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Un invisible hilo conductor une episodios tan disímiles como la polémica decisión de Donald Trump de nominar al conservador Brett Kavanaugh como aspirante a la Corte Suprema de Justicia (una designación que modificaría el equilibrio de fuerzas en el máximo tribunal norteamericano) con el vilipendiado gesto de amistad del mandatario estadounidense hacia su colega ruso, Vladimir Putin, justo cuando por una orden judicial era detenida en Washington María Butina, una joven rusa de 29 años acusada de desempeñarse como agente del Kremlim.
Mientras la mayoría de los analistas occidentales acentúan la supuesta irracionalidad de Trump, un examen más desapasionado de los hechos revela la existencia de una estrategia que guía esos movimientos aparentemente inconexos. La conclusión es que Trump se ha erigido en el nuevo rostro del conservadorismo estadounidense.
Por esa razón, intenta consolidar una alianza en la que juegan un rol protagónico el movimiento evangélico, columna vertebral de su electorado, y los defensores de la libre portación de armas, agrupados en la Asociación Nacional del Rifle (NRA), que con sus seis millones de afiliados es la organización no gubernamental más influyente de Estados Unidos.
Para descifrar el enigma de la extraña trama de relaciones anudada hoy entre Washington y Moscú, corresponde tener en cuenta que, aún antes del encumbramiento de Trump, los evangélicos norteamericanos habían establecido estrechos vínculos con Putin, a través de la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa Rusa, a la que el nuevo zar del Kremlim devolvió la influencia perdida durante la era comunista. Putin, con mayor enjundia que Trump, levanta las banderas del conservadorismo cultural, reivindica la tradición cristiana, es enemigo del aborto, no oculta su animadversión por los derechos de las minorías sexuales y acusa a Europa Occidental de haber traicionado sus raíces religiosas.
Símbolo de esta nueva “Santa Alianza” fue la entrevista entre Putin y Franklin Graham, hijo de Billy Graham (el predicador evangélico más influyente de la historia estadounidense), quien salió impresionado por los valores religiosos de su anfitrión. Desde entonces, representantes de la Iglesia Ortodoxa comenzaron a participar en el clásico Desayuno Nacional de Oración organizado anualmente en Washington por los evangélicos.
En el primero de esos encuentros de oración realizados durante la era Trump, en la delegación rusa participó Alexander Torshin, un funcionario allegado a Putin, artífice de la articulación de la alianza entre el mandatario y la Iglesia Ortodoxa. Torshin inspira en Rusia una asociación similar a la NRA, constituida con la excusa de otorgar a sus conciudadanos el derecho a defenderse contra la delincuencia. Butina, quien estableció en Washington una estrecha relación con altos directivos de la NRA, es considerada como una ahijada política de Torshin.
Religión y geopolítica
Por encima de sus excentricidades, Trump devolvió a los conservadores estadounidenses un liderazgo perdido desde los lejanos tiempos de Ronald Reagan.
Para ello, reverdeció la reivindicación del viejo anhelo del ”Estado mínimo”, a través de una drástica reducción de impuestos, y amplió la tradicional base republicana con una retórica proteccionista cara a los oídos de los trabajadores del despoblado cinturón industrial norteamericano, castigados por el éxodo de las fábricas hacia los países asiáticos, en especial China, y hacia el vecino México.
Pero al margen de la sinceridad de sus convicciones religiosas, Trump no desaprovechó ninguna oportunidad de agradar al electorado evangélico.
La incorporación de Kavanaugh a la Corte Suprema es vista con enorme expectativa ante la posibilidad de que el tribunal pueda abrir una instancia de revisión de un fallo de 1973 que consagró la despenalización del aborto.
El aniversario de ese fallo es precisamente la ocasión elegida para el movimiento evangélico para realizar todos los años una movilización “pro-vida” en Washington. En 2016, por primera vez en la historia, en esa concentración habló el vicepresidente Mike Pence y se leyó un mensaje de adhesión de Trump.
La controversia sobre el aborto es el debate emblemático de la “guerra cultural” entre liberales y conservadores en Estados Unidos. La administración Trump participa activamente en esa batalla. Entre sus primeras medidas, figuró la supresión de los subsidios a las organizaciones no gubernamentales que promueven la práctica del aborto y, más recientemente, a las clínicas privadas en las que se practica.
Esa cercanía de Trump con los evangélicos se exhibió también en sus nombramientos en política exterior.
Su máximo responsable en la materia es el secretario de Estado, Mike Pompeo, a quien Trump había designado previamente titular de la CIA.
Activo militante
Pompeo, excapitán del Ejército, es un activo militante del ala religiosa del Partido Republicano. Como congresista, no vaciló en proclamar que “Jesucristo es nuestro Salvador y la única salvación para nuestro mundo” y que “el Islam es una amenaza para Estados Unidos. John Bolton, asesor de seguridad nacional y exembajador estadounidense en las Naciones Unidas, es cuestionado por su antigua amistad con el ruso Torshin, con quien participó en 2014 en un evento en Moscú sobre “El derecho a portar armas”.
Importa consignar que, además de esas concesiones al electorado evangélico, Trump presta atención a los consejos del veterano Henry Kissinger, quien a sus 94 años sigue siendo uno de los artífices secretos de la política exterior estadounidense.
Kissinger recomendó implementar, aunque a la inversa, una estrategia similar a la que le tocó protagonizar junto a Richard Nixon en la década del 70, cuando jugó la “carta china” para contener al expansionismo soviético. En esta nueva era, el objetivo estadounidense sería acercarse a Moscú para equilibrar el ascenso de China en el escenario mundial.
No es casual que este renovado idilio entre Trump y Putin, sugestivamente coincidente con la acusación del fiscal Robert Mueller contra doce agentes de la inteligencia rusa por haber intervenido en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016, se dé en el marco de un recrudecimiento del litigio comercial entre Estados Unidos y China y del manifiesto destrato del mandatario norteamericano a sus aliados europeos de la OTAN. Los intereses de ambos líderes coinciden en los dos casos. En la visión de Putin, la OTAN es la principal amenaza estratégica para Rusia y China es una superpotencia limítrofe a contener. Lejos de oponerse, en Washington y Moscú religión y geopolítica van de la mano.