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No he visto que ningún intelectual se pregunte por qué sigue vigente la legislación de emergencia económica, después de diez años de crecimiento económico más o menos sostenido y con un Gobierno nacional que basa su discurso en la resurrección, cuyos méritos se adjudica.
En realidad, los intelectuales argentinos que se preguntan esas cosas tienen poco rating, razón por la cual el mediático filósofo José Pablo Feinmann prefiere ganar espacio con provocativas declaraciones acerca de los encantos femeninos de la Presidenta. Los otros intelectuales oficialistas y orgánicos reunidos en Carta Abierta no se preguntan demasiado y se limitan a pensar cómo construir “el relato”.
El “relato” es el vaciamiento de la historia y el “discurso”, la tumba del pensamiento. Por eso le va tan bien a Marcelo Tinelli.
En la misma semana que el Gobierno puso en marcha un cambio sustancial en la estructura del poder y estableció, a través del jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, la línea directa de los intendentes con la Casa Rosada, el conductor de Show Match conmovió las redes sociales al convocar a los políticos a bailar en su programa.
Sí, ocurrió en la misma semana, también, en que se abrieron las negociaciones con los fondos buitre que embargaron la fragata en Ghana y en que se hundió por negligencia- el destructor que encabezó el desembarco argentino en las islas Malvinas.
La farandulización de la política no es un tema menor. “Presumo que en las usinas políticas del cristinismo está el proyecto de un cambio de régimen político, que no es una mera reforma de la Constitución”, dijo esta semana Beatriz Sarlo, una de las intelectuales con mayor impacto en la opinión pública. “El tópico que yo presumo que tendría si fuera cristinista es el cambio de régimen, porque (Cristina Kirchner) no tiene sucesión y no va a haber reforma (de la Constitución)”, señaló Sarlo.
Es que si la farandulización se da por estos días, el kirchnerismo es la fuerza con mayor capacidad para eludir sus tentaciones más profundas. Tinelli sabe con qué bueyes ara. Francisco de Narváez, Sergio Mazza y Horacio Rodríguez Larreta ya se postularon. El organizador sueña con verlos a Hermes Binner y a Axel Kicillof, a quienes el público los imagina como sesudos izquierdistas de posguerra, más cercanos al fox trot que al caño.
El problema es que la imagen de un político no debería ponerse a prueba en un festival de baile. Tinelli parece saber que no es político, pero ante una realidad política en la que no hay partidos, en la que las alianzas son mero oportunismo y en la que las ideas fueron reemplazadas por historias apócrifas, él se ha convertido en un hombre de enorme poder.
Es cierto que muchos son los que saltaron del espectáculo a la política. El de Ronald Reagan puede ser un ejemplo paradigmático, pero no hay que caer en la trampa: fue presidente con un partido, un proyecto y una correcta lectura de la realidad mundial del momento: no ganó la guerra fría por famoso, sino por liderar una estrategia que resultó. Salvando las distancias y sin dar lugar a la ironía, también Palito Ortega y Miguel del Sel incursionaron en política. Ambos se sumaron a proyectos y llenaron vacíos políticos fundamentales. El primero convocó a todos aquellos que no querían ver al dictador Antonio Bussi como el hombre fuerte de Tucumán, su éxito fue efímero.
El integrante de Los Midachi estuvo a punto de convertirse en gobernador de Santa Fe gracias a la claudicación del peronismo y como la figura capaz de derrotar a los socialistas. Ninguno de los dos es político.
La polémica entre Ricardo Darín y la Presidenta, en las primeras semanas del año, volvió a mostrar el fenómeno. Darín no es político tampoco, pero tiende a opinar sobre cuestiones que le interesan, aunque no sepa demasiado sobre el tema. Sin embargo, cuando habló del origen de las fortunas de los políticos, alborotó el avispero. En cambio, sí son políticos, con ideas y militancia, figuras como Luis Brandoni, radical, que debió irse del país para eludir a la Triple A; Irma Roy, peronista, que sufrió cárcel durante la última dictadura, o Héctor Bidonde, vinculado a la izquierda clásica.
Comparaciones bochornosas
El lanzamiento de Rocío Marengo, las tramoyas obscenas de Jorge Rial, la militancia oportunista de actores oficialistas o las veleidades de Soledad Silveyra o de Andrea del Boca son, en cambio, una muestra de la fragilidad de la política argentina.
Hay larga historia en esto de pasar del espectáculo al ruedo político. Enrique Santos Discépolo escribió “Yira yira” durante la crisis de 1929; “Cambalache”, contra los conservadores de los años treinta y fue peronista de alma. Pero los casos son incomparables. Martín Insaurralde es el exitoso intendente de Lomas de Zamora, en el conurbano. Una visita a Showmatch hizo público un ¿aparente? romance con la simpática Florencia Peña, una actriz que inauguró la heterodoxia kirchnerista, al incursionar en programas del Grupo Clarín. El eventual romance forma parte de su vida privada. La publicidad, una concesión a la necesidad de marketing. Esa recorrida del camino inverso, como la que aceptan De Narváez, Mazza y el jefe de Gabinete de Macri son prueba de que vivimos “la era del vacío”, o de los “liderazgos on line”. O de las dos cosas a la vez.