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Había hecho el secundario en el Colegio Belgrano de la capital salteña, un privilegio para pocos chicos del interior de la provincia y esos años de estudio le sirvieron para asegurarse un buen trabajo por el resto de su vida.
En 1948, por pedido de los comerciantes y madereros, lo que en Tartagal solo era una corresponsalía del banco a cargo de la firma Milanessi, pasó a ser la primera sucursal bancaria. Para la época fue un acontecimiento tan importante como lo fue el montaje de la sucursal y las modificaciones que debieron hacerle al modesto edificio ubicado entre San Martín y Rivadavia, en diagonal a la plaza principal, para instalar el tesoro.
Carlos Lecumberri era hijo de uno de los primeros administradores que tuvo la aduana de Pocitos, el exdiputado provincial por la UCRI, Domingo Alberto Lecumberri. Al cumplir los 20 tenía que cumplir con esa obligación insoslayable para los jóvenes de aquel entonces que era el servicio militar y con toda suerte le tocó el Regimiento 1 de Patricios, en la ciudad de Buenos Aires.
Este tartagalense tiene mucho para contar y, a sus 81 años, recuerda los hechos y los personajes que marcaron su vida de muchacho de pueblo. Durante el servicio militar conoció cada calle y cada rincón de Buenos Aires, esa ciudad que lo deslumbró con su belleza, y a varios hombres destacados de aquella época. Y vaya si lo fueron...
En tiempos de Perón
"Al general Perón yo lo veía prácticamente todos los días", dice cuando comienza a recordar sus años mozos, y esa sola frase me hace abrir grandes los ojos y despierta mi atención de tal manera que comienzo a preguntarle detalles, lugares, fechas, nombres acontecimientos que se remontan a uno de los momentos más dramáticos de la historia del siglo XX de nuestro país. Es que Carlos Lecumberri fue testigo directo de ese momento de la Argentina que quedó plasmado en las crónicas históricas como la Revolución Libertadora del 55.
"Yo veía a Perón cuando iba al Regimiento 1 de Patricios. Al frente estaba el Comando y allí estaba el general Fatigati", describe refiriéndose a uno de los militares más leales a Perón, el comandante del Primer Cuerpo del Ejército, Ernesto Genaro Fatigati. "Eran muy amigos y cuando lo derrocaron, primero fue a despedirse de Fatigati y de ahí se fue a la cañonera (en Paraguay, donde estuvo exiliado). "Al expresidente lo tengo grabado en la memoria con su campera de gamuza marrón", señala.
Lecumberri recuerda que en la parte posterior del Regimiento 1 estaban las caballerizas. "Había un capitán veterinario que dormía en las caballerizas cuidando al Mancha (el caballo del general Perón en el que aparece montado en aquella histórica y tradicional fotografía) y otros caballos hermosos. A nosotros, que estábamos en la oficina de Intendencia y nos conocían, nos dejaban acercanos a verlo, pero nadie más tenía ese privilegio".
Por haber sido empleado bancario, en el Regimiento le asignaron la tarea de pagador de proveedores, pese a que al llegar a Buenos Aires no tenía ni idea cómo moverse. "Salía a la mañana temprano y volvía a las 8 de la noche, por eso conocí Buenos Aires como la palma de mi mano", dice con orgullo.
"Estaba en el surtidor de combustible del regimiento. El día del bombardeo falló el avión y eso me salvó".
Las noticias llegaron a Tartagal y no faltó el que pensó que Lecumberri era una de las víctimas, ya que en las crónicas periodísticas aparecía un apellido similar.
Carlos, junto con otro muchacho de San José de Metán, eran los únicos salteños que habían sido destinados inicialmente al Regimiento de Granaderos por su porte y su metro noventa, pero que por esas cosas del destino terminó en Patricios, no así su compañero salteño. "El barrio que hay en Metán que se llama Granadero Díaz es en honor a ese compañero que murió durante el bombardeo", rememora.
De regreso al norte
Finalizado ese año tan intenso y fuerte como la historia misma del país, regresó al norte para reincorporarse al banco y es de esa época que identifica a sus compañeros de una foto tomada en la primera sucursal. Con los años fue secretario general de la Asociación Bancaria y consiguió beneficios como las colonias de vacaciones para los hijos de los afiliados. "La Bancaria tenía una sede en Tartagal; alquilábamos un ómnibus para llevar los chicos hasta Salta y desde allí en avión a Mar del Plata, Villa Gesell y otros lugares".
Ocupó diferentes cargos superiores hasta 1992, pero en la década del 80 estuvo destinado por cuatro años en Metán. Fueron 40 años de trabajo ininterrumpido de los que puede relatar horas. "No teníamos ni una máquina de contar billetes, las planillas se hacían a mano y lo único que había era una máquina de sumar. En uno de los tantos cambios de moneda en el país, me confundí y le pagué una fortuna de más a un cliente. No sabía qué hacer porque en esa época no había cámaras de seguridad, de manera que tenía que adivinar con quien había cometido el error. Pero me acordé, viajé a Salta y logré contactarme, a través de un jefe de Gas del Estado, con la persona a la que le había pagado de más y que trabajaba en esa repartición. Así pude recuperar el dinero. Este hombre se justificó diciéndome que lo perdone, que él tenía familia, pero no pensó que yo también la tenía y que iba a pagar muy caro mi error y su silencio. Por suerte, después de hablar un rato reflexionó, sacó los tres adoquines, diez fajos de billetes cada uno, y me los devolvió".
Con mucho trabajo e igual cantidad de anécdotas e historias, transcurrieron los 40 años de Carlos Lecumberri en el Banco Nación y en su persona es bueno recordar a cientos de trabajadores que cada 6 de noviembre celebran el día del empleado bancario, tal como lo hicieron el viernes pasado, en una costumbre que las nuevas generaciones tratan de reeditar a pesar de los grandes cambios que vivió esta actividad en el país y en el mundo.