Cuando Blanca y el comisario Pierro me apuraron para que les dijera si eran personajes de mi fantasía o personas reales cuyas anécdotas recordaba en estos Laberintos, les respondí que también el Quijote, Hamlet e Isidoro Cañones son personajes, pero para muchísima gente son más reales que cualquiera que camine por una calle.
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Cuando Blanca y el comisario Pierro me apuraron para que les dijera si eran personajes de mi fantasía o personas reales cuyas anécdotas recordaba en estos Laberintos, les respondí que también el Quijote, Hamlet e Isidoro Cañones son personajes, pero para muchísima gente son más reales que cualquiera que camine por una calle.
Luego comprendí que con eso les estaba respondiendo, y que no era la respuesta que deseaban escuchar. Se sabe que hay dos clases de respuestas que esperamos: aquellas que tememos aunque presentimos que será la peor de las opciones, o aquellas que nos sorprenden, para bien o para mal.
Creo que esta era más bien de las primeras, y ya Blanca me había advertido, con algo de angustia, que le costaba resignarse a ser nada más que una invención de mi fantasía. Además, dijo después con algo de resentimiento, usted no se va a comparar con Cervantes, con Shakespeare ni con Dante Quinterno.
Es cierto, dije, pero es lo más que puedo hacer. Entonces el padrecito los consoló diciendo que, para muchos, las personas mismas no son más que sueños. Cuando aportó semejante argumento, Blanca y Pierro se volvieron hacia él. Pierro aseguró que antes no estaba ahí, que en el capítulo de ayer yo mismo había dicho que sólo quedamos los tres después de la cena.
No estaba pero ahora está, dije, porque ahora necesito que alguien aparezca en mi ayuda. Al fin de cuentas soy el autor de estos Laberintos y puedo hacerlo aparecer si me es necesario.No es mucho, agregué, pero es una prerrogativa que tengo derecho a usar.