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Si alguien se aventura a golpear las manos fuera de la casa 302 pasaje 21 del barrio Santa Ana I, encontrará la resistencia de Carola, una perra cruza con bóxer y aspecto nada amable. La sarna le gana terreno sobre la piel atigrada y en torno de ella yace su bosta acumulada de varios días. Otra perra llamada Felipa vaga por el mismo pasaje. Un perro -aún cachorro- olfatea discretamente y mira a los transeúntes con ojos mansos.
Estos animales están bajo dominio de unos dueños que -las evidencias hablan por ellos- no les proveen tratamiento veterinario ni los alimentan. A estos animales les tocó pertenecer a unos dueños que -los testigos hablan por ellos- no se responsabilizan de su cuidado, pero tampoco consideran entregarlos en adopción. Dentro de la casa 302 murieron tres cachorros, hijos de Carola. En total eran seis y hoy tienen tres meses. Vivían en una terraza. El primer perrito se lanzó desprevenido por la escalera, al segundo -vencidos por el hambre- lo comieron sus hermanos y el tercero falleció después de haber pasado tres días internado. El veterinario que lo atendió aventuró para este último dos ocurrencias: o le dio parvovirus o se indigestó gravemente por ingerir el cuero de su hermano.
Con los nervios destrozados por los lamentos plañideros de los animales y cansados del hedor a excremento, los vecinos llamaron a dos protectoras de animales: APAN y MAPA. También a Virginia Rodríguez, una joven que ama a los animales. Fue ella quien se presentó.
Cuando supo del caso, Virginia se propuso llevarles comida y agua todos los días a estos animales, pero se topó con la escasa predisposición de los dueños desaprensivos para abrirle la puerta de la casa.
“La semana pasada no me abrieron la puerta ni lunes, ni martes, ni miércoles. Recién el jueves pude entrar y vi que los perritos se habían comido a un hermanito”, contó Virginia, apenada. “Ellos son personas agresivas y yo no los quiero perjudicar. Solo quiero ayudar a dar estos animales en adopción; pero necesitan tratamiento, están desnutridos y requieren antibióticos”, agregó. Ella costeó la internación del cachorrito que murió y el doctor David Ferri, un profesional que atiende los pedidos de las protectoras y de los proteccionistas particulares, les aplicó un tratamiento contra la sarna. “Ni las gracias le dieron estas personas al doctor”, se indignó Virginia, quien muestra terribles fotografías que captaron una imagen de la que difícilmente pueda evadirse: el cadáver del infortunado cachorrito que terminó aplacando la hambruna de sus hermanos. El lunes pasado por la tarde coincidieron una de las dueñas de los perros, ocho vecinas y efectivos policiales que concurrieron al lugar alertados sobre la situación. “Rajen de acá! Ya los vine a sacar! No sé por qué hacen tanto quilombo!”, vociferaba la joven, que cargó cuatro perritos en una bañera de plástico y se los llevó. “¿Para qué te los vas a llevar? ¿Para dejarlos morir de hambre como a los otros?”, la increpó una mujer. “Sí, los voy a meter en una bolsa”, provocó la joven.
Intervención policial
Efectivos del 911 y de la comisaría de Santa Ana se presentaron respondiendo llamadas de advertencia de los vecinos. Ellos reclamaban que los dejaran ingresar en la propiedad para sacar a los cachorros que aún estuvieran vivos. “Si no hay una denuncia por escrito el juez no nos va a autorizar a ingresar al domicilio”, les aclararon los policías. Añadieron que en los casos de maltrato animal son imprescindibles los testigos, las denuncias formalizadas y la información fehaciente sobre los propietarios denunciados.