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Un picnic muy accidentado

Domingo, 30 de diciembre de 2012 21:42
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Esa vez la habitual tallarinada con pollo de los domingos en casa de doña Eduviges Elizabide se hizo el sábado, pues al otro día los chicos (ellos y ellas, como muchos años después dispondría que se dijese una ocurrente presidenta de la Nación) se irían de picnic. 

Organizaban la salida campestre el vate Oscar Acuña, su novia Doralba Elizabide, hija mayor de la mencionada matrona, el maestro Delmiro, la señorita Josefina Carrizo, la Morocha Aguilera, la Paya Martínez, Pedrito Aráoz, el flaco Armonía, Dominguito Castillo, la Aurora Baigorria y una decena más de changos y chicas del Ateneo Social y Literario.

Compartieron el aludido almuerzo del sábado doña Eduviges, dueña de casa, sus tres hijas, el vate Acuña y el maestro Delmiro. La reunión transcurría festiva pues los comensales lucían animosos y dicharacheros y las salidas de Delmiro y del vate eran para reír. Además la comida era de primera, como siempre. Las mujeres bebían chinchibirra y los dos varones se daban aliento, aunque discretamente, con el morao de Coll. Todos demostraban estar contentos, con la excepción de doña Eduviges que tenía cara de fastidio y apenas abría la boca para comer.

Pero mamá, ¿qué te pasa?, quiso saber Doralba. En toda la mañana no dijiste nada. ¿Estás enfermita? ¿Qué te preocupa?

Sí, doña Eduviges, ¿qué le sucede? Pareciera que se comió una tuna sin sacarle las janas!, metió su cuchara el vate.

¡Callesé usted, insolente!, lo paró en seco la señora. ¡Usted es la causa de que yo esté así!

¡Mamá!, terció Doralba. ¡Oscar no hizo nada malo!

¡Qué no! Anoche tuve una horrible pesadilla, ¡y él estaba ahí!

¿Qué soñaste que te tiene tan afligida? ¿Qué tiene que ver el vate?

¡Soñé que este cachafaz te había raptado!!

Pero señora, ¿para qué la voy yo a raptar a Doralba?

¡Usted sabe bien para qué! ¡Pedazo de puerco! ¡Ay, hijita! Este hombre me va a matar!

El mal rato pasó, como pasan las tormentas y el picnic del día siguiente acaparó la atención de todos. El domingo se presentó con clima prometedor. Temprano comenzaron a llegar a la sede del Ateneo los “excursionistas” como decía la señorita Josefina. Revisaron, por si faltaba algo, las provisiones que llevarían: carne, frutas, gaseosas, cerveza, vino, y las infaltables barras de hielo. Todo perfecto. A las 8 llegó el vehículo que los iba a trasladar hasta la Quebrada de San Lorenzo. Originalmente el paseo se iba a hacer en Lesser, pro desecharon ese lugar porque estaría “demasiado concurrido”, como ocurrió el año anterior. El Tontín Vilte los llevaría en su camión y los pasaría a buscar a las 8 de la noche. Y partieron.

Doña Eduviges no conseguía librarse de la inquietud que le produjo su pesadilla. No veía la hora que los chicos regresaran. Su inquietud se volvió aflicción cuando a las 7 de la tarde comenzaron a tronar ferozmente las nubes, se oscureció el cielo, y se descolgó un aguacero como que no recordaba uno igual. Las ocho, y nada. Las 8 y media, y nada! Las 9, idem! Desafiando la lluvia y mojándose hasta las intimidades, salió a la acera y lo que vio la puso más histérica: los cerros de San Lorenzo estaban cubiertos y los refucilos y rayos que los azotaban casi la desmayan. Sus hijas y las mochas salieron a rescatarla. La secaron, la llevaron a la cocina y le hicieron tomar un tilo triple. Cerca de la medianoche la tormenta había cesado, y al rato doña Eduviges, que parecía más calmada, escuchó las risas de su hija y del vate que entraban. Se levantó como un resorte y fue al encuentro de los recién llegados. -¡Hola mamita! ¡Qué lluvia! ¡Menos mal que nos refugiamos en las Cuatro Torres! El Tontín prefirió esperar que escampase porque con el agua la ruta es muy peligrosa. ¡La pasamos lindo, mami!

-¡Hijita!¡Yo casi me muero del susto! ¡Mirá la hora que es!

-Y, señora, dijo el vate, ¿se convenció que el rapto sólo fue un sueño?

-¿Sólo un sueño? ¡La tuvo secuestrada todo el día! ¡Caradura!

-Chau, chau, me voy a dormir porque tengo que ir mañana tempranito a vacunarme, se despidió el vate, advirtiendo que había metido la pata al mencionar lo que había soñado la señora.

-¿A vacunarse contra qué?, quiso saber doña Eduviges.

-Contra doñas como usted!, dijo el vate y se fue, ganándole de mano a su eventual futura suegra que le arrojó una pesada taza que se estrelló contra la puerta.

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