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29 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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In memoriam del filósofo Hipólito Rodríguez Piñeiro

Años después Dante se moría en Ravena, tan triste y tan solo como cualquier hombre. (Borges, Inferno 1, 32)
Lunes, 14 de diciembre de 2020 00:46
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Lo recuerdo llegando a un café de la calle Balcarce, a donde nos reuníamos escritoras y escritores. A menudo traía un libro. Una vez llegó con un libro mío, “Las viñas del Amor”, que él estaba leyendo.

-Me llamó mucho la atención el personaje del abuelo Blas -me dijo-, ese inmigrante español que funda una gran familia de bodegueros en los Valles Calchaquíes. 

Entonces advertí que ese abuelo Blas tal vez le recordaba a sus antepasados, porque Hipólito Rodríguez Piñeiro era gallego y había llegado a la Argentina muy joven. Su familia provenía de esa Galicia helada y mágica, de peregrinaciones y poesía galaicoportuguesa. Sabía que él había llegado a Buenos Aires, que estudió filosofía en la UBA en años gloriosos, y que vino como profesor a la Facultad de Humanidades de la UNSa en donde ejerció el cargo de decano, dio clases y desplegó una brillante actividad académica. Su vida fue una historia de lucha, siempre amparada por su clara inteligencia, su rigurosa lógica y su lúcida y sensible mirada. 

-Me inspiré en mi propio abuelo materno -le dije- que era de Castilla y León, la tierra del Cid Campeador.

Hipólito sonrió y sentí en esa sonrisa la respuesta del lector.

En otra ocasión hablamos de Borges y me preguntó si recordaba el texto “Delia Elena San Marco” de El hacedor, que evocaba por cierto a Beatriz Elena Viterbo, la protagonista de “El Aleph”. Las dos Elenas, las dos mujeres celestes a la manera del “dolce stil nuovo”... Le dije que sí y a la semana siguiente llevé el texto para leerlo. Él lo recordaba casi de memoria.

Así es -dijo Hipólito- ese nombre, como el de mi mujer, Elena.

Transcribo una parte del cuento borgiano:

Nos despedimos en una esquina del Once.

Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me decía adiós con la mano.

Un río de vehículos y gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba a saber yo que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.

Ya no nos vimos y un año después usted había muerto. (...)

Uno año después falleció Elena Altuna, la esposa de Hipólito y al poco tiempo, su hija querida, María. ¿Qué había leído con su inteligencia luminosa en ese relato? ¿Por qué lo evocaba?

Quizás: El antiguo estupor de la elegía (...) yo que soy tiempo y sangre y agonía, de otro célebre poema borgiano.

Licenciado y doctor por la UBA 

Hipólito Rodríguez Piñeiro, nacido en 1932, falleció el 10 de diciembre de 2020 en Vaqueros. Era licenciado y doctor en Filosofía por la UBA. Fue decano de la Facultad de Humanidades de la UNSa en dos oportunidades, profesor de Introducción a la Filosofía, Metafísica y otras asignaturas. Escribió el libro “Fenomenología, hermenéutica y diferencia”. Fue nombrado profesor extraordinario y consultor. Era un intelectual y luchador por la universidad pública que formó a varias generaciones.

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