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Laberintos Humanos: Arrepentidos

Miércoles, 06 de enero de 2021 01:03

Como nos había aconsejado la curandera, llegamos hasta el ojito a cuya orilla Perla se arrodilló, echó el azufre que doña Pávula le había dado y no pareció pasar nada extraño, sólo que desde entonces su rostro no cambió. Con el padrecito, Pierro y Pierre Donadou corroboramos que todos la veíamos del mismo modo, que ya no era una mujer distinta para cada uno de nosotros.

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Como nos había aconsejado la curandera, llegamos hasta el ojito a cuya orilla Perla se arrodilló, echó el azufre que doña Pávula le había dado y no pareció pasar nada extraño, sólo que desde entonces su rostro no cambió. Con el padrecito, Pierro y Pierre Donadou corroboramos que todos la veíamos del mismo modo, que ya no era una mujer distinta para cada uno de nosotros.

Cuando regresamos a la casa del comisario, Blanca nos esperaba, como nos había dicho, con el almuerzo. Había hervido cantidad de ravioles que sazonó con una salsa roja en la que menudeaba algo de carne molida. Hubo trozos de pan y algo de vino tinto, pero sobre todo la sensación de que no le habíamos hecho ningún bien a Perla.

No había dejado de ser bella, pero ya no tenía el brillo ni el misterio que le conocimos. Cuando se fue, bastante entristecida, nos preguntamos por qué quisimos que recuperara un solo rostro. No se puede vivir cambiando todo el tiempo de aspecto, dijo el padrecito pero ya no estaba muy convencido de esa ley.

Debimos haberla dejado como era, dijo Pierre Donadou Quispe pero enseguida se dio cuenta de que ese "como era" era un sinfín de rostros y aspectos diferentes. Para la justicia es esencial que todos seamos identificables, argumentó el comisario Pierro pero sonó a excusa. Creo que estuvimos mal, dije yo sin dar más razones.

Lo cierto es que no la volvimos a ver ni supimos nada de su suerte. Capaz que ni siquiera haya vuelto a leer estos Laberintos, y entonces no sabría que, al menos yo, estaba arrepentido de lo que hicimos.

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