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Laberintos Humanos. La moto del agente

Miércoles, 24 de febrero de 2016 01:30
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Laberintos Humanos. La moto del agente


Por la ventana de la casa de Adalberto se veía la luz de la televisión prendida, titilante como se debe, sin que se pudiera sospechar de allende las cortinas blancas que a la mesa había tres personas y no dos, como debían desde que su hija se fuera de la casa en el asiento trasero de la moto del agente Manuel Ordón.

Manuel Ordón era un buen muchacho, la que no tenía tan buena fama era la hija de Adalberto, que cargaba con tantas habladurías que sus padres preferían ocultar el romance para no ensuciar el buen nombre de su yerno. Pero el Manuel se la había buscado sólo porque ella ni siquiera tenía amigos que pudieran presentarlos.

Ni su prima Estela tenía tan mal criterio como para aconsejarle a nadie que le pusiera los ojos encima, y eso que la Estela era tan buena celestina que hasta había conseguido novio para si misma, y eso que era bastante fea. No es que el suyo fuera gran cosa, tampoco podía pretenderlo, pero al menos era de sangre caliente, y eso en el invierno se valora.

Así y todo, la Estela no sólo tuvo marido sino hasta segundas nupcias, porque hay hombres que aprecian más la aventura que la belleza, pero desde que la hija de Adalberto se fuera de la casa con el agente Ordón, nunca más cenaron tres en esa mesa hasta que lo hizo el hombre que durmiera en la cama de sus padres.

Cena que, a los postres, no tuvo más que café porque a la mujer de Adalberto le daba vergüenza servir los dos flanes que tenía en la heladera, y eso que tenía una buena excusa para decir que estaba merecidamente a dieta.

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