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¿Estamos peor que antes?... Los argentinos, además de otros atributos que nos caracterizan, tenemos el de la ansiedad y el exitismo.
Para decirlo en pocas palabras, si un jugador de fútbol demuestra progresivamente ser un crack, cuando lo advertimos lo calificamos, sin vacilaciones, de “botín de oro”; pero si yerra dos penales seguidos, instantáneamente se transforma en un “paquete”, o patadura.
En el caso del gobierno actual, como nos aconteció casi invariablemente desde la recuperación de la democracia en 1983, luego de su triunfo y al momento de su asunción, los argentinos, incluyendo el flamante gobierno, estábamos eufóricos y esperanzados en que pronto se resolverían todos nuestros problemas, muchos de los cuales serían solucionados con la “lluvia de dólares” y otras buenas respuestas que todos esperábamos.
Claramente sin embargo, no hubo tal “lluvia de dólares”, ni se resolvió más que cosméticamente el problema de la inflación o el de los déficit comercial y fiscal.
Tampoco la inseguridad ha dejado de ser un grave problema, a la vez que el desempleo está todavía entre nosotros junto con su gemela, la pobreza extrema, a la vez que la cuestión de las asimetrías regionales sigue sin solucionarse, lo mismo que la escasez energética o la incomunicación por la destrucción del sistema de transportes, principal pero no únicamente- el ferroviario.
Mejor, mirar la película
No obstante la descripción anterior, que obviamente no es en absoluto exhaustiva, no puede dejar de reconocerse que, si en lugar de “la foto”, se observa “la película”, vale decir, se analiza el estado de cosas de la Argentina de 2015 y algunos años anteriores, y se lo compara con el de fines de 2017, es indudable que se observan progresos que deben ameritarse a la actual gestión.
En primer lugar, aunque no de la forma en que estábamos acostumbrados los argentinos con prolongados discursos del ministro de Economía frente a las cámaras de televisión, el Gobierno ha ido proporcionando un diagnóstico de situación con claras definiciones y toma de conciencia de los principales problemas de la economía argentina y de otros sectores: ruptura del INDEC, inflación, desempleo, estancamiento de la producción, colapso energético y de transporte, pobreza estructural extrema y creciente, aislamiento y cierre del crédito internacional, controles de precios, cepo cambiario, deuda externa “defaulteada”, pagos pendientes a los jubilados, narcotráfico, corrupción en las esferas del gobierno, falta de independencia de la justicia, inseguridad, el crimen irresuelto del fiscal Nisman y el conflicto por el memorándum de entendimiento con Irán, por plantear algunos de los más graves problemas que enfrentaba el nuevo gobierno.
Planteado este cuadro de situación, no es menos evidente que muchos de los problemas señalados, aunque aún no resueltos en todos los casos y de manera definitiva, han ido encarándose y en algunos casos, se han logrado resultados satisfactorios concretos. Tal el caso de la recuperación del INDEC, la salida del cepo cambiario, reparación histórica a los jubilados, progresivo sinceramiento al subsidio a las tarifas de los servicios públicos, fuerte aumento de la obra pública con énfasis en el saneamiento, avances en la recuperación del ferrocarril, reducción del desempleo y la inflación, y aumento en el PBI que por largos años venía estancado.
Sin duda, la mencionada ansiedad que nos caracteriza nos hace perder de vista los logros alcanzados, a la vez que ponemos el ojo en lo que aún no se ha hecho o parece haberse hecho insuficientemente o incluso tal vez mal, como las flamantes reformas fiscales, laborales y previsionales, las que, por ser justamente recientes, no proporcionan la perspectiva suficiente para evaluarlas en su real dimensión, aunque debería ser claro que las áreas enfocadas son algunas de las más críticas y, de no resolverse, condicionarán y consecuentemente postergarán la recuperación definitiva de la economía.
¿Podría haberse hecho otra cosa?
Es también evidente que el Gobierno recibe “palos porque bogas, y palos porque no bogas”.
Del lado del peronismo, principalmente el kirchnerismo, se lo acusa de ser un “ajustador serial”, a la vez que la ortodoxia económica extrema viene sistemáticamente alertando que hay demasiadas luces amarillas, anunciando la debacle de la economía por el endeudamiento, la inflación, el déficit fiscal, el atraso del dólar y otros problemas que sin duda existen, pero que sería justo ponderarlos en su exacta dimensión.
¿Qué otra cosa podría haber hecho el Gobierno desde 2015?
No parece demasiado complicado advertir que, de haberse mantenido el estado de cosas, o sea, estancamiento de la economía, tarifas de servicios regaladas y consiguiente colapso de la producción de energía, deuda “defaulteada” y un financiamiento del descalabro imprimiendo dinero, principalmente, la Argentina no habría resuelto sus problemas, porque éstos precisamente se manifestaban en los aspectos señalados.
Del otro lado, es decir, aplicando la ortodoxia extrema, basta también recordar la ofensa mortal que sentimos los argentinos, sin que se hubiera producido ningún “brutal ajuste” cuando en el gobierno de la Alianza se redujeron en un 13% los sueldos de los empleados públicos, aunque distraídamente miramos para otro lado cuando los precios, fenomenal devaluación posterior mediante, se elevaron en un 40% de un solo saque.
Lo mismo cabe decir cuando en ese gobierno se retocaron los impuestos y esto fue inmediatamente calificado de “impuestazo” y fue motivo de que rasgáramos ofendidísimos nuestras vestiduras, aunque pocas voces se oyeron cuando el Gobierno que terminó su mandato en 2015 elevó sideralmente los impuestos al campo.
Imaginemos entonces al gobierno actual echando masivamente empleados públicos y aplicando tarifazos conforme las recetas ortodoxas, e imaginemos también cuál habría sido el resultado de las elecciones de medio término de Octubre pasado.
La oposición ¿construye?
En resumen, queda mucho por hacer y es claro que no todo lo hecho se llevó a cabo de la mejor manera. Sin embargo, y sin menoscabo de que es válido poner el ojo en las cosas pendientes y reclamar porque se lleven a cabo de la mejor manera y en el menor tiempo, no es menos válido que una parte de la oposición, sin negarle por supuesto su derecho y deber de ejercer críticas, se limita a éstas, sin ofrecer su disposición a colaborar con el diseño de las grandes transformaciones, como el rediseño del sistema jubilatorio o educativo, que, además de imprescindibles, exceden necesariamente varios mandatos presidenciales y consiguientemente no pueden estar expuestas al “empezar de nuevo”, que es otra de nuestras desafortunadas costumbres.
No está de más tener presente que, mientras se ponen en exhibición los fulgurantes fuegos artificiales de los “relatos” y otras frivolidades, hay argentinos que necesitan soluciones que exceden las presuntuosidades ideológicas y nos piden, como alguna vez lo hizo Ortega y Gasset y como cotidianamente lo hacen los argentinos de a pie, “ir a las cosas”...