Mario Guaimás estaba descansando, casi dormido, en su cucheta cuando el sacudón lo tiró al piso. Fue un solo golpe seco y no entendió nada en ese momento.
Eran pocos minutos pasadas las 16, el 2 de mayo de 1982, cuando el crucero ARA General Belgrano recibió el impacto del primer torpedo MK-813 lanzado por el submarino Conqueror desde una distancia aproximada de 5 kilómetros. Ese primer impacto mató a 274 tripulantes.
Cuando se quiso despabilar y comenzar a tener miedo, el segundo torpedo lo recibió de pie. El segundo golpe fue más contundente. Esa explosión cortó la proa de cuajo y el barco comenzó a inclinarse.
De pronto todo se quedó en la oscuridad completa y, por los pasillos, sus compañeros salían corriendo mientras gritaban "torpedo".
Iban todos a cubierta, como ya lo habían internalizado en los entrenamientos. Mario tenía en ese momento 22 años y el rango de cabo segundo. Estaba tres cubiertas por debajo.
En la oscuridad comenzó a caminar de memoria y salió a la cubierta principal rápidamente.
"Estaba el mar picado, había una estela de humo negro y estaban las manchas de petróleo en el océano. El crucero, escorado. No existían casi 16 metros de proa. Ahí es cuando me doy cuenta de que estaba todo perdido. Ya nos estábamos formando para abandonar el barco", relató el sobreviviente, mezclando sensaciones y recuerdos.
Mario era joven y no estaba casado. Solo sus papás lo esperaban, pero por su cabeza pasaron miles de cosas. Solo pensaba en volver a su casa y miraba la antinomia que le resultaba ese mar embravecido por el temporal.
Comenzaron a tirar las balsas al mar de manera automática. Los roles de "abandono" funcionaron de la manera correcta y, rápidamente, estaban todos dispuesto para el naufragio indefectible.
Eran muchos los que, como Mario, estaban descansando cuando se produjeron los impactos.
Así salieron, sin nada, desabrigados, sin ropa ni pertenencia alguna. En cubierta los esperaban 10 grados bajo cero y el mar totalmente picado.
Todos los sucesos se produjeron rápidamente. A las 16.02 impactó el primer torpedo y a las 16.23 el comandante Héctor Elías Bonzo dio la orden de abandonar el Belgrano
La pesadilla de la balsa
"Éramos 32 para una balsa con capacidad para 20 personas. Sin embargo, eso nos sirvió para tomar un poco más de temperatura corporal", relató, como comenzando un capítulo esencial que se podría titular "la pesadilla de la balsa".
Siguió enumerando todos condicionantes que tuvieron en contra desde que debieron abandonar el crucero.
"Es inmenso el mar y nosotros estábamos en una insignificante balsa. El mar estaba muy picado. Llovía y había olas de entre seis y nueve metros. Entraba agua por las aberturas del techo que achicábamos con un casco y los zapatos. Pero sacábamos un poco de agua y se nos venía una pileta encima", dijo.
En esos tiempos no se usaban materiales impermeables. Todos tenían puestos uniformes de marineros hechos de tela de algodón, por lo que estaban mojados.
Como la capacidad de la balsa estaba superada, iban de cuclillas y muy amontonados. Eso les permitió mantener los torsos calientes, pero sentían mucho el frío desde la cintura para abajo y luchaban contra la hipotermia.
Así permanecieron por más de 26 horas en el mar. Es decir, desde las 16.30 del 2 de mayo hasta pasadas las 18 del día siguiente.
"'Mayday. SOS balsa con 32 sobrevivientes del Belgrano', dijo el encargado de comunicarse. Cuando él hablaba, cada una hora, aproximadamente, todos hacíamos silencio. Entonces yo pensaba que esas frases las había escuchado en las películas y ahora lo estábamos viviendo en carne propia", reflexionó.
Para colmo, por la fecha y el lugar, oscureció a las 18 y volvió a haber luz recién a las 9 de la mañana. La noche se tornó eterna. Con una luz tenue y otra que palpitaba en el techo, sobrevivieron.
Al día siguiente comenzaron recién a realizar el plan de supervivencia. "Teníamos para 10 días, pero para 20 personas. Nos repartimos un caramelo, un pedazo de chocolate y dos sorbos de agua, que fueron los únicos durante esas 26 horas".
En la noche recibieron el mensaje de que el plan de búsqueda había comenzado, lo que los tranquilizó.
Al mediodía vieron pasar un avión. Eso fue el detonante de la total alegría para los que estaban en la balsa.
Pasada las 18 de ese tres de mayo los rescataron, pero el viaje no terminó ahí. Entonces comenzó para los sobrevivientes la lucha por la reivindicación y el reconocimiento a la gesta del crucero ARA General Belgrano, pelea que se mantiene inclaudicable 33 años después del hundimiento.
“El crucero vive”
“Una sola vez tuve una pesadilla con la balsa. Yo estaba con mis viejos y soñaba que me ahogaba. Salté y me senté en la cama, pero no sabía adónde estaba. Mis viejos escucharon los gritos. Vinieron a verme y lloramos todos”, contó Mario Guaimás.
Hoy agradece poder contarlo, aunque el recuerdo está siempre latente. El comandante Bonzo les dijo: “El crucero vive”. Y en la memoria de Mario siguen esos muchachos “que aún están navegando”. Son los 323 argentinos que quedaron en esas aguas.
“Nosotros hemos sido protagonistas de la historia argentina. Ellos, los que siguen navegando. Son los centinelas de nuestras costas argentinas. Debemos recordarlos en cada momento”, concluyó.