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La misteriosa cura del lobizón

Viernes, 14 de diciembre de 2012 21:27
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Doña Agustina Pérez fue esa mañana a consultar a doña Anselma, la “manosanta”, curandera o como se quiera llamarla. No era esa la primera vez que acudía a esa casa por ayuda o consejo para sus males, y nunca doña Anselma la había defraudado. Pero esta vez la guiaba un motivo peculiar: desde hace un tiempo que la afligía el extraño comportamiento de su hijo menor, el Juan Domingo.

Poco después de doña Agustina llegó doña Natividad Rosales, así que la conversación entre ambas se dio con naturalidad, mientras esperaban que doña Anselma las atendiese.

-La noto un tanto desmejorada, señora. ¿Qué le anda pasando, si se puede saber?, inició la charla doña Agustina.

-Nada grave; sólo estoy seca de vientre. ­Y es de molesto! Vengo a ver si doña Anselma me alivia. Y usted, señora, ¿enfermita?

-No, yo ando sanita, gracias al cielo. Yo vengo a verla a doña Anselma -y le ruego que no salga de usted- por algo que le sucede al menor de mis hijos, el Juan Domingo.

-¿Qué le anda sucediendo a ese chico? ¿Algo serio? Pobre, ­tan vivaracho que es!

-No sé si es serio, pero sí muy raro: ­se cree lobizón!

-­Lobizón! ­Ah estas guaguas! ­Vea la ocurrencia!

En eso estaban las dos comadres cuando se abrió la puerta del “consultorio” y doña Anselma pidió que pasara la primera, por orden de llegada. Entró doña Agustina y la “médica”, al verle la cara de sufrimiento, sospechó que la aquejaba algún desarreglo hepático.

-¿Qué anduvo comiendo, doña? ­Es que usted no se cuida con las frituras!

-No, no, doña Anselma. No vengo a verla por mí, sino por mi hijo, el Juan Domingo. ¿Sabe lo que le pasa? ¿Se li ha metío en la sesera que es lobizón! Dice que como él es sétimo hijo, por fuerza es lobizón. Y no entiende razones. ­Por favor doña Anselma, demé algo pa' que se le vaya esa opería!

-¿Qué hace el chango? Ma'vé, cuentemé.

-La mayor parte del tiempo se porta como todos los chicos de su edad (este mes cumple los 9). Pero en las noches de luna llena se escapa de la casa y vuelve a la madrugada, todo sucio, arañado, con las rodillas raspadas. ­También aúlla y lo corre al gato para comerseló!

-Pero, aclaremé algo, doña Agustina. ¿Cómo es eso de sétimo hijo si usted, que yo sepa, sólo es mamá de cinco? ¿Cómo es la cosa?

-Es que se me murieron los dos primeros, que eran mellizos, al nacer, ¿no sabía? El Juan Domingo se enteró casualmente de esa pérdida y, desde entonces, le ha dao por esa manía de lobizón. No hay forma de convencerlo. Algunas noches de luna lo atamos a la cama, pero con los aullidos que da no nos deja dormir. Los vecinos creen que es el Bobi, pero no, es él.

-Y su marido, don Venancio, ¿qué dice?

-Nada, le tiene miedo al Juan Domingo y quiere que lo haga vacunar contra la rabia. ­Estamos desesperados! ­No sabemos qué hacer!

-Caso difícil, doña. Dejemé unos días para que lo piense.

Por supuesto que la noticia se difundió por todo el barrio porque doña Natividad Rosales escuchó tras de la puerta lo que doña Agustina le contó a doña Anselma.

Los vecinos estaban encantados: ­tenían un lobizón en el barrio! Los chicos del Ateneo se hacían una fiesta con la novedad. El vate Acuña, pasado de pícaro, le propuso a la Coqui Baigorria: --Che, flaca, ¿qué te parece si lo hacemos cruzar al Juan Domingo con tu Pomerania, que está en celo? ­Flor de crías tendrían!

-­Sí, lunáticos como vos!, lo paró Doralba, indignada, ­pobre chico!

Y un día llegó en el que el Juan Domingo se curó. Las opiniones estaban divididas. Unos decían que le había hecho efecto el menjunje que le preparó doña Anselma, y otros que se curó al escuchar por la radio que la Municipalidad iniciaba una campaña intensiva contra los perros callejeros, y que la perrera haría horas extras. Parece que el lobizón que el Juan Domingo tenía adentro tuvo miedo que lo confundieran con un perro grande. Nunca se supo la verdad.

 

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