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Laberintos Humanos: La herencia

Jueves, 25 de junio de 2020 01:03

Nunca supe por qué me eligió la abuela, nos dijo Blanca con modestia. Acaso leyera en mis ojos que era la más honesta de sus nietos, no lo sé, pero me llamó a su lado y pidió al resto que nos dejaran solas. No hacía falta que me contara la historia de ese preciado brazalete. Era muy niña entonces, pero recordaba a la mujer que con sus hijos llamó a la puerta de la casa, bajo una lluvia helada, y a quienes la abuela dio de comer y cobijo. Cuando se marcharon, descubrimos esta joya sobre la mesa, los seguimos para devolvérselo pero nadie los había visto salir, como si jamás hubieran estado. La abuela nos prohibió usarlo, empeñarlo o venderlo, ni siquiera debíamos tasarlo para saber cuánto valía. Debíamos olvidarlo como si de ese sólo modo se pudiera mantener ese gesto de misericordia en su pureza, y así pasaron los años y, aunque alguna vez nos faltó la plata, nadie recurrió al brazalete.

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Nunca supe por qué me eligió la abuela, nos dijo Blanca con modestia. Acaso leyera en mis ojos que era la más honesta de sus nietos, no lo sé, pero me llamó a su lado y pidió al resto que nos dejaran solas. No hacía falta que me contara la historia de ese preciado brazalete. Era muy niña entonces, pero recordaba a la mujer que con sus hijos llamó a la puerta de la casa, bajo una lluvia helada, y a quienes la abuela dio de comer y cobijo. Cuando se marcharon, descubrimos esta joya sobre la mesa, los seguimos para devolvérselo pero nadie los había visto salir, como si jamás hubieran estado. La abuela nos prohibió usarlo, empeñarlo o venderlo, ni siquiera debíamos tasarlo para saber cuánto valía. Debíamos olvidarlo como si de ese sólo modo se pudiera mantener ese gesto de misericordia en su pureza, y así pasaron los años y, aunque alguna vez nos faltó la plata, nadie recurrió al brazalete.

La abuela lo puso entre mis manos, recordó Blanca, y pocos segundos después cerró sus ojos para siempre. Yo lo guardé bajo mi corpiño y llamé a la familia para que empecemos a llorarla con sentida sinceridad, porque todo el mundo la adoraba. Nadie, aunque todos supieran que no podía ignorarlo, me preguntó jamás por el tema. Desde entonces lo guardo conmigo. No sé si es falso o si su valor es inmenso, no me interesa, sólo sé que debo hacerlo, pero no he perdido la esperanza de que alguna vez alguien llame a mi puerta, tal vez un hijo de aquella mujer que nos lo dejó, y me revele su secreto, si es que hay algún secreto que revelar.

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