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Aunque por momentos nos cueste creerlo, o al menos tomar conciencia, estas dos jornadas de debate presidencial son un capítulo importante de nuestra historia presente. Está claro que el país atraviesa un momento de inflexión, que en forma casi catastrófica lo plantean Javier Milei y Myriam Bregman, en las antípodas ideológicas pero solidarios en la certeza de que hace falta un gran cambio de sistema.
Ninguno de los dos es muy preciso para exponer cuáles serían sus soluciones ni cómo sería el país resultante de sus respectivas revoluciones. Pero mientras que el Frente de Izquierda sigue asumiendo un rol testimonial, Milei se siento probando la banda presidencial. Y allí está el problema.
En el debate de ayer, haciendo gala de un carisma que lo ha puesto en el centro de la escena política, con la ventaja de no tener que rendir cuentas más que ciertas frases desaforadas, Javier Milei logró mantener su perfil de "león despeinado" pero sin fundamentar, en ningún momento, cómo va a hacer para pasar "la motosierra" ni hasta donde podrá llegar con su dogma libertario si reconoce, como lo hizo, la necesidad de sumar voluntades, incluso de personajes como el sindicalista Luis Barrionuevo.
La casta
En su última frase, él sintetizó que los que representan a "la casta" (Patricia Bullrich y Sergio Massa) ya gobernaron y que ahora es el turno de una nueva dirigencia. Ese es su principal recurso electoral y, por eso, habrá que ver si los debates lo consolidaron y lo dejaron más o menos como en las PASO.
En caso de llegar a presidente, es evidente que el candidato libertario deberá superar "su grieta con los de la grieta", para no verse obligado a gobernar por decreto, algo que ayer descartó categóricamente.
Gobernar es una responsabilidad que obliga a navegar en un entramado de intereses, legítimos o no, un verdadero "mar de los sargazos" donde cualquier navío puede hundirse. Para el candidato libertario, ese mar que lo atraparía sería, probablemente la misma casta de la que denuesta.
Bullrich, combativa
Patricia Bullrich recuperó anoche su estilo combativo, el mismo que exhibió cuando durante el gobierno de la Alianza enfrentaba de igual a igual a los sindicalistas más duros, quienes la llamaban "la piba". Apareció aquella ministra de Seguridad que afrontó exitosamente el caso Maldonado, y defendió a los policías y gendarmes. Ayer se puso firme en sus propósitos de enfrentar al narcotráfico y de recurrir a todas las fuerzas del Estado, incluida las Fuerzas Armadas en esa lucha. No precisó un aspecto esencial en este tema: cómo va a desenredar el ovillo de complicidades, que incluyen a agentes inmobiliarios, letrados, magistrados y políticas, piezas clave del lavado de dinero. Ninguno lo hizo. Su estilo no fue propositivo, sino más bien agresivo y desafiante, eludiendo detalles y sin caer en las chicanas de sus adversarios. Optó por lo simple. Demasiado simple.
Complicaciones de Massa
Sergio Massa, en cambio, tuvo una noche mucho más tormentosa que la anterior. El escándalo protagonizado por Martín Insaurralde, su divorcio y su tour romántico en Marbella, lo mismo que la manipulación de sueldos truchos en la administración bonaerense fueron lanzazos que no pudo esquivar. Todos, pero especialmente Bullrich, fueron duros para recordarle que en su gestión produjo una inflación inédita en décadas y que añadió dos millones de pobres a la encuesta del Indec. Sus respuestas se redujeron a recordar a la deuda de Macri, la pandemia y la sequía, además de contraponer supuestos éxitos en su gestión de intendente de Tigre.
Los cuatro años junto a Alberto Fernández y Cristina Kirchner le pesaron mucho más que en el primer capítulo del debate.
Candidato simbólico
Juan Schiaretti volvió a actuar como candidato casi simbólico, pero aprovechó para hacer gala de su gestión en Córdoba y para meter en problemas a Massa.
En las próximas dos semanas, los politólogos indicarán qué efectos tuvieron los dos debates. En ambos, el rating fue elevadísimo (40 puntos) y la gente tendrá la última palabra.
Sin temas clave
Desde el punto de vista de los contenidos, el público no encontró certeza alguna para los temas cruciales. La pobreza de las explicaciones sobre Educación, Empleo, Seguridad y Desarrollo Humano contrasta con la dimensión de la crisis que todos reconocen.
Solo quedó lugar para intentar un impacto emocional. Para Milei fue "una pantomima irritante".
Parece dudoso que lo que se ofreció anoche haya movido algo en el tablero de la voluntad de los electores.