Sinónimo de cine y de trayectoria exitosa, Ricardo Darín habló en exclusiva con El Tribuno sobre la película “Tesis sobre un homicidio”, que desde ayer se puede ver en los cines de Salta y del país. El argumento se centra en un impactante asesinato en el estacionamiento de la Facultad de Derecho y un pequeño detalle en la escena del crimen despierta las sospechas de Roberto Bermúdez (Ricardo Darín) un prestigioso profesor y abogado penalista, quien cree que su alumno más brillante ha sido el autor de semejante atrocidad.
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Sinónimo de cine y de trayectoria exitosa, Ricardo Darín habló en exclusiva con El Tribuno sobre la película “Tesis sobre un homicidio”, que desde ayer se puede ver en los cines de Salta y del país. El argumento se centra en un impactante asesinato en el estacionamiento de la Facultad de Derecho y un pequeño detalle en la escena del crimen despierta las sospechas de Roberto Bermúdez (Ricardo Darín) un prestigioso profesor y abogado penalista, quien cree que su alumno más brillante ha sido el autor de semejante atrocidad.
La charla con el protagonista del filme “El secreto de sus ojos” giró en torno de su personaje, la justicia y sus inicios en la profesión.
¿Cómo trabajaste para componer este personaje que tiene muchos guiños del policial, un género que ya abordaste?, ¿cómo lo diferenciaste de los otros policiales?
Este personaje tiene algunos condicionamientos, que son una especie de guía. Por lo que investigamos y trabajamos con Hernán (Goldfrid, el director) es un tipo que goza de cierto desprestigio por algo que ocurrió en el pasado, que no tenemos muy claro qué es, pero que le significó descrédito en su mundo, su núcleo. Entonces, arrastra una necesidad personal de superación. Creo que eso es lo que lo lleva a no medir consecuencias cuando cree tener razón o la verdad. La conjunción de características me gustó porque da como resultado un personaje cascoteado, un tipo que está medio apaleado y que tiene una necesidad de aferrarse a esta posibilidad, para demostrarse a sí mismo y a los demás que el tipo todavía está vivo y de pie.
¿Es una especie de antihéroe tratando de rehabilitarse?
Sí. Además, como tiene mucho de lo que nosotros conocemos de la realidad, de la estructura del funcionamiento de la justicia, hace que por momentos estemos flirteando conque eso es parecido a algo que nos ocurrió. Es decir, cuando te das cuenta de que no solo es importante tener razón, sino tener los elementos necesarios para demostrarlo. A muchas personas les pasa eso: en términos jurídicos, o durante pleitos, te chocás contra la pared. Un abogado que te dice: “No importa que tengas razón, lo importante es lo que podemos demostrar”. A mí me ha pasado, por eso algo me resonó adentro cuando leí por primera vez esta historia. Entonces ahí recibís como una especie de cachetazo, porque hay un impulso natural del ser humano de creer que cuando tiene razón y tiene la verdad en la mano, ya está, es suficiente. Y no es suficiente. Me parece que toda esta historia versa un poco alrededor de ese axioma.
¿Es una especie de choque entre lo que el personaje imagina y la realidad que desdibuja esa línea?
Claro, pero además hay un duelo, una pulseada intelectual entre dos generaciones; entre un veterano -con un kilometraje ya andado- y un novato que esgrime su teoría como un arma. Entonces hay un choque de modalidades también y de modelos.
La película hace como un guiño a la violencia de género...
Sí, sí, además en forma caprichosa. Tiene mucho que ver con lo que es la violencia de género.
¿Tenés una posición tomada respecto de lo que ha pasado en los últimos años con la justicia y la violencia de género en el país?
Sí, claro que tengo mi posición tomada. Es decir, lo que ocurrió en el caso de Marita Verón es algo que nos ha dejado apabullados a toda la comunidad. Ahí tenés un caso concreto de que todos saben quiénes son los culpables, pero les ha costado reunir las pruebas y los elementos necesarios. Ahí es dónde nos preguntamos ¿qué hace la justicia?, ¿qué hacen los tipos que saben?”. Porque se ha comprobado por testimonios, por pruebas y demás, que están todos involucrados. Sin embargo, al no tener la prueba concluyente, la prueba que llaman fidedigna, inapelable de culpabilidad, los dejan en la calle. Vuelven a soltar a toda una red de como veinte personas, a que sigan haciendo lo que se les cante. Y entonces nos encontramos con un caso que no arrojó justicia. ¿Cómo no nos vamos a sentir vulnerables, irritados, coléricos? Capa sobre capa, todos los días vemos las cosas que ocurren y nos damos cuenta de que la justicia no responde con la celeridad y con la eficiencia que esperamos.
¿Y eso es fundamental para construir a tu personaje?
No, estas son cosas que estamos pensando vos y yo ahora. Para construir un personaje o varios personajes dentro de una historia, los parámetros son los que establece el director, que es el que hace la bajada de línea con respecto a cuál va a ser su visión, así como las discusiones que se generan en función de eso. Yo trato de no intoxicar demasiado una historia o la construcción del personaje con todas las cosas que ocurren alrededor, porque estás muy próximo a provocar una sobrecarga de intención o de temática.
Dentro de tu filmografía aparecen muchos policiales, ¿tenés alguna afición respecto de las novelas del género?
No, a lo mejor es por eso. A lo mejor eso era una deuda que tenía conmigo y que viene a cubrirse ahora a través de la profesión. Lo que me moviliza es cuando noto que una historia está bien contada, bien relatada y bien dialogada. Entonces, en esta película, en esta historia, lo primero que percibí fue el nivel de los diálogos. Me gustó mucho esa cosa de tener un duelo intelectual entre dos tipos que cara a cara se están escondiendo la baraja. Eso me resultó atractivo porque no es muy frecuente, en nuestro cine no es muy frecuente. Y me entusiasmó.
¿Es cierto que debutaste a los 10 años, junto con tus padres?
En realidad fue antes. La primera vez que yo di un paso en esta dirección tenía dos años y medio. Mis papás tenían un programa de televisión con el padre de Norma Aleandro, que se llamaba Pedro Aleandro. Hacían una familia, creo que se llamaba “Historia del abuelito”. Mis viejos hacían un matrimonio y un día necesitaban un chiquito y ahí estuvo Ricardito. Entré, hice no sé qué estupidez y esa fue la primera vez. Después no trabajé más con mis viejos. Es más, mis viejos no querían que yo fuera actor, eso fue como un chiste iniciático: me dieron el pase para que hiciera de hijo de ellos. Pero especialmente mi mamá estaba muy interesada en que yo estudiara otras cosas para que no fuera actor. Tiene su explicación: ellos eran dos buenos actores a los que no les iba muy bien: trabajaban un poco allá, un poco acá, hacían teatro, cine, televisión. Formaron parte del inicio de la televisión. Se defendían, pero nunca tuvieron una estabilidad económica con ese trabajo. Era lógico que mi mamá no quisiera para mí lo que ella estaba padeciendo, a pesar de que su vocación era esa.