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Los Padilla son siete, viven en Rosario de la Frontera, extrañan tener a Maxi en casa, pero disfrutan de su presente y lo apoyan en todo momento. Y en la Ciudad Termal todos se admiran de lo lejos que está llegando el hijo del Chapulín, como lo llaman a Dante, el papá de Maximiliano. “Para nosotros es una alegría enorme que Maxi esté en Suiza, más aún sabiendo que viajaba con una categoría superior a la suya. Cada paso que da nuestro hijo en su carrera como futbolista y en la vida, representa una alegría”, contó Dante, quien trabajó toda su vida en una embotelladora y, junto a su familia, luchó para que cada uno de sus hijos cumpla su sueño. Desde que el primer varón le aseguró que quería jugar el fútbol, lo preparó para que entrase en algún club grande. Nada fue fácil. Lo “rebotaron” en algunas pruebas, pero el pibe, que en ese entonces tenía 12 años, perseveró y logró entrar nada más y nada menos que a Boca.
Dante hoy por hoy se encuentra desempleado, pero la felicidad que le da su hijo lo motiva a seguir soñando. “Nuestros sueños son que Maxi pueda ser feliz jugando al fútbol, que es lo que más le gusta, y que pueda forjarse un futuro para formar una familia el día de mañana”, explicó.
Tanto la familia del pibe rosarino como todos quienes lo conocen rescatan la humildad que tiene Maxi porque cuando vuelve a Rosario de la Frontera hace lo mismo que hacía antes de irse a Buenos Aires, hace ya cinco años: compra con su mamá en el almacén y sale de pesca con su papá y los hombres de la familia. “De mi pueblo extraño todo: mi familia, mis compañeros, mis amigos. No me voy a olvidar nunca”, explicó el jugador de Boca.