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Tras salvarse del intento de magnicidio, la vicepresidenta Cristina Kirchner vive las horas posteriores reponiéndose del shock, con acompañamiento afectivo incesante de sus hijos, pero sin descuidar el frente judicial, que la tiene como acusada en la causa Vialidad y ahora con la idea de ser querellante por el episodio traumático que vivió.
El viernes, luego de dar su testimonio a la jueza y el fiscal por el atentado, se retiró junto a su custodia en un coche Mondeo negro blindado.
Desde entonces se desconoce su paradero, y en su entorno se encargan de mantener esa información en estricta reserva. Consideran que pese al refuerzo de la seguridad, la vida de la líder del peronismo continúa en peligro.
Que "la condena ya está escrita" y el resultado será adverso es una premisa en la que la vicepresidenta está convencida, y por eso ella cree que será decisivo dar la batalla en la opinión pública.
Con la totalidad del peronismo y del Frente de Todos declarado "en estado de movilización y alerta" por el "lawfare", Cristina recuperó centralidad y se subió a la cresta de esa ola.
Mientras sopesa el momento justo para abandonar el silencio y volver al ruedo político, ella ojea el escenario para 2023. Toma como elemento esperanzador el hecho de que el peronismo se haya unido y ordenado en torno a su figura. Por eso la idea de refugiarse en la provincia ya no es la única alternativa.
Sin embargo, aún no ve claro el panorama y escapa cada vez que la apuran con una definición sobre una candidatura presidencial.
Lo cierto es que si ella no está convencida de que tiene buenas probabilidades de ganar, no dará ese paso adelante que le reclama su militancia. Siempre va a tener a mano la más cómoda candidatura a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires, que le asegura los fueros.
Su pesadilla es terminar sus días como el expresidente Carlos Saúl Menem, atornillado a una banca en el Senado para no purgar la condena tras las rejas. Ella se considera inocente de todos los cargos, y quiere que la juzgue la historia.