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Los aullidos

Viernes, 24 de abril de 2020 01:03

Los aullidos

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Los aullidos

Todo parecía estar tranquilo en el barrio, o al menos tanto como puede estarlo en cuarentena, cuando como a eso de las dos o tres de la mañana empezaron a aullar los perros. Ese llanto largo y ululante de un perro es algo de por si siniestro, cuanto más el de decenas aunados en un coro cargado de tristeza.

No voy a detenerme en aquello que la gente cree que sucede cuando pasan estas cosas, es algo que lo saben todos, sólo quiero compartir lo que sucedió anoche. Obviamente que me desvelé, llené la pava eléctrica para prepararme un mate, llené la pipa de tabaco para fumar sin prender las luces, los seguí escuchando y entré a preocuparme.

No me preocupaba que pudiera pasar tal o cual cosa, no era eso. Ustedes saben, porque a todos les habrá pasado, que hay una especie de preocupación que no tiene objeto, no es que le temamos a algo o esperemos el peor desenlace de una situación, sino que sencillamente estamos preocupados.

Estar ya despierto, abrigado por un poncho, debía haber diluido la fuerza de sus aullidos. No es una novedad: el caminar de una mosca puede escucharse cuando estamos aún echados en la cama, pero no sucede lo mismo cuando nos ponemos en movimiento y, aunque parezca irracional, cuando encendemos la luz, que es lo que hice.

Y sin embargo ese coro de perros parecía ser, si no lo único, lo más importante de lo que se pudiera estar escuchando, llené el mate de yerba, pegué dos o tres sorbos y me resigné a transitar esa angustia que debía estar compartiendo, al menos, con mis vecinos de la cuadra.

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