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Lo primero es lo primero. Y más en un Mundial, en el que el resultado se impone a la holgura o a la belleza. Había que ganar el grupo con autoridad (tres victorias al hilo) y Argentina lo hizo, tras vencer por 3 a 2 a Nigeria. Otra vez fue la genialidad de Lío Messi, el mejor del planeta y autor de un doblete, lo que marcó las diferencias, como contra Bosnia e Irán. Pero esta vez, amén de la Pulga, otras cuestiones encajaron para que el hincha argentino endulce su paladar con pasajes de fútbol asociado, pese a la jaqueca que genera el fondo.
Los primeros 45 minutos, con algunos altibajos, mostraron la mejor versión del equipo en lo que va del Mundial con protagonismo, ambición, presión, paciencia y contundencia. Pero el 4-3-3, esquema “madre”, genera justamente eso, una descompensación entre el ataque y la defensa, y expone al medio. Mascherano, el alma del equipo y la otra figura en la victoria ante los africanos; se desdobla en la marca, porque ni Gago por derecha, y mucho menos Di María (tiene mayor vocación ofensiva) por izquierda, colaboran, y eso repercute en una línea de fondo que nunca da seguridad, principalmente por el lado de Federico Fernández, por donde llegaron los goles nigerianos: el 1-1 parcial a los 4’ del primer tiempo y el 2-2 a los 2’ del complemento. El gran arresto colectivo que derivó en el zapatazo de Messi en un rebote tras remate de Di María que devolvió el arquero (3’); el tiro libre magistral de la Pulga al ángulo (45’) y la arremetida de Rojo tras un córner (5’ ST) le dieron la victoria a Argentina, que de cara a los octavos de final recuperó confianza y potenció a jugadores que antes dejaban dudas, pese a las “manchas” del fondo. Y además tiene a un tal Messi.