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Laberintos Humanos: El relato

Domingo, 20 de septiembre de 2020 01:03

Cuando la muchacha dejó el despacho del comisario, Bautisto Solón ocupó su asiento frente al escritorio y comenzó a resumir los hechos. Ya le dije que los elementos de esta intriga estaban aquí cerca, que no era necesario ir hasta el lugar en el que se desbarrancó el joven para deducir lo que sucedió.

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Cuando la muchacha dejó el despacho del comisario, Bautisto Solón ocupó su asiento frente al escritorio y comenzó a resumir los hechos. Ya le dije que los elementos de esta intriga estaban aquí cerca, que no era necesario ir hasta el lugar en el que se desbarrancó el joven para deducir lo que sucedió.

Como dijo la joven, el patrón estaba enamorado de ella. Decir que estaba enamorado es una exageración. Le atraía su belleza, pensaba en ella y capaz que sin pensarlo, sino siguiendo un impulso, la contrató para que cumpliera un rol que no era propio de mujeres. No tenía la intención de hacer más. Sentía algo de culpa por sus sentimientos, era mayor que ella y ella no le había dado la menor señal de que pudiera pasar otra cosa. Todo pudo haber quedado ahí, del modo más inocente, subiendo al cerro para realizar el trabajo cuando el patrón comprendió que necesitaba también un varón para la parte más pesada de la labor.

Entonces fue que lo contrató, y los tres comenzaron a emprender los viajes juntos y en esas idas y venidas, que ocupaban varias horas de sus vidas, empezó a notar que había nacido algo más entre los dos jóvenes, algo inevitable y sano, algo natural pero que le molestaba porque, si bien no esperaba nada de ella, se sentía molesto porque se lo correspondiera al muchacho. Día a día sus pensamientos se le atoraban en el asunto, lo sufría a pesar de sí mismo, sin querer siquiera confesárselo, cuando se lo dijeron. Eso fue en el mismo día en que el joven cayó por el barranco, le dijo Solón al comisario Pierro.

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