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El fuelle de Aníbal Troilo “es una de las marcas más profundas y misteriosas del tango, una manera de decir inconfundible, única”, describió alguna vez el pianista Diego Schissi. Una síntesis absoluta de lo que fue este gigantesco pilar de la cultura musical rioplatense, que tanto hizo -y tanto dejó- para los artistas que vendrían.
Aníbal Carmelo Troilo, “Pichuco”, es una leyenda, pero fue un mito en vida. Nació en el barrio de Almagro el 11 de julio de 1914, por eso hoy se celebra el Día Nacional del Bandoneón en su honor, conforme a una ley sancionada por el Congreso Nacional el 11 de julio de 2005. Murió el 18 de mayo de 1975.
El niño llegó a un hogar de inmigrantes italianos y su madre, Felisa Bagnoli, fue la responsable de haberle comprado por 140 pesos de la época, en diez cuotas, su primer bandoneón, para que el pequeño de 10 años pudiera seguir tocando en los cafés de su barrio con un instrumento propio. En su madurez se lo llamó “El bandoneón mayor de Buenos Aires”.
Pichuco creó piezas esenciales del tango junto a otros genios inolvidables como Homero Manzi, Cátulo Castillo o Enrique Cadícamo en las letras y Francisco Fiorentino, Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche en las voces. Con el violinista Elvino Vardaro integró en 1930 su famoso sexteto junto al joven pianista Osvaldo Pugliese, el segundo violín Alfredo Gobbi hijo y el otro bandoneón, Ciriaco Ortiz, aunque el conjunto jamás realizó grabaciones.
Luego pasó por varias orquestas -Juan D’Arienzo, Julio De Caro, Angel D’Agostino- y en 1937 debutó con la propia, con Orlando Goñi (piano), Kicho Díaz (contrabajo) y Francisco Fiorentino (voz), entre otros, en la boite Marabú, de la calle Maipú entre Corrientes y Sarmiento, mano de los pares, cuyo portal se podía apreciar hasta hace unos años.
Además de sus actuaciones con la orquesta típica, Pichuco formó en los 50 un notorio dúo con el guitarrista Roberto Grela, convertido alternativamente en Cuarteto Troilo-Grela, hasta que la relación entre ambos se enturbió. Ese fue un hecho extraño en las relaciones de Troilo, tenido por todos como un hombre sumamente afable cuyo perfil de Buda, cuando se aplicaba al instrumento, le daba un aspecto blando e infantil, que llevó a algunos a decir que tocaba “haciendo pucheros”.
El le puso música a hitos de la porteñidad como “La última curda” y “María”, con Cátulo Castillo, “Garúa”, con Enrique Cadícamo, y sobre todo “Sur”, “Barrio de tango” y “Romance de barrio”, con Homero Manzi, ese amigo entrañable, cuya muerte en 1951 lo sumió en una profunda tristeza y para el que compuso el tango “Responso”.
Además, tuvo intensa actividad en el cine y en el teatro, aunque no es muy recordada.
Hombre prolífico y soporte fundamental de la cultura nacional. Por eso este homenaje.