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La cifra total de personas manifestando por las calles en casi todo el país, el jueves pasado, es el número o el mensaje que los dogmáticos del kirchnerismo aún tratan de descifrar.
Pese a la cerrada actitud de subestimar todo lo que no comulgue con su política -una marca registrada dentro del oficialismo-, la protesta dejó un sabor demasiado amargo para el arco kirchnerista. Indigerible.
No se sabe certeramente cuántos, pero fueron muchos los argentinos que salieron a protestar a las calles; muchos más de lo que al Gobierno le hubiese gustado ver por las pantallas de TV.
Para algunos, el mensaje del cacerolazo no fue del todo claro o no llegaron a comprenderlo; para otros solo fue una premisa de la oposición política y hubo quienes afirmaron, y aún sostienen, la hipótesis desestabilizadora, aunque queda claro que, sin incidentes de por medio, el objetivo del 8N no fue otro que la cristalización de un reclamo genuino de la sociedad.
Pero resulta interesante observar la reacción desde los costados oficialistas y sus lugares comunes en el mapa y el entramado político nacional.
“El proyecto de país es inquebrantable”, aseguró Cristina Fernández, para marcar el rumbo de la respuesta oficial que hasta ese momento había sido errática, dubitativa, vapuleada por el peso de la protesta.
Antes, los referentes habían intentado balbuceos infantiles, ilógicos, al estilo de: “No comprendo cuál es el mensaje de la gente” o, el peor de todos: “La protesta fue un fracaso; paupérrima”.
En ese mar de excusas y argumentos se oyó la voz trémula del gobernador Juan Manuel Urtubey: “Claramente son señales que uno tiene que escuchar”, dijo en referencia a la marcha nacional y particularmente a la protesta que en Salta movilizó a unas 7 mil personas por el centro de la ciudad.
Urtubey tampoco se mostró sorprendido por el número de salteños en la convocatoria y reconoció que hay problemas que tocan transversalmente a toda la sociedad argentina. Sus palabras sonaron a lo que políticamente Urtubey nos tiene acostumbrados: un hábil posicionamiento, justo a mitad de camino entre el malestar de la gente y el descargo de responsabilidades en la política nacional, pero sin cruzar los límites de tolerancia en el kirchnerismo.
Pero Urtubey prefirió no hablar sobre las pancartas que se vieron en la marcha frente a la Legislatura provincial, donde la gente hizo sentir su localía ante la protesta nacional. Seguridad en la frontera, narcotráfico, atención sanitaria, tierras y política habitacional fueron los lugares comunes que la gente eligió para traer su reclamo al plano local, pero no hubo respuestas puntuales del gobernador a estas cuestiones.
En las líneas superiores del kirchnerismo aún se desconoce cuál será el camino a seguir después de la masividad del 8N. Ya ni hablan del 7D porque es evidente que jamás podrán vincular la protesta del jueves con la entrada en vigencia de la ley de medios.
Es posible que el kirchnerismo acuse el golpe y pretenda un mayor encolumnamiento para sostener el modelo e insistir con la re-relección presidencial. Exigirá, obviamente, más pruebas de amor de sus referentes en todo el país.
¿Qué hará Urtubey entonces? La última vez que quiso sacar los pies del plato, hablando de sus aspiraciones presidenciales, sugestivamente a las pocas horas tuvo que aclarar y terminó criticando a Clarín.
Si hacemos una proyección al plano provincial, es posible que Urtubey siga el mismo camino: desoyendo a los salteños y culpando a los medios.