cada 15 de agosto se puede respirar en el aire el misterio que, vibrante, causa esa expectativa que abre las puertas de un Casabindo agreste, colonial y con historias por descubrir.

En ese pueblito, la celebración histórica vuelve a desempolvar los mitos del pasado y los redescubre en ritos puestos en acción, en una fe compartida que se renueva y cobra un brillo tan único que se muestra ante los ojos del mundo.

Es aquí, en la tierra de la Virgen de la Asunción, donde a primera vista, los colores se dejan percibir entre cerros pequeños, en flores siemprevivas adornando casitas de adobe, estoicas.. pero también en los triangulitos que cruzan las calles desde lo alto como un marco ideal coronando el cuadro.

Allí es precisamente, donde los habitantes permanentes, se convierten en anfitriones de los invitados que llegan a una fiesta rica en religiosidad y emociones.

Desde el siglo XVII, los 15 de agosto traen consigo el recuerdo y el compromiso con la tradición que se hace viva en este Casabindo mágico por su esencia, pero a la vez, atractivo por su toreo.

Y es aquí, en este punto, donde se manifiesta de una manera respetuosa el fuerte sentimiento católico por la virgencita alabada y la ofrenda en su honor, que es la destreza misma, el desafío entre un torero y un toro.

Pero antes de llegar a la celebración taurina en su esplendor, desde las primeras horas de la mañana, los devotos preparan todo para que la fe colectiva sea una realidad y junte, a través del llamado de las campanas, a los corazones feligreses listos para el encuentro con la expresión misma de catolicismo en estado puro.

Con cada repique, el anuncio ya se sabe certero.

Se trata de la hora de la ceremonia litúrgica, que es un extracto de homenaje a Nuestra Señora de la Asunción, hermosa e iluminada por velas cuya luz es de un agradecimiento eterno y promesas aún por cumplir.

Luego de la santa misa, entonces y, como si fuera un micromundo cercano, los niños viven su realidad desde otra perspectiva.

Ellos se contentan con ser testigos de lo que les acontece y lo expresan en su constante atención a cada movimiento.

Movimiento de la danza que observan en otros niños, acaso para reflejarse en un espejo místico, donde los últimos, visten de samilantes para saltar su protagonismo, balanceando con suavidad aquellos cuartos de cordero que son ofrendas dedicadas a la Virgen eterna.

Y así, sucede la tradicional danza a través de los pequeños guardianes del alba, adornados con plumas grises en sus cabezas y cascabeles en sus rodillas, para espantar los malos espíritus, según lo afirma la creencia.

Pero también regalan su paso con mucho encanto. Y es que de ellos se adueña el saltito que es visto como una enseñanza heredada de otras generaciones y que da la bienvenida a la Señora de Casabindo, en las puertas mismas de su bella catedral de adobe.

 

El Toreo de la Vincha, el rito que es mito puesto en acción

El brillo de las monedas de plata irradia una luz distinta.

Bajo los rayos del sol, parecen estrellas de la noche que se encienden aún más en este día.

Y entonces adornan los cuernos de los toros, animales que completan el cuadro con su mirada puesta a un horizonte, esta vez colmado de rostros nuevos que esperan la corrida desde las paredes de piedra.

Bailan las arenas casabindeñas con el viento frío, mientras los ojos pestañean más rápido para no perderse el espectáculo taurino que comienza pidiendo de rodillas el permiso y la bendición celestial, frente a la virgencita.

Con la mirada baja, e inmóviles, los toreros entregan su proeza a la fe que los reúne, que los motiva.

En sus almas frescas hay fiesta. Entonces el momento llega y el corazón empieza a latir con más fuerza.

Uno de ellos, el primero, es el elegido para soltar todo ese entusiasmo contenido y dar rienda suelta a la fiesta taurina.

Del otro lado, el animal deja ver en su cabeza, el destello plateado que las monedas rebeldes regalan desde la lejanía.

Y, sólo con una tela roja entre manos, las siluetas tenues de los jóvenes que se atreven al desafío, se quedan estáticos, tan solo envueltos en su propio desamparo, pero con la certeza de que aunque fuera posible que el sufrimiento quede escrito en su piel y abstraído en la expresión indescriptible del desconsuelo por el dolor, ya no tendrán el temor de haberlo intentado.

Súbitamente, el toro gira y rasga lentamente las arenas marcando líneas, superponiéndolas con otras y, en simultáneo, midiendo con precisión milimétrica la distancia que lo separa del desafiante humano a su costado.. avanza sobre el hombre.

Del otro lado, el torero, que fusiona sentimientos conocidos sólo por él mismo, a veces corre, a veces camina pero de todos modos, se acerca con el fin que lo llevó hasta allí: sin herir al animal, levantar en alto las monedas preciadas y desprenderse de ellas sólo para ofrecerlas a la Santísima. 

 

El desafío está en el aire

PERMISO Y BENDICIÓN. LOS TOREROS ENTREGAN SU PROEZA A LA FE QUE LOS REÚNE

En el toreo desfilan toros y toreros que muestran sus proezas, marcan las arenas y dejan ver su estrategia ante el público.

Y se descubren entre sí y establecen allí, esa conexión mística de los hombres que se vuelven toros o los toros que se convierten hombres, en ese preciso instante que los hace iguales y sólo guiados por el mismo instinto.

Hasta que, a la primera señal, un torero hace gala de su viveza y logra obtener el anhelado puñado de metal colonial.

Allí es donde el agradecimiento a la Virgen se vuelve lágrimas de alegría que es notable a flor de piel y el encuentro de la mirada hacia el cielo anuncia simplemente que el instante de ofrecer las reliquias, así llega.

En su equipaje el exilio de su inexorable y la partida hacia nuevos desafíos, el joven vive su gozo.

Y mientras el toro observa curioso el festejo a su alrededor, el torero graba a fuego vivo este día en su memoria. Así quedó sellado el pacto en el que toro y torero triunfan a dúo, en la devoción a un amor divino que es inevitablemente perdurable.

El residente deja que su fe a la virgencita sea cada vez más fuerte y el visitante deja que la existencia de esta hermosa ceremonia sea un recuerdo inolvidable a través de los años.

La fiesta taurina que enlaza religiosidad y hazaña, se sucede una vez más. Cuenta una historia que revive en emoción y que, lejos de causar dolor al animal, aplaude la destreza de los valientes que se animan al reto.

Así se graba este ancestral rito en el alma de los espectadores que aprenden a convivir con la misma remembranza y desde las alturas casabindeñas, hacen que el inquebrantable viento renazca una y otra vez en su memoria, para hacer bailar a las arenas de la plaza en una danza impregnada de felicidad casi palpable en cada corazón, delicadamente expresada en lo corpóreo.

 

Cuando los santos regalan su bendición en Casabindo...

PROCESIÓN PUNEÑA. HAY INCIENSO, MIRRA Y CANTO, PERO SOBRE TODO, ORACIÓN.

Cuando las puertas de madera colonial se abren, se convierten en un imán en el aire, que atrae la presencia de más almas a recibir la bendición silente. Aquellas, las almas se congregan para formar la conjunción perfecta entre las sobrevivientes a muchas necesidades, las requeridas de la compañía protectora; o las movilizadas por el agradecimiento infinito.

Y las sensaciones se confunden y sólo captadas por corazones sensibles que se estremecen al son de sikuris apasionados.

Entonces residentes y visitantes son sorprendidos por este atrapante espectáculo de los mitad hombrecitos, mitad suris puneños que irrumpen en la escena y dejan ver, sin timidez alguna, su devoción admirable.

Las emociones y los juegos entre lo utópico y lo real, logran renovarse a cada segundo.

Los cuerpos en miniatura descubren movimientos entrelazando versos hechos oraciones que coronan una coreografía simbiótica dirigida por la reflexión, por momentos intensa, de los pequeños bailarines.

Todos los aplausos son para ellos, mientras la luz del sol, radiante, se encuentra en su punto más alto y los fieles siguen su camino junto a las sagradas imágenes, recorriendo el pueblo que despertó con el alba.

Los niños dejan el paso libre para más virgencitas y santos que acompañan a la mamita homenajeada, todos adornados con flores para la procesión.

Justo en ese momento, la tierra y el aire se unen más que nunca en incienso, mirra y canto, pero sobre todo, en oración.

Así, rodeada de sentimiento y fervor, la Virgen de la Asunción camina junto a su pueblo por las calles de arena, bendiciendo a todos a su paso incluyendo a los espectadores de la plaza de toros, la “Pedro Quipildor”, transformada en escenario natural que recibe a los espectadores de la ocasión, en sus tribunas y paredes.

Todo es fiesta en Casabindo. La señora de las alturas es adorada y venerada con pañuelos blancos.. para que a su regreso, las velas vuelvan a encenderse. Y con ella, las luces perpetuas con las que sus fieles agradecen por lo concedido e invitan las ofrendas preparadas con amor o aquello prometido que no será deuda, porque ella simplemente es “la milagrosa” protectora del pueblo. 

NIÑOS SAMILANTES. LOS MITAD HOMBRECITOS, MITAD SURIS QUE IRRUMPEN EN LA ESCENA