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24 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Un viaje por las entrañas de la marginalidad

Viernes, 18 de mayo de 2012 20:25

Pablo Trapero metió la cámara entre las vísceras de la marginalidad y fotografió el dolor social sin una pizca de anestesia. Con la mejor estética lo llevó al cine, y con fuertes golpes a la sensibilidad puso frente al espectador una realidad que parece salirse de la pantalla, sin demasiadas sorpresas, justamente por lo real.

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Pablo Trapero metió la cámara entre las vísceras de la marginalidad y fotografió el dolor social sin una pizca de anestesia. Con la mejor estética lo llevó al cine, y con fuertes golpes a la sensibilidad puso frente al espectador una realidad que parece salirse de la pantalla, sin demasiadas sorpresas, justamente por lo real.

“Elefante blanco”, estrenada este jueves en Salta y al mismo tiempo presentada en el Festival de Cannes, es un crudo y muy duro retrato de una villa, la 15 de Villa Lugano, de la Capital Federal argentina.

La película se sostiene en la actuación impecable, como siempre, de Ricardo Darín (Julián), a quien secundan el actor belga Jérémie Renier (Nicolás) y Martina Gusmán (Luciana). Ellos, curas villeros, tercermundistas; ella, asistente social.

El sueño de los tres, capitaneados por Julián, es convertir ese “elefante blanco”, un edificio abandonado que iba a ser el hospital más grande de Sudamérica, en un barrio de viviendas para dignificar la vida de los villeros.

Para eso enfrentan la infaltable burocracia estatal y el poco entusiasmo de las autoridades eclesiásticas. Y, en el medio, la venta de drogas, la pelea entre narcos, los chicos adictos, el delito generalizado, las incursiones policiales, los tiros a toda hora, el hambre, la miseria... Dios y la fe, la religión y el perdón, el amor y deber, el querer y el poder, la vida y la muerte se mezclan y se superponen en una sucesión que abre la puerta para el análisis y la reflexión.

Medularmente fuerte y contundente, “Elefante blanco” es un viaje por un inframundo tan real como doloroso y cruel.

El filme, dirigido por Trapero, es un homenaje al padre tercermundista Carlos Mugica, asesinado en 1974 por la Triple A, hecho a la medida de sus convicciones.

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