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Laberintos humanos. Camelot

Lunes, 30 de noviembre de 2015 17:56
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Laberintos humanos. Camelot

Y mientras marchábamos rumbo al palacio de Camelot, el Varela nos contó que Merlín fue criado por un monje que le enseñó las artes mágicas que ejercía. Resulta que este monje, ya muy anciano, vive en lo más cerrado de las yungas y escribe todo aquello que don Arturo le cuenta, y que a él le cuentan los caballeros de la Mesa Redonda cuando regresan para las Pascuas de Pentecostés.

De este modo, nos dijo el Varela, estos Laberintos Humanos se emparentarán con aquellos cuentos que hablan del Rey Arturo y sus caballeros. Estarán juntos, por apenas unos capítulos, en el libro que ese monje anciano escribe cada vez que Merlín viaja para contarle los sucesos de Arturo.

Pero llegar a Camelot es una verdadera hazaña, no sólo por la falta de asfalto en algunas partes del camino, sino por los animales sueltos que saltan a la ruta para impedirlo: furiosos caballos enjaezados para combate, dragones cuyas llamas golpean como el viento norte, gallinas muertas y furiosas y enjambres de avispas indescriptibles.

La bajada de un cerro puede tardar tres semanas, y desde el bajo no se ve la cima porque ya giró bajo el horizonte. Se visitan templos donde profetizan odaliscas, tugurios donde se juega a los dados apostando con las partes del cuerpo que nos cercena el vencedor, pialada de unicornios y carnavales.

Y en ese andar, Carla Cruz iba recibiendo no solo las influencias de su amado, sino también del Caballero que anduvo medio mundo y tantos siglos desde que en la Mesa Redonda se oyeron sus pedidos de socorro.

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