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Una parada en la ruta 9

El monolito del trópico, su iglesia y la posta son apenas tres postales enmarcadas por la belleza de sus cerros.
Sabado, 18 de enero de 2020 01:01

Si usted sube por la ruta 9, dejando atrás Tilcara siente a su derecha el peso de un cordón macizo cuyos senderos de herradura llevan a los valles orientales. Luego las paredes se acercan en un angosto por el que su vehículo entrará entre curvas para que pronto las cadenas de oriente y occidente se ensanchen, dejando ancha tierra para la labor agraria. Desde allí, cuyo nombre es Perchel, comienza la jurisdicción de Huacalera.

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Si usted sube por la ruta 9, dejando atrás Tilcara siente a su derecha el peso de un cordón macizo cuyos senderos de herradura llevan a los valles orientales. Luego las paredes se acercan en un angosto por el que su vehículo entrará entre curvas para que pronto las cadenas de oriente y occidente se ensanchen, dejando ancha tierra para la labor agraria. Desde allí, cuyo nombre es Perchel, comienza la jurisdicción de Huacalera.

Fue conocida como la finca Monterrey, y sus características brindan un paisaje de cultivos que verdecen en estos tiempos de lluvia. No es extraño ver al campesino asomado sobre el surco, al burro que tira del arado, a los camiones que cargan la verdura sobre la banquina o sus viñedos. Sin alejarse demasiado de la ruta, si es que no le da el tiempo para detenerse a los anuncios que ofrecen la comida de sus buenas cocineras, podemos recomendarles tres sitios para visitar.

Antes de tomar el puente y la curva que acceden a la localidad, el monolito del trópico de Capricornio se alza entre sembrados para marcar el trazado de una de esas líneas imaginarias que cruzan el planisferio. El monolito, con su pared blanca y el sol pintado en su frente, marca el hito. Un mojón de piedras, delante, es lo que resta de la celebración del Inti Raymi, que los 21 de junio reúne para celebrar el año nuevo andino y recibir al primer sol del ciclo.

Tras disfrutar del silencio del entorno, de la vista de los campos verdes, de los cerros que, a uno y otro lado, embellecen el paisaje con un clima particular, puede volver a su vehículo para seguir hasta Huacalera, que se halla de uno y de otro lado de la ruta. Hacia la derecha, junto al hotel que lleva el nombre de la finca, el pasaje arbolado hacia la capilla.

Su frente de sobriedad blanca, con una amplia puerta de madera verde, sólida, con jambas talladas a sus lados y un arco, también de madera, hacen pensar en tiempos coloniales. Vigas a la vista, techado con madera de cardón y un campanario a la derecha marcan el estilo. Al frente del pasaje, otro monolito recuerda el sitio donde se enterrara aquello del general Juan Lavalle que sus últimos fieles no pudieron llevar consigo, junto a los huesos, la cabeza y el corazón, hacia el Alto Perú.

Un relato de esta parte de nuestra historia compone algunas escenas de la novela Sobre Héroes y Tumbas, que Ernesto Sábato publicara en 1961, y allí nos habla de esos soldados que acompañaban a su jefe, ya asesinado, mientras los perseguían las tropas federales, sus enemigos. Cruzando la ruta, hacia el centro cívico del poblado, en la posta, Marta Janco nos señalará la pieza donde, según su padre, fueron descarnados sus restos.

Marta Janco, nacida en la otra banda del río, en la Huerta, es la encargada de abrirnos la puerta de la posta. Se trata de uno de aquellos paradores que, desde tiempos de la colonia y cada tantas leguas, servían de albergue a los viajeros y de cambio de cabalgadura. Este camino llevaba hacia el Potosí y acaso a Lima como destino final, y eran las postas paradas insalvables de ese lento andar que luego, durante las guerras de la Independencia, ofició también de cuartel.

Con algunos agregados que le fue añadiendo el tiempo, con algunas utilidades más modernas en algunas partes, la posta de Huacalera mantiene su estructura con el ancho patio en el centro, con las piezas a los lados, y en una de sus salas se exponen hoy piezas que pertenecieron a los habitantes pre hispanos de La Huerta. El nombre de Huacalera parece remitir, levemente españolizado, a la veneración ancestral de las huacas.

Frente a la posta, el busto del comandante Bernardo Jimenez dándole la espalda a los cerros por los que trepa el sol en la mañana, recuerda a uno de los héroes de aquella gesta fundacional de la patria que rescata la memoria de los lugareños.

Si se tienta con la paz del paraje y decide quedarse en alguno de los albergues que se ofrecen, podrá recorrer sitios como el molino de piedra que procesara el grano cosechado con su fuerza hidráulica, podrá pedir que lo acompañen a visitar el antigal, vestigio de los tiempos anteriores a la conquista, o tentar el camino carretero que sube hasta Alonso.

De seguir viaje, guardará un buen recuerdo del tiempo en que detuvo su paseo para visitar estos bellos parajes, conocer sus referencias históricas, probar alguno de sus platos y escuchar sus extensos silencios.

 

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