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18 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Las críticas no son tanto para el modelo, sino para sus distorsiones

Domingo, 11 de noviembre de 2012 12:50
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Pese a que la Casa Rosada busque instalar eso, la mayoría de los reclamos de los caceroleros no son hacia el “modelo” en sí, sino hacia los problemas que el Gobierno se niega a reconocer, y por ende a solucionar. La inflación, la inseguridad, la corrupción, la precarización laboral y la dificultad de ahorro no forman parte de ningún programa político, ya que nadie adheriría a él. Son distorsiones que deben atenderse con urgencia si no se quiere una generalización del clima asambleario y algo anárquico que resurge en la Argentina.

Escuchar no implica conceder, implica respetar y analizar lo que otros están diciendo. No todo es una batalla del bien contra el mal, la política -al igual que la vida- se caracteriza justamente por la intensidad de sus matices. Al no mencionar explícitamente una protesta inocultable, lo que agrega tensión en momentos de una necesaria pacificación, Cristina comete el error de creer que los manifestantes del 8N son votos perdidos para ella. Eso no es así bajo ningún concepto: la opinión pública es sumamente variable y la Presidenta lo sabe mejor que nadie; su esposo perdió en 2009 y dos años después ella arrasó en las urnas. El clima había cambiado, el conflicto del campo se había apaciguado y la percepción de la gente se había modificado.

Los carteles que se vieron en las manifestaciones del jueves no diferían en mucho de los que marcan las encuestas como las principales preocupaciones ciudadanas. Managment & Fitt, por ejemplo, difundió que hasta el 30 de octubre ellas eran la inseguridad, la inflación, el desempleo, la corrupción y el acceso a la educación; en ese orden. Los cinco temas que aparecen primeros en los sondeos tocan directamente los intereses de las clases más bajas, más allá de que estas no hayan salido masivamente a la calle a protestar. No reconocer siquiera la gravedad de esas cuestiones no es un golpe solo para los manifestantes, sino también para una buena parte de los votantes kirchneristas que confiaron en que el Gobierno haría algo con ellas.

Ayer, la ministra Nilda Garré le puso más leña al fuego al reconocer que no puede bajar la “sensación de inseguridad” en la gente. Un día antes le habían robado el auto a Alfredo Scoccimarro, ni más ni menos que el vocero presidencial. Si las palabras que uno va a decir no mejoran el silencio lo preferible es callarse, aún pagando los costos de hacerlo.

Contrariamente a lo que muchos piensan, el cepo al dólar ni siquiera está mencionado entre las prioridades populares, más allá de causar un malestar fuerte en las capas medias y altas de la sociedad. El 8N no solo estuvo formado por caceroleros, también por gente que no se movilizó pero se sintió identificada por el descontento de una porción de la sociedad.

El día después

La Presidenta reaccionó ante la concentración exactamente igual que lo hizo con el 13S: con una defensa cerrada de la gestión actual, sin reparar en los temas puntuales que se reclamaban y con críticas a la oposición y los medios. En ningún momento se dirigió directamente a la gente que había salido a la calle, ni siquiera para apagar sus argumentos de que no escucha a quien no coincide con ella.

Si algo hay para destacarle a Cristina es que no practicó la demagogia con los caceroleros al prometer cosas que no haría, directamente los desconoció y hasta los responsabilizó de no hallar un modelo alternativo que los convenza.

No debe ser la gente la culpable de no sentirse representada, sino la dirigencia política en no transmitirle credibilidad. La oposición juega allí un rol determinante, ya que sigue sin encontrar una figura que convoque a los desencantados a confiar en ella. Esa representación puede, tal como ocurrió en los últimos nueve años, no aparecer nunca, lo que no le quita el derecho a los habitantes a protestar por lo que consideran justo. Sino, la democracia se practicaría solamente cada dos años, y no hace falta aclarar de que eso sería visiblemente insuficiente. La democracia es votar, de eso no hay duda, pero también alzar la voz contra lo que uno considera negativo sin ser denostado o ignorado por ello. Cuando el kirchnerismo reivindica la cantidad de jóvenes que se acercaron a la militancia política no hace más que legitimar con justa razón la participación popular. Ese activismo también está asomando del otro lado y no puede ser visto de otra forma que como un aporte más a la construcción de un país en plena búsqueda de su identidad. Es paradigmático, pero causa tanta irritación en un sector de la gente el ninguneo a sus reclamos como su consigna en sí. Todos saben que la inseguridad y la inflación -a la cabeza de las peticiones- no se solucionarán de un día para otro, y tampoco da la sensación de que se esté exigiendo eso. Se le pide a Cristina que al menos diga si esos temas le preocupan y de qué forma planea abordarlos.

El Gobierno parece estar convencido de una cosa: equipo que gana no se toca, aún si tiene jugadores lesionados que pueden perjudicar sus chances de triunfo.

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