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Israel estrena el gobierno más derechista de su historia. Después de permanecer veinte meses fuera del poder, el primer ministro Benjamín Netanyahu regresa al frente de una coalición en la que su partido Likud, fundado por Menahem Beguin, constituye el ala moderada, asociada con las formaciones ultrarreligiosas encabezadas por el ascendente Partido Sionista Religioso, erigido en la tercera fuerza política nacional.
El anterior primer ministro, Yair Lapid, jefe del partido centrista Yesh Atid, convertido ahora en segunda fuerza, pasará a liderar una oposición fragmentada. El laborismo, la histórica formación del centro -izquierda laico fundada por David Ben Gurión que gobernó ininterrumpidamente entre 1948 y 1977 y en algunos períodos posteriores, hizo la peor elección de su historia. Merez, el partido de izquierda, ni siquiera arañó el piso electoral necesario para obtener representación en el Parlamento.
La estrella ascendente de la nueva coalición es el Sionismo Religioso, aliado con Poder Judío, liderado por Itamar Ben- Gvir, un polémico y carismático personaje que hace unas semanas apareció con una pistola en una movilización de protesta protagonizada por israelíes árabes para exigir que la policía disparase contra los manifestantes. En el pasado Ben Gvir fue querellado judicialmente por su consigna de "íMuerte a los árabes!", que ahora sustituyó por "íMuerte a los terroristas".
Este vuelco político no es un episodio circunstancial. Es la culminación de un vasto proceso de cambio cultural que redefinió la identidad del estado creado hace 73 años. Esa transformación se refleja en la vida cotidiana. Desde la ropa utilizada por las mujeres hasta el aumento de restaurantes y hoteles "kosher", con estrictas normas alimentarias, pasando por edificios donde no funcionan los ascensores en "sabath" (la fiesta religiosa de los sábados), la sociedad israelí experimenta una mutación profunda..
La ortodoxia religiosa
La principal expresión de este fenómeno es el avance de los judíos "ortodoxos", resultado de un incremento de la religiosidad popular y del mayor índice de natalidad de las familias con prácticas religiosas más intensas. Los judíos ortodoxos son el 13% de la población, pero la mitad tiene menos de 16 años y pertenece a familias de entre cinco y siete hijos. Los estudios demográficos indican que su incidencia electoral irá en continuo ascenso y en 2050 serán una tercera parte de la población.
El Ejército, probablemente la institución fundamental del Estado israelí, es una clara demostración de esa tendencia: en la década del 90, apenas el 2% de los militares que hacían el curso de oficiales llevaba "kipa" (el solideo que distingue a los judíos ortodoxos), mientras que ahora ese porcentaje se acerca al 40%.
La reacción de las minorías nacionales no judías asentadas en territorio israelí, principalmente la comunidad árabe, que abarca al 20% de la población, y el rechazo de la izquierda a una tendencia abiertamente calificada de "racista", son insuficientes ante la potente oleada que reestructuró el mapa político.
La pugna entre el sionismo laico y el fundamentalismo religioso acompañó la historia de Israel desde sus orígenes. El nacimiento del sionismo, a fines del siglo XIX, con el liderazgo de Teodoro Herzl, fue contemporáneo al fenómeno europeo de la consolidación de las nacionalidades. Ese nacionalismo sionista fue eminentemente laico, no religioso. Reivindicaba el principio del "Estado Nación" y reclamaba el derecho a la autodeterminación nacional del pueblo judío.
Ben Gurión y el laborismo israelí que, con su impronta internacionalista y cosmopolita e ideología socializante, fue la fuerza hegemónica en la lucha por la creación del Estado de Israel, expresaron ese espíritu mayoritario en la comunidad judía europea y estadounidense, trasplantado a Palestina por los colonos que protagonizaron aquella epopeya.
Pero junto a ese tronco principal existieron siempre otras dos corrientes secundarias. Una es la derecha nacionalista, pero también laica, del Likud, cuyo líder fue Menahem Beguin, antiguo jefe del Irgún, una organización guerrillera que operó en Palestina durante el dominio británico. En la década del 30, mientras Ben Gurión y los laboristas apostaban a una negociación con los ingleses para lograr el reconocimiento del estado judío, Beguin optaba por la lucha armada contra la ocupación.
La segunda de esas corrientes es el judaísmo ortodoxo, mayoritario entre la población judía que residió durante siglos en Jerusalén hasta la llegada de los primeros pioneros sionistas a principios del siglo XX, quienes no aprobaron la fundación de un estado judío, que a su juicio contradecía el mandato religioso que supeditaba la redención del pueblo judío al regreso del Mesías.
Un cocktail explosivo
En la década del 80, estas dos corrientes, enfrentadas entre sí pero coincidentes en su rechazo al laborismo, comenzaron a converger. El Likud capitalizó dos hechos demográficos. El primero fue el natural crecimiento vegetativo de la población "sabra", integrada por la primera generación de israelíes nativos, menos vinculados con sus comunidades judías de origen. Netanyahu es el primer Jefe de Estado judío nacido en Israel. El segundo elemento fue la inmigración sefardita, proveniente de los países árabes y la oleada de inmigración judía rusa registrada tras la disolución de la Unión Soviética.
.Paralelamente, la corriente "ortodoxa", que crecía también dentro de los "sabras", protagonizó un giro político. La desconfianza inicial hacia el Estado de Israel entró en contradicción con el instinto de supervivencia ante el surgimiento del terrorismo islámico, encarnado en Hamas en la franja de Gaza. Emergió entonces un nacionalismo religioso que confluyó con el nacionalismo laico del Likud.
En anteriores ocasiones, Netanyahu logró formar gobierno precisamente en virtud del apoyo parlamentario de la derecha religiosa, a la que entregó lugares en su gabinete, pero siempre logró conservar su condición de eje de la coalición gubernamental y actuar como árbitro entre esa franja religiosa y otros sectores aliados más moderado de centro. Esta vez su alianza fue exclusivamente con la derecha, sin ningún otro aporte. La plataforma del flamante gobierno incluye un endurecimiento de la postura de Tel Aviv en el conflicto palestino, la instalación de nuevos asentamientos judíos en Cisjordania, el otorgamiento de inmunidad judicial a los soldados israelíes en las acciones militares antiterroristas y una amplia reforma del sistema judicial.
Este giro anti-palestino está facilitado por un sutil reacomodamiento geopolítico en Medio Oriente. Con la mediación de Washington, Israel ha forjado un acuerdo estratégico con las monarquías petroleras del Golfo Pérsico para contener la expansión regional de Irán, una alianza implícita que permite desechar la hipótesis de una nueva guerra árabe-israelí.
Con esa certeza, Israel puede concentrar sus esfuerzos de seguridad en la lucha contra los guerrilleros fundamentalistas de Hamas, financiados por Teherán, que gobiernan la franja de Gaza y desde allí lanzan ataques terroristas contra la población judía, ante la mirada impotente de la desfalleciente Autoridad Nacional Palestina, asentada en Cisjordania.
Sobre esas bases, Netanyahu intentará aniquilar militarmente a Hamas e imponer una solución definitiva a la cuestión palestina con características similares al status legal que vincula a Puerto Rico con EEUU: un una suerte de "Estado Libre Asociado", dotado de gobierno propio y autonomía legislativa pero sin Fuerzas Armadas y con Israel a cargo de las relaciones exteriores y la defensa.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico
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