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"Hoy todos somos..." La singular y ya remanida frase es usada en estos tiempos como bandera de deseos colectivos y es motorizada por un apoyo o solidaridad masiva hacia determinada causa. Lo cierto es que por estos días los salteños que sentimos el fútbol como pasión y estilo de vida la adoptamos para apoyar al equipo que hoy nos cautiva: el rico y el pobre; los cronistas de la "primera hora" y los que recién le prestaron atención tras el batacazo con Central Norte; los hinchas de otros clubes e, incluso, los de San Antonio, su histórico rival, aplauden sus méritos.
¿Por qué le tomamos tanto cariño, nos identificamos y tanto deseamos la gloria para este sorprendente Mitre, que está a un paso del ascenso al Federal A? Quizá porque representa a aquel laburante salteño promedio que gambetea la pobreza y que sale a jugar la final del mundo día a día para concretar su sueño, con el mismo fuego en sus ojos que estos gladiadores del este, que salen a comerse crudas a "moles" históricas que lo doblegan en presupuesto. Quizá porque sus jugadores hambrientos de éxito sintetizan el sueño genuino del pibe inquieto de barrio, que es feliz con sus rodillas descascaradas por el hostil suelo de un potrero desolado. Y quizá también porque reabre un remanido debate que se instala todos los años en el fútbol de estos lares, sobre las capacidades y utilidades del futbolista de estas tierras. En épocas de importación de talentos, recursos y posibles soluciones mágicas en las que dirigentes y técnicos desconfían de lo nuestro y llenan planteles con costosas caras foráneas con mucha chapa y poco hambre, este humilde y pujante representante de Villa Mitre está a un paso de la gloria con un plantel tan salteño como el poncho (a excepción del santafesino Hugo Gutiérrez, todos son de la casa).
Y quizá todos nos identificamos con su causa, porque también, en cierto modo, es nuestra causa. Todos somos Mitre.