TILCARA. La muestra "Raíces desde la esencia" de Cecilia Espinoza no hace referencia, como podría creerse, a las profundas esencias culturales de un pueblo sino a lo personal, aquello que la autora define como "invariable", un mundo de niñez y de muñecas, cuyos protagonistas dejan perder el contorno de sus cuerpos en el ensueño de la tela.
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TILCARA. La muestra "Raíces desde la esencia" de Cecilia Espinoza no hace referencia, como podría creerse, a las profundas esencias culturales de un pueblo sino a lo personal, aquello que la autora define como "invariable", un mundo de niñez y de muñecas, cuyos protagonistas dejan perder el contorno de sus cuerpos en el ensueño de la tela.
Acaso lo resuma aquel cuadro de dos niñas, sobre tela azul, que desarman una muñeca para cuyo sueño piden silencio. En el suelo, el garabato en crayón, y encima decenas de diseños infantiles como pictogramas en una cueva. La mujer ardiendo en llamas amarillas, waka de la infancia adormilada en posición fetal, ensoñada en la eternidad bajo los garabatos como ofrenda de la infancia.
Sus pinturas nos hablan de un estilo ya formado, de un trabajo impactante que sabe lo que quiere decir y cómo hacerlo. Entrar a Raíz golpea antes de detenerse en cada obra, con buen mérito en lo que se refiere a la propuesta plástica, pero además por esa suerte de laberinto instalación que entreteje con ramas pintadas con colores puros, desde donde un universo de pequeños muñecos juegan a ser los duendes anfitriones.
Entonces, las perspectivas se enriquecen, porque uno puede quedarse mirando alguno de los cuadros colgados, o apreciarlos desde la perspectiva de un niño diminuto que, jugando contra la gravedad, hace flotar un globo desde sus manos. Eso nos sugiere la posibilidad de buscar otros ángulos, distancias y perspectivas en las que los cuadros salen ganando.
"Raíces de la esencia" estará expuesta hasta comienzos de septiembre.