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Es evidente que la lluvia de ayer no fue tan abundante en la Capital salteña como para desatar algún tipo de alerta. Dejó algunas curiosidades, otros apuros y los viejos problemas que se renuevan "cada vez que cae una gota".
Desde que se la largó la tormenta, a las 7 de la mañana, salió la gente de Prevención y Emergencia municipal a recorrer los puntos más críticos. El fenómeno aparentaba "venirse con todo", aunque finalmente la lluvia se detuvo y antes del mediodía ya brillaba una sofocante resolana.
Desde Emergencia, Davil Leal, fue quien confirmó que en la jornada no hubo familias evacuadas ni afectadas por el temporal. Lo que se destacó primero fue el gran caudal de agua, piedras y árboles que traía el río Vaqueros. Algunas casitas del barrio Los Piletones, La Unión y Juan Manuel de Rosas sufrieron anegamientos, pero sin mayores desgracias. En el sudeste, las casas de Gauchito Gil, Virgen de Urkupiña y asentamiento San Justo tuvieron algún susto y sus calles angostas quedaron inundadas.
En la margen sur, ya en Cerrillos, hay tres barrios que son como continuidad de la Capital, pero en otra jurisdicción. Se trata de Las Tunas, Los Paraísos y Pinares, en ese orden de norte a sur. Los dos primeros estaban inaccesibles para cualquier vehículo familiar; quizás una camioneta doble tracción podía aventurarse.
Para entrar o salir había que ir hasta Pinares y luego buscar la forma de ingresar. Los colectivos del transporte público de pasajeros no ingresaban. Había que caminar por el fango inestable de la nueva lluvia, hediondo de humedad, fétido de tantos días de estancamiento, intolerable por el Sol que asomaba y que daba de lleno en ese terreno marrón.
El Tribuno recorrió las manzanas 56, 57 y 58 de Los Paraísos y se debe decir que no hay que ser ingeniero para darse cuenta de que el nivel del loteo está por debajo del monte final del este, que no tiene forma el agua de evacuarse, de retirarse finalmente a los canales que están muy cerca de ahí. No, el agua está estancada desde que comenzaron las lluvias. "Vino uno que decía ser especialista en algo, que venía de Tierra y Hábitat, pero dijo que no podía medir nada hasta que se vaya el agua", dijo Roxana Soto, que cada vez que llueve lleva a sus tres hijos a casa de algún familiar porque la humedad ya supera el metro de altura y porque los médicos le recomendaron no vivir allí. Rafael y Valentina Cruz viven en la misma manzana 56 con dos hijos en el lote 14. Viven en el agua desde hace dos meses. Es la imagen más triste que se puede exponer la de una mamá con ojotas, con el agua hasta las pantorrillas y sus niños en brazos. Sin tener adónde ir.