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Cuenta la historia que el general ateniense Alcibíades, nieto del gran político y estratega griego Pericles, se había comprado un perro, y cierto día le cortó el rabo. El pueblo indignado y apenado por el animal empezó a criticar al general, organizando incluso reuniones públicas para condenar la actitud. Como las críticas no acallaban y desgastaban su imagen pública, en un momento los propios amigos de Alcibíades le reprocharon lo que había hecho, diciéndole que por un acto intrascendente y evitable se había expuesto a la crítica del pueblo. La respuesta del general quedaría en la historia política: “Eso es lo que yo me proponía”, dijo. “Mientras los atenienses se entretengan con el rabo del perro, me dejarán en paz y no harán averiguaciones sobre otras acciones mías”. Desde entonces, “el rabo del perro de Alcibíades” se usa para referir cosas que hacen o dicen los políticos para engañar al pueblo.
Hace diez años asumía como presidente de la Argentina Néstor Kirchner. Como tiene que ser en Argentina, Néstor Kirchner asumió invocando la representación de Perón, rindiendo homenaje a Evita y enalteciendo las virtudes del “peronismo”. Y también, como tiene que ser en Argentina, al poco tiempo hacía de todo, menos honrar los dogmas elementales del justicialismo. A Kirchner le siguió Kirchner y a éste le siguió Cristina de Kirchner y por eso hay quienes, legítimamente, piensan que podemos hablar de la era o la década “kirchnerista”. ¿Es eso correcto?
A lo largo de la historia política del mundo es común encontrar etapas que reciben o se identifican con el apellido de quién ejerció el gobierno del Estado durante ese período. Así reconocemos al “hitlerismo” alemán, el “franquismo” en España, el “castrismo” cubano o el “chavismo” en Venezuela. En la historia argentina hay referencias al “rosismo”, al “yrigoyenismo” o al “peronismo”. ¿Qué hace que una etapa merezca ser reconocida con el apellido de su gobernante?
Las razones pueden ser, alternativamente, dos: o se trata de un estadista que condujo a su pueblo por el camino del progreso y el desarrollo o fue un dictador que construyó poder infundiendo temor y sometiendo a las masas. El “estadista” construye y desarrolla un proyecto de gobierno, ejercita políticas públicas, asegura orden, paz, educación y acceso a la salud. El dictador, al menos en los ejemplos que nos brinda la historia, es incapaz de construir y proyectar políticas públicas, por lo cual basa su gobierno en tres consignas: desprestigiar a quienes piensan distinto, maltratar a quienes se niegan a apoyarlo y “capturar” a los sectores menos pudientes con entretenimientos y dinero.
El tipo de gobernante
¿A qué tipo de gobernante pertenecen Néstor y Cristina Kirchner? La respuesta es compleja. Alberdi decía que un gobernante se distingue cuando consigue desarrollar y mejorar la educación y brindar seguridad y orden. Podríamos esbozar una respuesta entonces averiguando los resultados de estos diez años de gobierno sobre la educación y la seguridad.
La Argentina posterior a Alberdi, Sarmiento y Roca apostó decididamente a una educación universal. En realidad toda la élite intelectual y política de la época era consciente de que “el progreso sólo es posible con educación” y como señalan los expertos “en escasas décadas consiguió que un pueblo abrumado de analfabetos comenzara a estudiar, convirtiendo a la escuela argentina en un templo y una fábrica”. Por el contrario, la segunda mitad del siglo XX fue testigo de la decadencia Argentina, coincidentemente con la literal destrucción del sistema educativo. Pues bien, este principio de siglo XXI, con el matrimonio Kirchner a la cabeza, desde el punto de vista educativo no fue otra cosa que la continuación de la decadencia.
En cuanto al orden y la seguridad, si tenemos en cuenta el terrible deterioro educativo, el sentido común dirá los resultados. La historia del mundo enseña que si los sectores más desfavorecidos son los que menos educación reciben, muy posiblemente se dediquen a la droga y al delito. Y la Argentina de los Kirchner no fue la excepción, pues siguiendo la lógica implacable de la historia, de la mano del deterioro educativo llegó la injusticia y el miedo. Miles de muertos, incapacitados y familias destruidas y atemorizadas son testigos y actores principales de la tragedia que significa vivir en uno de los países más inseguros del mundo. Así lo indican las estadísticas de la Organización de las Naciones Unidas.
Sin proyecto político
La Argentina de los últimos diez años no tuvo un proyecto político. Si algún cambio hubo fue sobre temas de interés del Gobierno, no del Estado. Fueron cambios para satisfacer necesidades de los funcionarios de turno, no de los ciudadanos. Más que la década kirchnerista creo que deberíamos llamarla la era de Alcibíades, pues debe reconocerse que tanto Néstor como Cristina han sabido sacrificar el rabo de algún perro cada vez que una investigación periodística o judicial pusieron en juego su continuidad en el poder o simplemente cada vez que la falta de políticas económicas provocaron reacciones sociales.
En definitiva, luego de diez años, en Argentina los pobres siguen siendo los mismos, aunque su pobreza se encuentre transitoriamente disimulada bajo un manto de subsidios y empleo público. Los ricos se dividen en dos. Por una parte los empresarios perseguidos y acosados por la AFIP, que procuran salvar sus riquezas de las garras del Gobierno y por la otra los funcionarios altaneros y satisfechos, que disfrutan su nueva condición en lujosos despachos de custodiadas oficinas públicas.