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Durante esta semana (23 al 29 de octubre) se desarrolló la campaña internacional sobre prevención de la intoxicación por plomo establecida hace unos diez años por la Organización Mundial de la Salud para sensibilizar sobre los peligros del plomo y reducir la utilización de este metal en distintos sectores de la industria.
Según la OMS (en su publicación Public health impact of chemicals: knowns and unknowns del año pasado) se calcula que casi la mitad de los 2 millones de vidas perdidas por exposición a productos químicos conocidos se debieron a la exposición al plomo. Se estima que la exposición al plomo provocó la pérdida de 21,7 millones de años por discapacidad y muerte (años de vida ajustados en función de la discapacidad o AVAD) en todo el mundo debido a sus efectos a largo plazo en la salud, de los que un 30% corresponden a la carga mundial de discapacidad intelectual.
El plomo está presente en distintos aspectos de nuestras vidas y el 80% se utiliza en la producción de baterías para automóviles e industriales. Otros usos son los pigmentos y las municiones, revestimientos de cables, aleaciones con bronce y latón, para la fabricación de cristal, material de soldadura, esmaltes cerámicos, artículos de joyería, juguetes y como estabilizador en la fabricación del cloruro de polivinilo.
En la actualidad todos tenemos riesgo de estar expuestos al plomo ambiental. La exposición ocurre a través del aire, el agua, los alimentos o al ingerir o tener contacto con polvo contaminado con plomo.
Asesino silencioso
No siempre el plomo fue considerado un asesino silencioso, por el contrario, desde la prehistoria, fue nuestro compañero de viaje en muchos momentos de nuestra vida cotidiana. No solo Michel Jackson se preocupaba por blanquear su rostro, ya lo hacían Nefertiti y las patricias romanas; más tarde Isabel I de Inglaterra quien lograba esa radiante palidez que vemos en sus retratos mediante cosméticos a base de plomo con los que lograba también tapar las cicatrices de una cruel viruela (que no perdonaba ni a las reinas). Los romanos ya utilizaban el plomo en las tuberías para trasladar el agua, y tan solo hace seis décadas se logró su prohibición para tal uso. Si su casa tiene más de 70 años seguramente tiene caños de plomo. En la edad media el plomo también se usaba para “endulzar” el vino. Las sorderas de Francisco de Goya (a través de las pinturas con plomo) y de Ludwig Van Beethoven (a través de las cañerías) se han atribuido a contaminación por plomo (también el mal carácter de ambos).
Saturnismo
Se conoce como saturnismo o plombemia la enfermedad profesional que consiste en la intoxicación o envenenamiento que produce el plomo al entrar en contacto con el cuerpo humano. El nombre Saturnismo procede de la antigüedad. Los alquimistas medievales llamaban así al plomo porque Saturno era considerado un planeta maléfico. Se dice que fue Hipócrates (460-377 a.C.) el primero en describir sus síntomas. Los síntomas más habituales son: irritabilidad, comportamiento agresivo, disminución del apetito, sensación de falta de energía, sueño insuficiente, dolores de cabeza, dolor abdominal, sabor metálico, anemia, etc.
En la actualidad en el ámbito laboral esta enfermedad profesional sigue causando estragos por falta de prevención en las actividades donde se utiliza. Durante muchos años se cometió un error al recomendar tomar leche para reducir la absorción de plomo (p.ej. Convenio UOM). Ahora sabemos que la leche aumenta el ingreso del metal, por lo que se desaconseja su utilización preventiva a nivel laboral (felizmente, en la práctica, los trabajadores no eran muy adictos a la leche y se las ingeniaban para llevarla intacta a sus hogares para aprovechamiento de sus niños). Pero los fóbicos de la leche no tienen que alegrarse: también la ingesta de alcohol aumenta la absorción de plomo.