“Defender el perfil mediático de Benedicto XVI pareciera ser un tema por demás arduo. Este teólogo, atraído ciertamente más por el estudio que por el trabajo pastoral o el acierto político, encuentra graves dificultades frente a la opinión pública”. Esto lo escribían José María Poirier y Juan Navarro Floria en la revista Criterio con motivo del levantamiento de la excomunión de los levebvristas dispuesto por Benedicto XVI, un papa considerado como un conservador, cuando no un feroz inquisidor, aunque la intelectualidad católica no lo acepte.
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“Defender el perfil mediático de Benedicto XVI pareciera ser un tema por demás arduo. Este teólogo, atraído ciertamente más por el estudio que por el trabajo pastoral o el acierto político, encuentra graves dificultades frente a la opinión pública”. Esto lo escribían José María Poirier y Juan Navarro Floria en la revista Criterio con motivo del levantamiento de la excomunión de los levebvristas dispuesto por Benedicto XVI, un papa considerado como un conservador, cuando no un feroz inquisidor, aunque la intelectualidad católica no lo acepte.
Karol Wojtyla fue un párroco querido por todo el mundo; Joseph Ratzinger, por su parte, es un teólogo reconocido, erudito preciso y agudo. Para Ratzinger, la fe nunca puede prescindir de la enunciación lógica.
Ratzinger asumió la conducción de la Iglesia con objetivos muy definidos: restaurar la unidad de los cristianos y el alma cristiana de Europa.
Su mirada teológica de la cultura lo llevó a buscar la identidad de católicos, protestantes, anglicanos y ortodoxos, fraguada en el Evangelio. Hacía los judíos y hacia el Islam la actitud fue la del encuentro entre hermanos con diferencias profundas en la Fe.
Es cierto que este hombre, obispo progresista que redactó muchos de los documentos del Concilio Vaticano, se manejó con categorías que la cultura contemporánea había desechado, al menos, en sus enunciados políticamente correctos.
Europa y la Fe
Esta es su mirada sobre Europa: “La afirmación de que mencionar las raíces cristianas de Europa hiere la sensibilidad de muchos no cristianos que viven en ella es poco convincente, pues se trata, sobre todo, de una realidad histórica que nadie puede negar seriamente. En buena lógica esa referencia histórica implica también una referencia al presente, desde el momento que, con la mención de las raíces, se indican las fuentes restantes de orientación moral que constituyen un factor de la identidad de esa formación que es Europa. ¿Quién podría sentirse ofendido? ¿Qué identidad se vería amenazada? Los musulmanes, a los que tantas veces y de tan buena gana se hace referencia en este aspecto, no se sentirán amenazados por nuestros fundamentos morales cristianos, sino por el cinismo de una cultura secularizada que niega sus propios principios básicos”. “La Fe es Europa y Europa es la Fe”, una definición de Hilaire Belloc que Ratzinger parece asumir.
Con respecto a las relaciones con la tradición judía y el Islam, Ratzinger sostiene que “es más fácil hallar cierto acuerdo entre realidades políticas que entenderse sobre los problemas de la fe y la teología”.
“Es engañosa la apariencia de que, en sustitución del fatigado cristianismo, aparecería ahora el auge de las religiones asiáticas o del Islam”.
El Concilio y Lefebvre
Ese criterio rector sobre Europa y la Fe enmarca el reencuentro con las iglesias cristianas. El obispo Marcel Lefebvre provocó un cisma en la Iglesia al rebelarse contra el Concilio Vaticano. Paradójicamente, mientras el patriarca ortodoxo Athenágoras y Pablo VI decidían terminar con las seculares excomuniones entre Roma y Constantinopla, este último debió excomulgar a los lefebvristas.
El levantamiento de las excomuniones por Benedicto XVI, en 2009, no tuvo otra razón que la impronta de su magisterio. El Papa quiso anunciarlo durante la semana de oración por la unidad de los cristianos, ya que sería contradictorio buscar la comunión plena con ortodoxos o protestantes y al mismo tiempo expulsar a quienes, aún rebeldes o errados, se reclaman católicos.